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viernes, 14 de mayo de 2004

La autonomía y sus asegunes

La Universidad de Guanajuato celebra los primeros 10 años de haberse concretado su autonomía. Este anhelo, que antes de 1994 no era compartido por muchos (aunque ahora todos se suben al carro de los créditos), vino a reconocerle integralmente a esta institución su dignidad como espacio franco a la circulación de las ideas, sin más límite que el respeto y la altura de miras. La transformación superadora de esta casa de estudios es algo innegable. Tan sólo hay que recordar la inveterada sujeción a los mandatos de los gobernadores en turno, que en no pocas ocasiones ignoraron y lastimaron el decoro universitario, al darle a su comunidad un trato burocrático y soberbio. Pero por supuesto, habrá más de algún malicioso que podría espetarme: ¿y eso realmente ha cambiado con la autonomía?
El autogobierno es un logro no menor para una entidad que debe regirse por prioridades académicas y no político-administrativas. Claro, tampoco podemos afirmar que la universidad es hoy ajena o independiente de los agentes externos, particularmente los poderes públicos. La interacción es siempre necesaria y sería ingenio negar que se dan influencias mutuas. Además, a una década de la autonomía uno de los actores principales de ese proceso, Juan Carlos Romero Hicks, ocupa hoy la titularidad del ejecutivo estatal. El fue un Rector poderoso, con la circunstancia de haber sido el último nombrado por el gobernador y el primero en ser electo por los órganos internos que creó la autonomía. Su parecer sigue siendo escuchado y sin duda influye informalmente sobre la política interna de la institución. Su carácter de universitario le da el derecho, pero su investidura actual representa un plus que no es posible ignorar.
Esto podría ser considerado como una amenaza real o potencial para la autonomía de la institución académica. La situación ha sido muy debatida en algunos momentos críticos, como cuando el exrector Ojeda fue invitado a colaborar con el gobernador. Creo que esto evidenció una intencionalidad velada que, sin violar la autonomía, alteraba los balances internos de la corporación, y al final se tradujo en un cambio de estafeta que pudo intuirse como orquestado desde el exterior de la misma. La autonomía no se violó nunca: sólo se ejecutó una buena jugada, mitad ajedrez, mitad carambola de dos (o incluso tres) bandas.
La lucha por la autonomía no fue nunca una causa popular antes de 1994. Su concreción no fue resultado de ninguna movilización de profesores, trabajadores o estudiantes. Los movimientos internos fueron escasos y poco nutridos, como el que protagonizó el Grupo Universitario a principios de los noventa, cuando sus integrantes año con año tomábamos por asalto espacios como la sala de prensa del Festival Cervantino para hacer inflamadas demandas públicas en pro de la autonomía. Al final el proceso se definió a partir de acuerdos tejidos en las cúpulas del ejecutivo y del legislativo, amén de la activa intervención del propio liderazgo universitario.
La celebración que realizará la Universidad de Guanajuato este lunes 17 en su auditorio principal será ocasión para que se reanime el debate, tanto interno como externo. Y cabría hacerse preguntas provocadoras, como hasta qué punto la autonomía se ha traducido en una real superación académica; o si realmente se ha traducido en una mayor participación de los universitarios en la toma de decisiones que los afectan; si la institución ha aprendido a manejar responsablemente su libertad; si ha sabido responder a la sociedad que le acordó su autoregencia; si su libre albedrío permitirá fomentar el pensamiento crítico, incluso rebelde; si sabrá reconocer con tolerancia las diferencias existentes entre los componentes de su comunidad interna, así como los de la comunidad externa; si en realidad no existe un latente “miedo a la libertad” (Fromm dixit) que se traduce en conformismo y apatía; en fin, podríamos seguir cuestionándonos sobre las bondades y los asegunes de la autonomía, pero preferiría concluir que siempre será preferible una libertad parcializada o influenciable que la sujeción lastimosa a la que se sometía la institución antes de 1994.

sábado, 1 de mayo de 2004

El pleito del agua II

El interminable asunto del diferendo sobre las aguas de la cuenca Lerma Chapala obliga a seguir reflexionando sobre el asunto. El viernes pasado se reunió en Querétaro la Comisión de Evaluación y Seguimiento del consejo de la cuenca, donde se “mayoriteó” a los representantes de Guanajuato y se asumió el acuerdo de destinar la totalidad de los excedentes de agua de los depósitos de la región en caso de que Chapala baje su volumen a 3 mil 300 millones de metros cúbicos, el 42% de su capacidad, el 1 de noviembre. De inmediato el gobernador Romero Hicks hizo saber que dicho acuerdo no tenía aún carácter de mandato, no hasta que la CNA realice una evaluación integral de las opciones de la cuenca. Fue más bien una reunión “consultiva”. Ricardo Sandoval Minero, el titular de la comisión guanajuatense del agua, amplió esta explicación en un estupendo artículo reciente donde explicó con mucha claridad los diferentes planteamientos técnicos que se han barajado en el consejo. Asegura que Guanajuato se inclina por el proyecto más integral, que no se limite tan sólo al rescate del cuerpo de agua chapalense (un espejo de agua, más que un lago), sino a la viabilidad social y económica de la región.
Curioso yo, decidí consultar los medios impresos jaliscienses para explorar cómo se ve este pleito desde allá. Revisé las abundantes notas que sobre este tema se han publicado en el diario Mural, que es parte del grupo Reforma. Lo primero que llama la atención es el radicalismo de las posturas expresadas por personajes como el impulsivo gobernador Ramírez Acuña, su folklórico secretario de gobierno Pérez Plazota y el titular de la CEAS, el peripatético damnificado del 22 de abril Dau Flores. Este último, por ejemplo, argumentó que los guanajuatenses avalaron con su presencia (aunque no con su voto) el acuerdo tomado, y que sin embargo “hay agua para todos” (he de suponer que se refiere al agua de los drenajes del sector Reforma… es broma).
Ramírez Acuña ya ha acumulado un rosario de citas célebres sobre este asunto, y todavía le agrega esta perla: “espero que entiendan los señores de Guanajuato [a las señoras ni las pela] que no hay ningún capricho de Jalisco, sino al contrario, estamos sí muy comprometidos para conservar el Lago más grande de México”. Y remata: "Chapala le da subsistencia hidrológica a la propia cuenca y que, pues ellos tienen que entender que si sobrevive Chapala sobrevivirán ellos como empresarios del campo, como agroproductores, como agricultores". A pesar de su estrambótica forma de expresarse algo entendí, y me pregunto: ¿el agua escurre para arriba? ¿Chapala propiciará más lluvias? ¿los agricultores transportarán sus productos en chalupas gracias al lago? No se entiende la lógica del gobernador vecino.
El 25 de abril Mural cabeceó: “Gana pleito Jalisco contra Guanajuato”. Es claro que el asunto no ha sido asumido en los medios de esa entidad como un tema de interés regional y ambiental, con consecuencias integrales que rebasan a la situación del lago de Chapala. No es posible que se aborde esta cuestión como un “pleito” donde el que gana es que tuvo “más pantalones”. Las declaraciones de casi todos los actores jalisquillos (diputados locales y federales, sus dirigentes de cámaras, sus funcionarios del ejecutivo) se regocijan de la posición maximalista de sus representantes, quienes incluso han llegado al extremo de vincular los debates con el asunto de la posible construcción de una presa sobre el río Verde, que ya pertenece a otra cuenca. Se asume así una franca posición de chantaje, donde el gobernador tapatío no se ha dejado apantallar ni por las amenazas del presidente Fox: “si no hay dinero federal, el Gobierno jalisciense asumirá por completo los costos [de la construcción de la presa de Arcediano], que suman 3 mil 200 millones de pesos obra para el abastecimiento de agua de Guadalajara.”
Si somos rigurosos, habría que reconocer que el Lerma es un río en crisis, que se vio privado desde hace cuarenta años de sus ricas raíces en Almoloya del Río, todo para poder surtir del agua al pozo sin fondo del Distrito Federal. Si buscáramos una solución más integral deberíamos demandar una disminución en los aportes al DF y una mejoría sustancial en el aprovechamiento de los afluentes del Lerma a lo largo de todo el trayecto. Todo esto suena extremadamente difícil, ante la enorme complejidad social de la región centro occidente del país. Pero no nos queda de otra. No podemos seguir jalando de una cobija que ya dio de sí; más bien hay que acomodarnos nosotros, los seres humanos, para que nos alcance a todos lo mejor posible, aunque sea un cachito, pero bien aprovechado. Hay que debatir con argumentos técnicos y de largo plazo. Las obras faraónicas no serán respuesta, sino paliativo: dentro de 20 años las broncas serán peores, y entonces sí serán los pantalones, y no las razones, los que definan a los ganones (permítaseme la involuntaria rima).