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viernes, 23 de febrero de 2007

Reformar a la universidad, I

Es inminente la discusión en el seno del Congreso del Estado de la iniciativa de reforma a la Ley Orgánica de la Universidad de Guanajuato, con lo que al fin daría inicio la puesta al día del diseño institucional y académico de esa casa de estudios, que desde hace medio año se ha mantenido en la congeladora legislativa. Me sirvo de estas líneas para debatir con algunas voces que se han hecho escuchar tanto en las páginas de Correo como en otros medios y en la propia cámara. Esto porque he percibido que muchas percepciones basadas en la repetición de dichos sin sustento real, se están convirtiendo en verdades artificiales. Primero, el dicho de que la mencionada reforma no ha sido suficientemente analizada ni debatida al seno de la comunidad universitaria. Si esto fuera cierto, significaría que la presente reforma –que lleva en discusión desde el 2001— puede mantenerse en debate por varios años más, sin que nunca nos pongamos de acuerdo con el modelo y fines de la universidad que queremos y podemos tener. Para cuando haya una propuesta “consensuada” ya habrán surgido otras voces que la objeten.
Segundo, se dice que el modelo propuesto incrementará la burocracia y la jerarquía administrativa. Antes de argumentar sobre esto hay que llegar a un acuerdo básico: ¿Debe o no expandirse la oferta en educación superior pública en el corto y mediano plazo? En lo personal estoy convencido –así como muchos de los críticos de la reforma-- de que es urgente crecer cuantitativa y cualitativamente para coadyuvar en el pleno aprovechamiento del excepcional bono demográfico del que gozará este país hasta el 2030. Después de ese año de poco servirá formar capital humano, pues se habrá cruzado el umbral que existe entre las naciones jóvenes y las que envejecen rápido y pierden su capacidad de renovarse. Es ahora o nunca. Pero crecer bajo el modelo vigente condenará a la UG a la macrocefalia y la centralización incompetente. Será entonces cuando la burocracia universitaria cuente con el mayor poder imaginable, gracias al control omnímodo de los recursos financieros, humanos y materiales. Para evitarlo hay que optar por un modelo descentralizado, que delegue facultades en las figuras propuestas de campus y divisiones, junto con sus órganos colegiados. Cada campus regional definirá su modelo de desarrollo considerando las necesidades de su entorno concreto, y no con base en las decisiones de un Rector lejano o un Consejo Universitario voluminoso y torpe. Es posible que se requiera contratar más profesionales de la administración, así como a profesores y personal de apoyo, pero no será para engrosar una burocracia central, sino para llevar servicios educativos de primera mano a nuevos y más numerosos usuarios.
Tercero, que la reforma perpetúa esquemas autoritarios de gobierno interno y abjura de mecanismos democráticos. Un colega mencionó los ejemplos de las universidades de Aguascalientes, Michoacán y Querétaro y su sistema de elecciones abiertas para la selección del Rector. Francamente los tres ejemplos –a los que se pueden adicionar Zacatecas, Sinaloa, Guerrero y otros- parecen apoyar lo contrario: la necesidad de buscar otro esquema, pues la elección abierta ha desgastado y viciado las relaciones internas entre los factores reales del poder universitario en esas instituciones. Concuerdo en que el sistema previsto en el proyecto de ley, que mantiene el anacrónico mecanismo del Colegio Directivo --sólo que ahora aumentado con dos miembros externos que serán mayoriteados sin piedad por los siete internos-- debería replantearse. Pero de ninguna manera podría yo coincidir en un esquema de elecciones abiertas. Una educación superior de calidad no puede ser plebiscitaria o puesta en consideración de no especialistas. Hacerlo así nos condenaría al imperio de la conveniencia de los grupos de interés y de prioridades extra educativas. Experiencias de este tipo de populismo académico, hay demasiadas.
Cuarto, que el modelo departamental representa la desaparición de unidades de rancia tradición, lo que redundará en demérito de la venerada “colmena legendaria”. Esto es un disparate. A pesar de los esfuerzos que muchos de los que conocemos el modelo propuesto hemos realizado, pervive una gran confusión sobre su funcionamiento. La universidad ha avanzado mucho en su organización académica con base en los cuerpos académicos, que hoy día no reflejan necesariamente el esquema vigente de escuelas, facultades e institutos. Pero sí serán la base de los nuevos departamentos, cohesionados por el trabajo efectivo en áreas comunes del conocimiento. Es en esos cuerpos de profesores donde descansa la tradición y la calidad de esta institución, no en membretes añosos. Las actuales unidades son camisas de fuerza, compartimentos estancos que impiden la colaboración con el resto del conjunto universitario. Aquí lo dejo; prefiero dejar más temas para la siguiente colaboración.
Antes de terminar, debo agradecer al área de comunicación social de la PROFEPA su reacción ante el contenido de mi artículo de la semana pasada. La información proporcionada a este opinador por esa procuraduría es pertinente e interesante, y refleja la seriedad con que se conduce la institución. Pero más que las cifras reportadas, los ciudadanos deseamos ver esas acciones evidenciadas en un entorno libre de polución y suciedad. Su éxito nos conviene a todos.

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