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viernes, 3 de junio de 2011

De zorros y leones

De zorros y leones

Publicado en Milenio de León.

El ejercicio de la política en nuestro país ha caído en un franco cinismo en el ejercicio del poder. Poco importa la ética pública, el compromiso con la legalidad y el respeto por los opositores, así como por los ciudadanos comunes. Los que nos dedicamos al estudio –que no ejercicio- de la misma no somos ingenuos ni pretendemos que los políticos se comporten como apóstoles del bien común ni mártires en la lucha por la moral pública. No, para nada. Sabemos que la clase política en todos los países responde a intereses que rebasan por mucho las plataformas y los principios partidarios. Hay un compromiso tácito, nunca confesado, con la preservación del poder muy a la manera como Maquiavelo se lo recomendaba al príncipe, en su capítulo sobre el modo de cumplir las promesas: “Nadie deja de comprender cuán digno de alabanza es el príncipe que cumple la palabra dada, que obra con rectitud y no con doblez; pero la experiencia nos demuestra, por lo que sucede en nuestros tiempos, que son precisamente los príncipes que han hecho menos caso de la fe jurada, envuelto a los demás con su astucia y reído de los que han confiado en su lealtad, los únicos que han realizado grandes empresas.” Y continuaba: “conviene que el príncipe se transforme en zorro y en león, porque el león no sabe protegerse de las trampas ni el zorro protegerse de los lobos. Hay, pues, que ser zorro para conocer las trampas y león para espantar a los lobos.”

Los políticos mexicanos han demostrado ser alumnos adelantados del consejero florentino. Aplican sus lecciones sin importarles que la consecuencia inevitable sea el descrédito social generalizado de la clase política, que hoy día le merece la menor de las confianzas a la sociedad mayor. México padece, entre muchas otras cosas, del desprestigio generalizado de sus hombres y mujeres en el poder y en la representación social. Y es que nuestros políticos han resultado más zorros que leones, y cultivan más la intriga palaciega que la atención decidida a los males y necesidades de sus gobernados o representados.
En Guanajuato, donde se practica desde hace mucho la política zorruna, florentina, enmascarada, hemos refinado el arte de la doble cara, del decir y no hacer, de la pretensión declarativa de moralidad pero con la ejecución de acciones sin escrúpulos. Algo sé del asunto, luego de terminar un libro histórico sobre los cien años de partidos políticos en nuestra entidad, a cuya presentación, querido lector o lectora, te invito este viernes 10 de junio a las 17:00 en el auditorio general de la Universidad de Guanajuato. Invita el Instituto Electoral del Estado de Guanajuato (IEEG), que promete obsequiar un ejemplar a cada asistente que se registre. El comentarista será el doctor Leonardo Valdés, presidente consejero del IFE, profesor con licencia de nuestra universidad, y mi querido amigo.

Retornando al tema, diré que mi capacidad de asombro se ve rebasada de tanto en tanto. El último evento me tocó personalmente, cuando en un nuevo tour de force las mayorías parlamentarias de nuestro congreso local rompieron un compromiso político con la tercera fuerza y nombraron a un consejero ciudadano del IEEG más afín a la pasividad a la que han condenado al consejo general del instituto. Inercia que quiso romper su actual presidente, quien por ello se ha echado encima la mala vibra de los partidos.
Desde hace tiempo se ha optado por la endogamia, convirtiendo a la “representación ciudadana independiente” que debe conducir la institución, en rehén de los partidos. Antes, en tiempos del viejo autoritarismo, la Comisión Electoral del estado se mantenía bajo el control estrecho del Ejecutivo, que incluso la presidía mediante el Secretario de Gobierno. Hoy ese control ha migrado hacia el Legislativo, pero el rumor de pasillo afirma que es un disfraz, pues se mantiene el control del Ejecutivo, que interviene en los hechos para imponer consejeros. Se evade así la reforma legal que en el 2008 le enajenó al gobernador la capacidad de proponer candidatos a esas posiciones.
Es triste constatar que los políticos y los partidos abjuran de los principios que en algún momento de sus historias les honraron. El poder corrompe, no cabe duda. Y hasta el partido con la tradición cívica más brillante, que apostó a la “brega de eternidad” en la formación de ciudadanos demócratas, es capaz de emular los peores hábitos del pasado con tal de afianzar un control político que muy poco ayuda a rescatar el prestigio social de la política.

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