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viernes, 3 de octubre de 2003

Cambio de gobierno

La remoción del secretario de gobierno ha sido, sin duda, el acto político de mayor trascendencia en los tres años de la administración estatal de Juan Carlos Romero Hicks. El gobernador se desembarazó así de un pesado lastre que venía arrastrando, producto de un pago de factura que debió cubrir para corresponder al operador político que facilitó su candidatura y su arribo exitoso a las esferas del poder estatal. En el arranque, ese nombramiento fue interpretado, más que como un gesto de reciprocidad con el partido político que le abrió sus puertas, como una posición cedida a uno de los sectores más beligerantes dentro de ese instituto político, y con ello se aceptaba implícitamente que el tejido político quedaría en manos de ese grupo, y no del gobernador y de su equipo universitario. El propio regente estatal dio a conocer, cuando comunicó la remoción, que existía el acuerdo (entre caballeros) de que el senador con licencia le acompañaría en la primera mitad de su sexenio, pero que en la segunda se abriría una nueva etapa de gestión política. Interpreto entonces que la factura ya se pagó, y el titular del ejecutivo da un golpe de mano para dejar en claro que a partir de ahora él es el único responsable de la conducción política de su administración.
El nombramiento de un ingeniero químico sin mayor prosapia o experiencia política al frente de la secretaría vacante complementa el mensaje: el gobernador es ahora quien manejará los hilos más delicados de la urdimbre política. Al nuevo secretario, en todo caso, le tocará hacerse cargo de las pocas funciones de apoyo y gestión que le restan a la secretaría de Gobierno, a la que sistemáticamente se le han venido restando áreas y funciones desde los años ochenta, pasando por la reciente creación de la secretaría de Seguridad Pública, hasta quedarse únicamente con las responsabilidades de asesoría jurídica y política (ahora veremos qué tanto) al titular del ejecutivo.
Ya son varios los casos en que los gobernadores de nuestro estado han tenido que convivir con secretarios de Gobierno impuestos que les restringen en la práctica sus facultades de acción política. Así fue con don Agustín Téllez Cruces y con Carlos Medina Plascencia. Este último debió acudir a las más altas esferas para deshacerse de su acompañante incómodo. Y es fuerte la tentación de pensar que en el caso actual también hubo consultas de alto nivel para poder solicitar esta renuncia, sin desatar reacciones en el partido en el gobierno.
Si este cambio se concatena con otros, como el que se anuncia en los corrillos políticos con relación a la secretaría de Educación (otra área enajenada a la voluntad del gobernante estatal), estaríamos presenciando un profundo golpe de timón que anunciaría el inicio de una etapa totalmente novedosa, que se significaría por la aplicación sin restricciones del proyecto romerista, que (ahora sí) definiría con claridad su apuesta por el futuro del estado, sin mayores compromisos con personajes e incluso con una mayor independencia con relación a los sectores duros de su partido.
También es de esperarse que el llamado “grupo universidad” refuerce su presencia en las esferas estatales, y esto llama la atención, porque iría a contracorriente de la nueva tendencia declarada en el ámbito federal, donde el gobierno foxista ha abierto más espacios para políticos profesionales panistas y ha restringido la participación empresarial y de ciudadanos sin partido. Sin embargo yo considero que en Guanajuato hay condiciones diferentes, y que el gobernador cuenta con capitales humanos que no ha podido aprovechar debido a los pruritos partidistas y los compromisos con ciertos patricios. Si los cambios en el gobierno tienen como finalidad reforzar las capacidades de acción política y negociación con las fuerzas de oposición (que ya estaban cerradas a interactuar con el exsecretario), no pueden ser mas que bienvenidas. La operatividad gubernamental depende esencialmente de esas capacidades, y renunciar por más tiempo a ellas condenaría a la gestión romerista a la intrascendencia y al enajenamiento. Pro ello, creo sinceramente que se anuncian mejores tiempos.

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