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viernes, 5 de enero de 2007

Primeros pasos de Calderón

Amigo lector, querida lectora, reciban mi más calurosa felicitación por el año que inicia, un 2007 que sugiere esperanzas y dudas, deseos y anhelos, voluntades y un buen grado de incredulidades. El año que se fue nos dejó un sabor agridulce sin duda, pues pudimos ver un cierto progreso material en buena parte de los mexicanos, gracias a una moderada creación de empleos y una muy pequeña recuperación del poder de compra, con lo que renació la esperanza en el futuro inmediato; pero también padecimos una criminalidad imparable, una violencia social que se ensaña con los más pobres, una crisis institucional y de legitimidad democrática producto de un proceso electoral plano de agravios entre sus participantes, que violentó la paciencia de los mexicanos, que ya no podemos creer en nuestros políticos. De dones y males estuvo sembrado el 2006. No es nada tranquilizante darnos cuenta de que seguimos sufriendo fuertes dolores de parto antes de procrear una sociedad madura, que se respete a sí misma y que sepa encontrar las soluciones a los acuciantes problemas comunes. En fin, que dimos un pasito hacia delante, pero también dos hacia atrás que nos condenan a un retroceso neto.
Inauguramos este 2007 con un nuevo gobierno federal y unos no tan nuevos gobiernos estatal y municipales. La polarización política nacional llevó a Guanajuato a teñirse de un azul intenso, es decir a confirmarse como bastión del conservadurismo tradicional, contrapuesto a los peligros que en el imaginario local plantea la izquierda pendenciera. Nació así una nueva hegemonía monopartidista, que se acompaña con las ventajas de la gobernabilidad y con los deméritos de la omnipotencia monocroma. Los hombres y mujeres de esa clase media, incluso de clase adinerada, que nutren las filas del nuevo partido de gobierno deberán consolidar su preeminencia mediante acciones solidarias con los que menos tienen, pues aunque a nivel nacional la opción política por los pobres haya sido derrotada por un pelo, es inevitable que los gobiernos de centro derecha se apropien de las banderas sociales de sus rivales si no quieren ser desplazados del poder en tres o en seis años. No les queda más remedio que hacer efectivo el “rebase por la izquierda” calderonista.
También inauguramos el año con un impresionante despliegue de fuerza por parte del Estado mexicano, que exhibe su musculatura ante la incalculable pujanza del crimen organizado. En principio parece una buena medida, recordando la parálisis del régimen foxista. Pero hay que estar al pendiente de que esta ostentación no sea escenográfica y mediática, o bien, mucho peor, que tenga una finalidad amedrentadora ante los movimientos sociales o los ciudadanos comunes. La soldadesca no siempre sabe distinguir entre maleantes y gente de bien. Peor aún los impreparados y corruptos policías con que contamos. En lo personal creo que contra el crimen organizado es más efectiva una labor discreta de alta inteligencia, de infiltración, que afecte a los capos y cabecillas y no sólo a los traficantes de menudencias. Pretender que el despliegue de miles de policías y soldados en calles y carreteras puede frenar o inhibir la delincuencia es una ingenuidad monumental. Sólo sirve para colmar los noticieros de la tele y para molestar al ciudadano, pero no hacen ni cosquillas a los grandes forajidos. Pero concedo que es mejor esto que nada.
Es absurdo que todavía hoy no se hayan tomado medidas efectivas contra la criminalidad no violenta o virtual, cuyo combate es incomparablemente más sencillo que el del gran crimen. Centenares de mexicanos siguen padeciendo extorsiones telefónicas, fraudes cibernéticos, clonación de tarjetas y otros tipos de ilícitos no violentos. Tampoco se ha podido hacer gran cosa contra la micro delincuencia urbana, que también se organiza y que afecta sobre todo a los más pobres. Si no se ha podido contra las mini trasgresiones dudo mucho que se pueda hacer gran cosa contra los poderosos y trasnacionales cárteles de la droga y el secuestro.
Pero no abandonemos la esperanza, al menos no tan rápido, en que los nuevos gobernantes de todos los niveles sepan garantizarnos seguridad en el corto y mediano plazo –porque en el largo todos estaremos muertos , pues sin esta garantía para la convivencia de muy poco nos sirve el desarrollo. Qué vale tener empleo, opciones educativas, protección de la salud o cualquier otro satisfactor, si a la vuelta de la esquina podemos ser victimados, incluso ultimados, por un feroz malhechor.

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