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viernes, 16 de enero de 2004

El espíritu de Monterrey: el abandono mexicano

La cumbre presidencial de Las Américas (barbarismo éste impuesto por los Estados Unidos, que se han apropiado del concepto singular de América), que recién se desarrolló en Monterrey, ha dejado en claro que hoy en día existen al menos cuatro bloques continentales: en primer plano encontramos a los dos únicos países desarrollados del continente, los Estados Unidos y el Canadá, a quienes se ha unido México apenas hace diez años como voluntarioso y dispar asociado, prófugo vergonzante del sur subdesarrollado. Los tres países se han aglutinado en una de las mayores regiones de libre comercio del mundo. Luego en un segundo lugar literal, tenemos a las naciones del sur profundo, que con dificultades han enfrentado los retos de la integración económica mediante el Mercosur y el Pacto Andino, destacándose sin duda el gigante brasileño, la conflictuada Argentina y el Chile progresista. Por otra parte también podemos distinguir a esos países cuya dependencia económica y militar de los Estados Unidos los ha convertido en simples patiños del imperio, como sucede con Colombia, Panamá y el grueso de la América Central. Y en última posición encontramos a los países “apestados”, con quien nadie se quiere juntar por miedo a las reprimendas de los gringos: se trata de Cuba y Venezuela. No son muchos éstos, pero tienen un gran cartel gracias a su papel de conciencia incómoda que ejercen sobre el resto de sus hermanos latinoamericanos. Por supuesto, a Cuba y a su terrible Fidel no se les convoca ya a estas cumbres, porque luego les da por poner en evidencia las groserías del anfitrión y publicar conversaciones telefónicas inconvenientes (¿recuerdan ustedes el “comes y te vas”?).
La cumbre fue una muestra de hasta qué punto los americanos (me refiero a todos nosotros como habitantes de la América continental) no hemos podido construir una auténtica comunidad de naciones, que compartan aspiraciones y valores similares. Reflejamos todavía la enorme disparidad de nuestros orígenes y nuestra historia, pero pretendemos ser similares en nuestro compromiso con la democracia, la libertad y el progreso. Nuestras relaciones viven marcadas por la hipocresía y el pragmatismo grosero, que impiden el desarrollo de auténticos lazos de hermandad y solidaridad entre naciones hermanas. ¡Qué olvidado está el legado bolivariano! ¡Qué lejanas suenan también las alabanzas libertarias de José Martí! Lo que hoy priva es la astucia impostora de Poinsset y la simulación panamericanista de la doctrina Monroe.
Para nuestro asombro vemos ahora a nuestro país cumpliendo el triste papel de “gozne” entre la América desarrollada del norte y nuestros hermanos empobrecidos del sur. Y lo califico de “triste” porque en este concierto no hemos cumplido ningún papel protagónico ni fundamental, sino más bien de recaderos y soliviantadores de las decisiones tomadas desde el imperio. Argentina, Chile y Brasil salvaron la dignidad del subcontinente, y México se conformó con el rol de anfitrión interesado: se vio lambiscón con unos y desdeñoso o sermoneador con otros. Armamos la fiesta al gusto de Bush, y lastimamos así a muchos hermanos. Le agradecimos, solícitos, al texano las migajas del anunciado programa de trabajadores migratorios temporales, y le entregamos en bandeja de plata la cabeza de nuestra doctrina Estrada. Y con ello Fox terminó dándole la razón al embajador que corrió hace poco: sí somos el traspatio de los Estados Unidos. Aquí se permite la ingerencia del FBI en nuestros aeropuertos. Aquí nos hacemos de la vista gorda ante las violaciones a los derechos humanos de nuestros paisanos en el país norteño. También nos hacemos patos cuando vemos a la DEA supervisando a la PGR en el combate al narcotráfico. Y aunque se nos someta a la humillación de ser fichados como delincuentes al entrar a los Estados Unidos, somos incapaces de aplicar la política de reciprocidad a la manera de los brasileños.
A diez años del TLC vemos cómo este acuerdo comercial ha transformado a nuestro país no sólo en el ámbito económico, sino también en su política internacional. No solamente somos un país maquilero de productos norteamericanos, sino que de igual forma estamos haciéndole el trabajo diplomático sucio a nuestros “socios” (eufemismo para disfrazar la relación patrón-empleado) ante las naciones iberoamericanas, con las que sí deberíamos compartir un destino común.
Nos hemos sumado a la estrategia de los bloques económicos regionales que hoy priva en nuestro planeta, pero lo hemos hecho desde un plano subalterno y dependiente, que ha quedado evidenciado en Monterrey. Para contrarrestar en algo esta triste situación, desearía que nuestros líderes atendieran el llamado de Brasil, y nos sumáramos pronto al Mercosur. Ojalá (changuitos).

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