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viernes, 7 de abril de 2006

Desde la frontera texana, III



Siguiendo con mi relato sobre el recorrido que realizamos por una semana a lo largo de buena parte de la frontera entre México y los Estados Unidos una docena de académicos mexicanos –¡y un canadiense!- a invitación de la embajada de ese país, les comento ahora que durante los últimos días pudimos conocer cómo conviven dos de las “ciudades gemelas” de la frontera: los dos Nogales, el de Arizona y el de Sonora. Cualquiera que visite alguno de esos pares fronterizos se ve impactado inmediatamente por los contrastes entre los servicios urbanos de los que se dispone en uno y otro lado de la línea. Las ciudades norteamericanas están mejor planeadas y distribuidas en un extenso territorio, mientras que las mexicanas padecen hacinamiento, desorden urbano, escasez de servicios, inseguridad y corrupción de sus autoridades. Ciudad Juárez, por ejemplo, tiene una bien ganada fama de ser una de las ciudades más inseguras de México, sobre todo para las mujeres trabajadoras. En cambio El Paso se encuentra entre la decena de urbes más seguras y tranquilas de los Estados Unidos.
Los Nogales tienen la misma situación. El Nogales mexicano es bastante más grande que su vecino, pero también sustancialmente más caótico y empobrecido. Casi un centenar de industrias maquiladoras trasnacionales se han establecido desde los años ochenta, y son hoy una fuente de empleos de gran importancia, pero como siempre basados en los deprimidos salarios de los trabajadores mexicanos -700 a 800 pesos a la semana-. Un funcionario del consulado norteamericano en Nogales Sonora nos hizo notar que la calidad de los servicios urbanos que reciben los nogalenses es muy inferior a lo que aporta en impuestos la industria de la maquila. El problema es que el centralizado sistema fiscal mexicano impide que esos recursos se inviertan en servicios para los habitantes de la zona, que viven aglomerados en colonias irregulares, casi sin agua –que es surtida con pipas-, con pocas calles asfaltadas, una gran inseguridad pública y con exposición permanente a los desastres, como las inundaciones cuando llueve, las polvaredas, los incendios –la frontera es un gran tiradero de llantas que recibimos de los vecinos-, etcétera. Realizamos un recorrido por esas colonias acompañados por Plácido Dos Santos, experto de la oficina de calidad del ambiente de Arizona. Sus explicaciones fueron muy ilustrativas, y evidenciaron los grandes problemas ambientales a los que se enfrentan las comunidades binacionales. Necesariamente el agua es el principal elemento que genera problemas tanto por su natural escasez en un entorno desértico, como por su calidad –la contaminación-, su distribución e incluso su abundancia en época de lluvias. Todas las cuencas y lechos naturales están invadidos por casas: receta segura para el desastre.

En Tucson nos reunimos con académicos de la Universidad de Arizona especializados en salud pública. Los flujos migratorios provocan que ambos países compartan padecimientos que antes estaban confinados a nichos sociales particulares. Por ejemplo la tuberculosis y otras enfermedades infecciosas, que en los EU se consideraban erradicadas, han vuelto a aparecer aportadas por los inmigrantes mexicanos más pobres. A cambio muchas comunidades en México experimentan hoy la pandemia del siglo, el VIH-SIDA, que es adquirido por los trabajadores mexicanos que hacen uso de prostitutas o de homosexuales infectados. Ellos mismos contaminan a sus mujeres a su regreso. Este fenómeno lo estamos experimentando en varias comunidades del sur de Guanajuato, en Moroleón y Uriangato, como lo sabe bien nuestra secretaría de Salud.
Me llamó la atención el gran conocimiento de esta problemática, así como la solidaridad y el genuino interés humano de las doctoras Hill de Zapién, Cecilia Rosales y otras colegas del Centro para la Equidad en Salud de esa universidad. Sin duda la salud pública es el área de colaboración más solidaria entre las colectividades y gobiernos de ambos países. Me alegró saberlo.
En conclusión, nuestro intenso intercambio con una gran cantidad de agentes públicos, oficiales de seguridad, académicos, y otros actores sociales de la frontera nos permitió a los invitados de la embajada tener un acercamiento de primera mano con una realidad que para el grueso de los mexicanos es aún extraña y malentendida. En la frontera se gesta la construcción de una comunidad trasnacional que mucho puede enseñarnos en cuanto a respeto, solidaridad y progreso mutuo. Somos dos países “condenados” a vivir no solamente uno junto al otro, sino uno con el otro. También hay que aprender el uno del otro.

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