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viernes, 27 de mayo de 2011

Espacios sustentables

Espacios sustentables

Publicado en Milenio de León.

El día de hoy (viernes 27 de mayo de 2011) culmina en la ciudad de Guanajuato el “Primer Foro Internacional Interdisciplina y Espacios Sustentables”, que impulsó y desarrolló el Campus Guanajuato de la universidad del estado. Más de 400 ponentes y conferenciantes provenientes de la entidad, del país y del extranjero abordaron el tema de la sustentabilidad desde ópticas tan distintas como la de la gestión científica y tecnológica, el desarrollo urbano, la migración internacional y la interna, el papel social de la ciencia, el aprovechamiento racional de los recursos naturales, la viabilidad de los modelos de desarrollo actuales, las alternativas a futuro de un planeta sobrecargado, la educación y sus nuevos paradigmas, y muchos otros temas específicos.

La conferencia magistral inaugural, “Biotecnología y desarrollo sostenible”, estuvo a cargo del académico español y doctor en biología Julio Polaina Molina. El conferencista, del Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos de Valencia, sembró las primeras inquietudes en el público, particularmente en un momento en que en nuestro país se vuelve a plantear la cuestión de los cultivos alterados genéticamente. Desde ahí comenzaron los primeros debates acerca de la sustentabilidad y el desarrollo social y económico, que preocupan mucho a la clase pensante de nuestro país y de los países metropolitanos. La verdad es que desde los tiempos más lejanos los seres humanos hemos modificado genéticamente a las especies que hemos sabido “domesticar”; la diferencia es el tremendo alcance actual de nuestra tecnología biológica, que nos obliga a plantear nuevos problemas de bioética.

A mí me tocó participar anteayer en la mesa siete, denominada “Impacto del desarrollo en la sustentabilidad local, regional y nacional”, junto con urbanistas, politólogos, economistas, tecnólogos e ingenieros. Me permito compartir algunos argumentos provenientes de mi ponencia.
Afirmé que desde fines de los años cuarenta, en nuestro país se impuso el modelo económico desarrollista que buscó aprovechar la ventana de oportunidad que abrió el conflicto bélico mundial que se desató entre 1939 y 1945. El papel que había cumplido hasta entonces México era el de simple exportador de materias primas, como lo fueron los metales preciosos, el petróleo, el henequén, la grana cochinilla, las maderas finas, el cacao y muchos otros productos sin valor agregado.
La industrialización que se desató durante el sexenio de Miguel Alemán (1946-1952) pretendió establecer las bases del nuevo modelo de desarrollo “hacia adentro”, que buscó abastecer el creciente mercado nacional con bienes manufacturados por parte de empresas transformadoras mexicanas. El desarrollismo no paró mientes en el respeto al entorno natural y social. Lo prioritario fue el crecimiento económico sin importar demasiado las consecuencias de todo tipo que se irían acumulando durante los años en que imperó este modelo y los siguientes. Cuando este “desarrollo estabilizador” hizo crisis en los años ochenta, fue sustituido por el actual modelo neoliberal que abrió indiscriminadamente las puertas del país a productos extranjeros, buscando así estabilizar los desequilibrios económicos internos y paliar los devastadores efectos de las crisis económicas de las llamadas “décadas perdidas” de los ochenta y noventa.
Sin importar el modelo de desarrollo adoptado, nuestros gobiernos nacionales han descuidado sistemáticamente los efectos nocivos que el crecimiento económico indiscriminado ha cobrado sobre los diferentes nichos ecológicos de las regiones del país. También se han despreciado los efectos sociales, como lo fueron la megacefalia urbana, el centralismo, la explosión demográfica y la imposibilidad del Estado para proveer a la población de servicios públicos básicos, como la seguridad pública, la educación de calidad, la salud con calidez y suficiencia, y las comunicaciones, que todavía hoy son anacrónicas e insuficientes.
El fomento indiscriminado del crecimiento en las últimas seis décadas se ha traducido en la devastación generalizada de los ecosistemas regionales. Desde el norte hasta el sur, México exhibe cientos de casos de desgaste severo de sus recursos naturales, sus tierras, sus aguas y su aire. Por ejemplo, hemos talado o quemado más de la mitad de nuestras selvas y bosques tropicales para atender las necesidades de la industria petrolera o de la ganadería extensiva. Las tierras se contaminan con desechos sólidos de nuestras ciudades, y con agroquímicos de nuestra agricultura. Las aguas son cada vez más escasas e invadidas por sustancias peligrosas de nuestras industrias.
El paradigma del desarrollo está hoy atravesando por una magna crisis a nivel mundial, particularmente en Europa. Ya nadie cree en los beneficios del crecimiento económico desarrollista. Se cuestiona cada vez más la noción de “progreso”, las virtudes de la libre competencia y el papel marginal del estado. Se habla ya de un fracaso histórico del desarrollo, y se demanda adoptar una visión de más largo plazo, comprometida con la sobrevivencia del planeta y de sus especies vivas, entre las que nos contamos los seres humanos, aunque no queramos.
Las sociedades con una ciudadanía madura demandan asumir una posición más responsable con nuestro entorno natural, cultural y social, y reconocer que el crecimiento económico, el bienestar material y el hedonismo tienen un costo enorme en el mediano y largo plazos. El planeta no puede ser sustentable de esta manera. Y nuestra especie puede pagar un duro precio por estas pocas décadas de consumo conspicuo e irresponsable.

Aproveché para recordar el movimiento social que durante el segundo semestre del año pasado se opuso a la intención de las autoridades municipales de Guanajuato capital de urbanizar las faldas del cerro de La Bufa, empecinadas en el viejo esquema del desarrollo inmediatista. La sociedad civil organizada supo parar en seco un proyecto de urbanización obtuso. Casos similares estamos viendo hoy en el norte de África y en la Plaza del Sol de Madrid: la sociedad organizada que le dice ¡no! a sus gobiernos.


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