La “colmena” está alborotada. Las convocatorias, casi simultáneas, para elegir a los directores de división y los de departamento de los cuatro campii de la Universidad de Guanajuato, están causando reacciones encontradas tanto de entusiasmo -sobre todo entre los que han apuntado en el proceso como de desazón y duda, en particular entre el personal de apoyo. La vieja institución se agita en una especie de estertor provocado por la reforma institucional, ajustada a los tiempos acelerados y perentorios que se fijaron en la ruta crítica de la nueva ley orgánica. Como todo movimiento, estas agitaciones tienen puntos benéficos y otros perjudiciales; entre los primeros podemos señalar la sacudida de viejos usos y esquemas de trabajo que condujeron a la centralización y la ineficacia corporativa. También señalaría la renovación generacional que es esperable de esta transformación. Los procesos de selección y concurso se han descentralizado y hay más actores involucrados que los que eran posibles en el viejo modelo de escuelas, facultades e institutos. Los liderazgos académicos naturales deberán aquilatarse y aprovecharse si se quiere transitar por la vía de la actualización funcional, y tengo esperanza de que en la ponderación pese más el proyecto que plantee cada candidato, que la “experiencia” del mismo, pues con frecuencia se confunde antigüedad con sapiencia.
Entre lo negativo señalaría que, como en todo proceso de competencia, siempre salen a relucir las mezquindades humanas en forma de descalificaciones gratuitas -como las que se escuchan en los pasillos y nunca de forma abierta-, los prejuicios sociales -de género, de edad, de nacionalidad, de ideología-, el interés egoísta de preservar espacios de poder, y la llana envidia personal. Esos factores inducen mucho “ruido” en estas renovaciones, y el verdadero riesgo es que los tomadores de decisiones les presten oídos. Todo psicólogo de las organizaciones sabe de estos fenómenos, que pesan tanto en las corporaciones sometidas al cambio.
Me preocupa que se haya decidido traslapar los procesos de selección divisionales y departamentales, pues ambos se pueden contaminar mutuamente o bien generar situaciones futuras de incompatibilidad entre autoridades unipersonales. En toda organización existen discordias personales. Bien puede suceder que un director de división tenga que trabajar con uno o varios directores de departamento que no comparten su visión y proyecto. Por ello opino que los divisionales, cuando están definidos, deben poder opinar sobre la elección de sus subalternos departamentales, pues de otra forma se prohijarían conflictos futuros. Otro efecto del mecanismo seleccionado es que los candidatos que se registraron para buscar conducir las divisiones, están imposibilitados, por el traslape de los tiempos, para optar por una dirección de departamento. Algunos de los que hoy son directores de unidad quedarán fuera del juego por esta razón. Afortunadamente el dispositivo actual es temporal, pues la ley orgánica prevé que sean los consejos divisionales -que aún no existen- los que propongan al rector de campus los candidatos a directores de departamento, propiciando así la intervención de los representantes de los docentes y los estudiantes de la división, así como el director de la misma.
Sesenta y tres autoridades unipersonales deben ser seleccionadas, antes de poder dar inicio a la integración de las autoridades colegiadas: los consejos de división, de campus y el general universitario, en los que intervendrán representantes electos por los profesores y los estudiantes, y en el caso del último consejo, un representante del personal administrativo. Con ello la reforma institucional culminaría, y podríamos así avanzar en la necesaria reforma académica orientada a responder mejor a los requerimientos educativos de las regiones y sectores sociales. El año próximo yo esperaría que estuviésemos discutiendo, al interior de cada campus regional, sobre mejores modelos de enseñanza, nuevas estrategias y temáticas de investigación, renovadas modalidades de extensionismo social y cultural, y sobre nuevos programas de licenciatura y posgrado que respondan mejor a las exigencias de un entorno postindustrial.
La universidad pública estatal se está expandiendo numérica y geográficamente. Hasta el momento ha logrado mantener la calidad certificada de la gran mayoría de sus actuales programas. Hace poco pude consultar el ranking de las cien mejores universidades mexicanas que publicó Camila Villegas en la revista Selecciones hace pocos meses (www.selecciones.com.mx/content/openContent.do?contentId=21665), donde se ubicó a la UG en el lugar 28, detrás de instituciones tan prestigiosas como la UNAM, el ITESM, el IPN, la UIA, la UAM, la UAG, el ITAM, la UANL, la UDLA, la lasallista, la UVM, la UdeG y otras pocas. Entre las universidades públicas estatales ocupó el lugar 11. Sin embargo hay otras mediciones, como las de la SEP, que la ubican entre las cinco mejores estatales del país. Estas evaluaciones se pueden mejorar con la acentuación de las medidas que se han aplicado desde que se obtuvo la autonomía en 1994: mejora en la planta profesoral, modernización de la infraestructura, evaluación externa permanente, estímulos a la productividad, incentivos a la competitividad, planeación de largo plazo, atención a la pertinencia social, internacionalización creciente, incremento de becas estudiantiles, fomento de la investigación vinculada a la docencia, y un dinámico programa de extensión artístico-cultural complementado con el extensionismo social y productivo. Rubros que habrá que recuperar en el Plan de Desarrollo Institucional 2011-2020.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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