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viernes, 6 de enero de 2006

Carta de un padre a los Reyes

Este año que recién comienza me lleva a plantear a los lectores ciertas aspiraciones personales que bien podrían ser compartidas por muchos de ellos, y hacerlo a la manera de una cartita a los Santos Reyes, como lo hacíamos en nuestros tiempos infantiles, antes de perder la inocencia y que la adultez barriera con nuestra fe en la bondad y la magia de este mundo. Permítanme entonces tomarme esta libertad, y dar comienzo así a mi carta de peticiones…
Queridos Santos Reyes:
Aunque no puedo presumir de haberme portado muy bien durante el año pasado, sí deseo volver a dirigirles esta carta como cuando ustedes tenían todavía la voluntad de compartir conmigo los juguetes que iluminaron mi niñez. Pero antes que nada, quiero agradecerles el haber tenido la dicha de ser uno de esos chiquillos afortunados que en efecto recibían obsequios, pues debo decirles que me consta que muchos de mis vecinitos y compañeros de escuela fueron sistemáticamente olvidados por ustedes, y que el amanecer del día seis de enero no era gozoso en esos hogares desafortunados, ya que la calidad y el número de los juguetes eran muy diferentes a los que aparecían al pie de mi nacimiento. Tampoco puedo agradecerles el que yo y mis hermanos hayamos querido saber las razones de tal injusticia, y que por ello hayamos pedido una explicación a nuestros padres, que nos respondieron con dechados de imaginación para evitar entristecernos por el infortunio ajeno. Por eso respóndanme ahora: ¿por qué siempre se les agotaban los juguetes antes de llegar a los barrios y a las rancherías más pobres? ¿No han aprendido a calcular? Mi esposa, Felisa, me relata cómo en su casa ustedes nunca depositaron mas que obsequios sencillísimos, tanto que en alguna ocasión el presente consistió en una bolsa de uvas pasas. Qué crueldad: ella siempre deseó una muñeca con pelo que jamás recibió. ¿Dónde quedó?
Pero en fin, reitero que les agradezco el hecho de que al menos a mí y a mis hermanos no nos hayan olvidado, y que no me hayan faltado artefactos con qué jugar. Por eso ahora tengo fe en que me concedan mis nuevos deseos, que ya no pueden consistir en juguetes pues ya estoy viejo para eso. En cambio deseo pedirles, si no es demasiado abuso considerando que en 35 años no los he vuelto a distraer, que junto a los juguetes que mi hijita Yuriria les ha solicitado nos depositen al resto de la familia un poco de esa inocencia que perdimos cuando ustedes dejaron de visitarnos. No se olviden de que los mayores, hoy ya descreídos, fuimos sus fanáticos cuando la niñez nos permitía creer en la magia que ustedes representan. Con ustedes se nos fueron buena parte de nuestros sueños y alegrías. Ojalá que hoy puedan ustedes regresarnos un poco de esas ilusiones perdidas. Déjenme una pizca de la fantasía que hoy adorna los ojos de mi pequeña niña. Deposítenla junto con sus juguetes, y permítanme disfrutar con ella de este día como cuando ustedes todavía me hacían desmañanar por el ansia de la ilusión.
Y deseo más todavía: permítanos a los adultos recibir algo de su mensaje perdido, ese impulso de seguir una estrella que nos guíe hacia algo mejor, hacia un ideal ubicuo, hacia la quimera en la que creímos un día. En un mundo sin paradigmas como el actual, en el que ya no se cree en nada más que en el dinero y el provecho propio, déjenos junto al nacimiento familiar un poquito de ensoñación y de utopía, pues es urgente que volvamos a creer en algo. Un día fatal, ya lejano, se nos pidió ser realistas, pragmáticos y calculadores; por ello alguno diría que nos hemos enamorado de lo material y del placer. Somos hedonistas y egoístas. Tal vez si ustedes nos proporcionan algo de su irrealidad, algo de su ficción, nos venga a nuestro recuerdo que un día fuimos cándidos e idealistas, pero sin duda mucho más felices que hoy, que nos toca ser padres angustiados. Tráiganos algo de nuestra infancia olvidada, un poco de nuestra fantasía, para así acompañar a nuestros hijos en este día de magia y embeleso. En fin, que les pido me traigan de nuevo ese trencito que echaba humo, ese carro de latón al que le daba cuerda, esa granja de muñequitos de plástico que desperdigué, ese triciclo rojo con caja metálica con que acarreaba arena, esa ametralladora que echaba chispas, y no olviden por supuesto mis patines, pues a todos ellos, mis juguetes, los extraño mucho…

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