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viernes, 26 de enero de 2007

La forma es fondo

Desde hace un par de meses el país está atravesando por una clara racha de optimismo. Varias son las razones: primero, la atingencia del nuevo gobierno federal para atender varios de los problemas que la administración foxista había dejado en el atiborrado cajón de los asuntos que se creyó se resolverían solos –Oaxaca, el narco, la inseguridad, etcétera—. Segundo, el buen desempeño económico que evidenció el año que recién culminó. Tercero, las buenas noticias en ámbitos menudos como el artístico –los mexicanos aspirantes al premio Oscar— y el deportivo –con la “hugomanía” artificial desatada en el ámbito futbolero—. Las malas noticias no han alcanzado para anular este efecto de renovada confianza. Incluso la cuestión del precio del maíz y la tortilla, que amenazaba con convertirse en el primer gran resbalón del régimen, pudo ser atajada a tiempo, y la administración federal no tuvo empacho en emular los viejos modos de sus predecesores priístas para revivir los viejos “pactos” económicos, que en los ochenta permitieron controlar la escalada de precios. Una receta con poco de neoliberal y sí con mucho de paternalista, a contracorriente de lo que acostumbran Sojo y sus chicos econometras.
Las ansias de legitimidad son evidentes. Calderón sabe que sólo con un gobierno firme podrá conchabarse a buena parte de los recelosos, esos que no creyeron en la pulcritud de su arribo a la silla. Dos tercios de los electores no le dieron su voto, y seguramente no se sintieron muy entusiasmados con la idea de verlo encumbrado. Pero a la manera de Carlos Salinas, el joven abogado michoacano –el “chaparrito peloncito de lentes” diría el arcano Espino— se ha lanzado en una carrera que busca darle un golpe de timón a las formas de ejercer el poder: haciéndolo sin miedos, sin complejos de culpa, sin miramientos a “líderes” de papel o a movimientos “sociales” de pacotilla.
Fox creyó que la política era el “arte del bien común”. Noción platónica e ingenua que ignora la realidad de las veleidades humanas. El expresidente gobernó con el alma atravesada por el terror de pasar a la historia como un represor, y por ello se le recordará como buen hombre, pero indeciso y temeroso, que llenó de piadosas intenciones su desbocado discurso, sin nunca articular un proyecto efectivo de gobierno. Hoy día parece que Calderón desea recuperar al Maquiavelo que tan bien cultivaron los colmilludos políticos del pasado, y ejecuta acciones dramáticas que aparentan estar bien pensadas y estructuradas. Al menos eso parece, y por supuesto nos conviene.
Calderón está tomando riesgos muy serios, para él y para el país. Pero sin duda es mejor arriesgarse a meter la pata, que no hacerlo y buscar refugio en el sueño de opio del optimismo declarativo –a la manera de Rubén Aguilar y su foxilandia . Las imágenes y la virtualidad no pueden sustituir a las realidades. Por cierto, me alegró el cambio de imagen de la Presidencia, y expreso mi reconocimiento a mi buena amiga Alejandra Sota Mirafuentes, comunicóloga que está a cargo de esa responsabilidad. Tan sólo el boletín electrónico que la oficina presidencial envía a quienes nos suscribimos a ese servicio, ha dejado de llamarse “Las buenas noticias también son noticia” –título execrable para un comunicado que aspira a informar y ahora simplemente se llama “Boletín de la Presidencia de la República”. ¡Viva la sobriedad!
Es de reconocerse que el poder se ejerza con responsabilidad, pero también con decisión. De qué nos sirve que el Estado tenga el monopolio de la violencia legítima –como rezaba Max Weber si cuando se requiere de su ejercicio, como ante el crimen organizado, se titubea y se recula. Se requiere de mucho talento para hacer uso de la fuerza sin cometer excesos, particularmente cuando recordamos que nuestras corporaciones del orden son precarias y poco profesionales, pero tampoco podemos excusar al gobierno del no ejercicio de su potestad.
El presidente de la República hará bien en mantener el paso en las acciones urgentes, pero sin descuidar atender lo trascendente: hay que emprender la reforma del Estado con todo lo que conlleva, pues al país ya que quedó chiquito el traje institucional de hoy. Primero la reforma fiscal, para despetrolizar y consolidar las finanzas públicas; luego la reforma político-electoral, para adecuar el diseño institucional y de representación; más adelante las reformas al marco legal de procuración de justicia; y no olvidemos la necesaria reforma de los sectores sociales –educación, salud, vivienda, combate a la pobreza que nos permitirán redondear un nuevo proyecto incluyente de nación. Todo es importante. Espero que las ganas y la voluntad no se diluyan con el tiempo, o se impongan las inercias de la autocomplacencia. Y no nos descuidemos: mantengamos el ojo sobre los “duros” del gabinete para que no terminen imponiendo su intolerancia obtusa.

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