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viernes, 16 de febrero de 2007

Medio ambiente: danza de ineptitudes

Hace unos días un investigador del ITESM, especialista en temas de desarrollo regional, me pidió responder un cuestionario sobre mi estado y municipio. Al final se me solicitaba enlistar jerarquizados los principales problemas de ambos espacios, y dudé un buen rato. El resultado de mi reflexión fue que el principal problema que confrontamos los guanajuatenses no es la carencia de empleos y oportunidades, la inseguridad pública, la emigración, la falta de capacidad de los gobernantes, el pasmo recurrente ante los desastres naturales, ni tampoco la creciente hegemonía monopartidista; no: al final concluí que más que las contrariedades anteriores, graves todas, es aún más comprometido el dilema medioambiental. Es en este aspecto donde estamos acumulando aceleradamente los mayores pasivos a nivel macro regional.
Primero, los guanajuatenses le hemos sustraído a nuestro entorno hasta la última gota de agua, y hoy nuestra entidad es enormemente deficitaria: consumimos 5.6 mil millones de metros cúbicos (mmm3), cuando la disponibilidad natural es de 4.1 mmm3. ¿De dónde sale el 35% deficitario? Del subsuelo. Desde hace décadas hemos venido abatiendo los niveles freáticos de la entidad hasta el punto del colapso. Un 88% de esa agua se va en el abastecimiento de una agricultura insaciable de agua, con tecnología de riego obsoleta y orientada por criterios eficientistas en lo económico pero lesiva en lo ecológico. Esto sencillamente es insostenible en el mediano plazo.
Hemos aniquilado los pocos bosques de la entidad. El avance en la deforestación y la erosión es visible a primera vista, y la tala clandestina se mantiene. Los leñadores y carboneros clandestinos siguen laborando en su oficio añoso, ante la falta de una perspectiva local de desarrollo para sus familias. No tiene la culpa el burrero que acarrea leños menudos o “tierra para las macetas” –en realidad hoja necesarísima para la recreación del humus del bosque--, sino los intermediarios y los menudistas que compran las cargas.
De Salamanca y la contaminación aérea qué más se puede decir de lo ya dicho hasta el cansancio. Es una vergüenza nacional que 400 mil salmantinos deban respirar mugre azufrosa todos los días, y sobre todo en las noches cuando RIAMA, Tekchem, CFE y otros depredadores, aprovechan la oscuridad para vomitar las peores exhalaciones del averno. Pero hay algo de bueno: el río Lerma ya no se ha incendiado desde hace ¿diez? años. Ya es algo.
Más de 3 mil 200 empresas de la entidad general residuos peligrosos, según la PROFEPA. Pero esta misma agencia confiesa que en el 2006 sólo pudo supervisar al 4.4% de las mismas. Falta de recursos, es la justificación. También ineptitud, digo yo.
Podríamos enlistar una enormidad de broncas ambientales. Yo sólo me pregunto: ¿Qué pasa con los tiraderos “municipales” y basureros clandestinos? ¿Y los rastros de pollos o ganado que contaminan ríos y drenajes? ¿Y las clínicas y hospitales que “tiran” sus desechos purulentos a la basura? ¿Y los “jales” de las minas? ¿Y las humeantes carcachas “chocolate”? ¿Y la simulación de las verificaciones vehiculares? ¿Y la polución criminal sobre la laguna de Yuriria; la patética pérdida de La Joya, y el deterioro de La Alberca en Valle de Santiago? Reconozcámoslo: somos zona de desastre.
Guanajuato capital no es diferente. Los “cultos” capitalinos no le tenemos respeto o cariño a la orografía bellísima de nuestro entorno, ni a sus especies vegetales y animales endémicas, ni a las corrientes de agua estacionales. Un constructor zafio y bribón decide aprovechar un contrato de obra pública para un nuevo acceso a la capital del estado, y se convierte oportunistamente en especulador urbano, construyéndose además convenientes “paradores ecológicos”. En el camino se ha llevado entre las zancas a uno de los paisajes más caros a los guanajuateños, y ha modificado irreparablemente un contexto natural. En el colmo de la desvergüenza otro constructor, miembro éste del ayuntamiento, justifica lo injustificable y sale con el cuento de que no hay tal daño, no hay tos: las plantitas desarraigadas de la zona están a salvo, guardadas para su posterior trasplante. ¡Qué previsores! ¡Qué fortuna de contar con celosos vigilantes del medio ambiente! Pero el auténtico daño ya fue propinado a los cerros y cañadas que inmortalizó el maestro Jesús Gallardo, él sí sensible a lo bello.
Lo peor está por venir: la venganza de la naturaleza suele ser terrible. Ya veremos las consecuencias sobre el “nuevo acceso” cuando el régimen de lluvias arrastre los adefesios de tierra. Recuerden que esto ya sucedió cuando se inauguró el anterior “nuevo acceso” a la ciudad, por 1998, cuando en las primeras lluvias la orgullosa obra ingenieril fue arrastrada hacia el río. Pero no hay problema: en un año habrán desaparecido los responsables.

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