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viernes, 19 de septiembre de 2003

Búsqueda universitaria, II

La Universidad de Guanajuato vuelve a ser el foco de los debates que se ventilan en estos días en los medios estatales, particularmente en el Correo. Estoy convencido de que persiste una gran incomprensión sobre el proceso de selección del Rector que tomará posesión a partir del 26 de septiembre próximo. Se señala que el procedimiento es oscuro, cerrado y temeroso del debate, además de plagado de vacíos normativos que inducen a la confusión. ¡Qué contraste con los agarrones a los que nos han acostumbrado nuestros rudos políticos en campaña! Ahí sí encontramos competencias acaloradas donde con frecuencia la sangre de veras llega al río. Por eso, los medios quisieran encontrar en la contienda universitaria mucho más intensidad y exaltación que les permita encontrar la nota amarillista con su garantía de ventas y audiencia.
Pero no sucede así en el entorno universitario. La ley orgánica que nos rige desde 1994, cuando se logró la autonomía para la institución, define un proceso de selección cerrado, donde los principales actores colectivos son el Consejo Universitario y el Colegio Directivo; éste último equivalente a la Junta de Gobierno que existe en la UNAM. La comunidad universitaria, así como la sociedad en general, pueden participar dando a conocer opiniones y sugerencias a estos dos órganos de gobierno. Pero hasta ahí. No se trata de un proceso democrático, en el sentido electoral del término. No se decide por votación abierta, ni hay voto universal, ni campañas proselitistas, ni partidos. Sobre esto último, podrá haber facciones internas, que de hecho existen en la universidad, pero su acción se ve restringida por el hecho de que la decisión final está en manos de siete profesores, y de nadie más.
Puede sonar bastante extraño lo que voy a decir a continuación, pero creo que mi posición puede ser defendida: considero que la educación superior no puede regirse por criterios democrático electorales o de participación amplia. Por su misma naturaleza la educación y la investigación superior son elitistas, en el sentido de que en este ámbito priva otra noción de competencia, diferente a la electoral. Más bien es la competencia relacionada con la búsqueda de la verdad científica y la necesaria excelencia que acompaña el proceso. Los dotes intelectuales no se generan por consenso, sino por el esfuerzo sistemático de unos pocos individuos que decidieron especializarse en esferas de alta erudición o de calificación excepcional. Los fines de la educación superior exigen un trato diferente, que poco tiene que ver con las legitimidades que proporciona la democracia política. Más bien encontraríamos coincidencias con las aspiraciones de la equidad social, junto con la garantía de que los únicos factores diferenciadores de los individuos al interior de una institución de educación pública como la nuestra son la voluntad de superación y la curiosidad intelectual, pero no el nivel de ingreso o el estrato socioeconómico. Es ahí donde nuestra institución debe ser democrática.
Ahora bien, hay que reconocer que el futuro de la universidad no confrontará un momento de quiebre o un parte aguas cuando se defina al nuevo Rector. Los proyectos defendidos por ambos candidatos no son muy diferentes uno del otro. Y no podía ser de otra manera, pues ambos deben respetar la planeación que se definió hace dos años, cuando la comunidad universitaria explicitó su visión al año 2010 mediante el llamado Plan de Desarrollo Institucional (PLADI). Ese ejercicio fue democrático, hasta el extremo de que muchos llegamos a criticar el mecanismo, por lo calmoso y agotador que resultó al tener que integrar cientos de puntos de vista de la comunidad universitaria, que tampoco se distingue por su sentido realista o por la homogeneidad de sus opiniones.
La selección del Rector de la Universidad de Guanajuato puede resultar aburrida o enigmática para los legos, ante la aparente falta de debates, pero créanme que el evento ha despertado viejas y nuevas ideas que se vinculan con la necesidad de construir una universidad más moderna y ágil, menos provinciana y obtusa, más vinculada con su entorno social y económico, menos encerrada en sí misma. Todavía hay problemas añejos que son ignorados o aceptados con apatía o resignación. Esta molicie, herencia de tiempos burocráticos pretéritos, se debe extirpar lo más pronto posible.

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