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viernes, 24 de junio de 2005

Visión desde la frontera norte: sociedad

Los 37 municipios fronterizos que se despliegan en las seis entidades mexicanas de la frontera norte exhiben un calidoscopio social que con frecuencia es ignorado por los paisanos del centro y sur del país, que tendemos a considerar a la región norteña como un todo integrado. Y no es raro que recurramos incluso a los estereotipos y los prejuicios que nuestra ignorancia ha construido con el tiempo. Pero nada es más erróneo: el enorme trecho de 3,200 kilómetros de línea fronteriza es un espacio dilatado tanto en términos geográficos como humanos. La frontera no es una entidad homogénea, aunque sí comparte muchas condiciones que la particularizan frente al resto del país, sobre todo el situarse al costado de una de las sociedades más desarrolladas del mundo tanto como en lo económico como en lo político. Y evidentemente hay intercambio entre comunidades permeables a lo diferente.
No es raro que los mexicanos “del centro” les adjudiquemos a los “norteños”, y aún más a los fronterizos, un pretendido malinchismo acrítico y embobado, pues queremos ver en ellos el paradigma del entreguismo que nos debilita como nación y corroe nuestra identidad. La influencia cultural, económica y social de “los gringos” se percibe como un cáncer maloliente que nos debilita y nos subyuga. Y creemos que es en la frontera donde esta penetración es más profunda y radical, favorecida por una sociedad local débil, sin identidad y sumergida en una crisis existencial permanente por el hecho de convivir cotidianamente con la seducción del primer mundo y la desesperanza del tercero.
Un año de vivir en Tijuana me ha dado una perspectiva diferente de la sociedad fronteriza mexicana. Reconozco que los “del centro” mal juzgamos a nuestros paisanos que se ubican en la vanguardia más extrema de nuestra cultura latina y que se ven obligados a convivir, no a guerrear, con el temido enemigo sajón del norte. Contrariamente a nuestros prejuicios, la cultura mexicana es más vigorosa en el norte gracias a la cotidiana convivencia con la “otredad”, con el diferente, con el extranjero. El malinchismo no se percibe de manera diferente a como lo experimentamos en el resto del país. No hay renuncia a lo que somos, sólo hay aceptación hacia lo que no somos: hacia el gringo, hacia el “americano” –dicho por acá en todo de respeto— que no representa al enemigo, sino al vecino, al socio, al cliente o al empleador.
Los valores de la “mexicanidad” –si ello existe— son vigorosos en la frontera y no sufren menoscabo entre nuestros paisanos que viven en “la línea”. La sociedad fronteriza es pragmática y realista, y hace tiempo dejó atrás los resabios del odio que nos heredó la guerra de 1847. Sencillamente se ha aceptado la realidad imparable de que en esta región –en la que se incluyen 25 condados norteamericanos-- se está construyendo una “tercera nación”, tan diferente de la sociedad mexicana como de la anglosajona. Son comunidades que se han visto influidas por el sentido práctico y eficientista de sus vecinos, y enfrentan el reto de vivir lejos de los focos sociales de México y demasiado cerca de regiones tan ricas de los Estados Unidos como San Diego-Los Angeles o San Antonio-Dallas-Houston. Por ejemplo, el condado de San Diego es 17 veces más rico que Tijuana y Los Angeles genera más riqueza (PIB) que todo México. El desequilibrio económico es correspondido con un desequilibrio social mexicano que hacer terrible el contraste que se percibe desde la frontera con respecto a los vecinos anglos.
Pro sin duda no es lo mismo vivir en la frontera bajacaliforniana que en las fronteras de Sonora, Chihuahua o Tamaulipas. La experiencia social fronteriza es diferente en Nuevo Laredo que la que se vivencia en Juárez o Mexicali. Cada una de las ciudades, en particular las que tienen una “ciudad gemela” al otro lado de la línea, ha desarrollado estrategias diferentes que la particularizan y le dan identidad. En Tijuana o en Juárez hay pocas opciones además de la industria maquilera. En cambio en Mexicali florece la agricultura comercial y los servicios. Nuevo Laredo y Matamoros tienen su fundamento en el comercio internacional y regional, sin dejar de lado la producción industrial. Cada espacio se corresponde con una sociedad diferente, que ha sabido construirse un modo de vida próspero, aunque diferente. Sólo la tolerancia hacia el otro explica la apertura y el carácter liberal de las comunidades de la frontera.

viernes, 17 de junio de 2005

Visión desde la frontera norte: violencia

El operativo “México seguro” que ha implementado el gobierno federal en las ciudades más violentas del país, particularmente las de la frontera norte, confirma involuntariamente que el Estado mexicano ha perdido el control sobre la seguridad nacional y los grupos organizados que violentan la ley. Es un aspaviento desesperado el desplegar --de forma temporal necesariamente— a unos pocos miles de agentes de la PFP, AFI, PGR y demás corporaciones cuando es claro que las bandas tienen un enorme poder de recuperación y de adaptación ante las medidas policiales. La guerra contra la delincuencia organizada se lleva al campo policial y de reacción represiva, pero no se está atacando ninguna de las raíces del problema, que por supuesto escapan de las manos de una sola administración federal pero que ya deberíamos estar atendiendo en el largo plazo.
En la frontera se decantan esos problemas de seguridad pública. En esa región se mueven centenares de millones de dólares gracias a los tráficos de drogas, de personas y de contrabando. Su poder de cooptación es brutal: pocos pueden soportar la tentación de obtener ganancias demenciales violando la ley. Las mismas policías son reclutadas para asegurar el buen desarrollo de dichos tráficos ilegales, y eso no va a cambiar con este ni con otros operativos temporales que sólo taponean carreteras y sitios públicos con el afán de que sean visibles para los ciudadanos honestos, y que estos reciban el falso mensaje de que algo se está haciendo en este ámbito.
Los constantes regaños gringos sólo ponen en evidencia que al final será nuestro país el que pague los platos rotos de la decadencia humana del imperio del norte. Los mexicanos, junto con los colombianos y otros latinoamericanos, somos desde hace rato los nuevos malosos dentro del imaginario colectivo que ha construido esa mitad conservadora de norteamericanos que purga su mala conciencia culpando a otros de sus fatalidades. Van a tardar mucho tiempo en darse cuenta de que los enervantes y su consumo deben ser regulados, no prohibidos, para así evitar su tráfico ilegal, que es la verdadera fuente de la violencia, junto con la pobreza de nuestros pueblos.
La violencia social en México floreció a partir de las crisis económicas que lanzaron a toda una generación de mexicanos a los brazos ásperos de la pobreza. No hay más responsable de nuestra actual descomposición social que la angustia de millones de familias, que buscan sobrevivir incluso acudiendo al ilícito y a la violencia. Las leyes del mercado han actuado desalmadamente sobre un campo propicio, como el mexicano, y propiciaron una guerra que el Estado nunca podrá ganar. Los carteles de crimen cuentan con centenares de secuaces y esbirros, incluso comandos como el de los zetas, con los que pueden liquidar a quien se les antoje con total impunidad. No hay prevención de la delincuencia, sino reacción a la misma, torpe y tardía. Los cuerpos policiacos siguen siendo centros de capacitación para los futuros sicarios del crimen. No existen los sistemas de inteligencia que penetren y desarticulen a la delincuencia organizada. Los gobiernos carecen de recursos para profesionalizar las corporaciones y estas deben enfrentar a un enemigo pertrechado y modernizado, que se arma además con el poder corruptor del dinero. Así nomás no se puede ganar.
Vivir en la frontera mexicana es vivir en el temor de verse envuelto en el fuego cruzado entre criminales y autoridades. Para colmo a veces ni siquiera se puede distinguir entre uno y otro. Por ello la sociedad se retrae y se pertrecha, se vuelca sobre sí misma. La calle deja de ser un lugar seguro. Las familias se aíslan y los niños crecen con nuevos temores, desconocidos para sus abuelos. Peor si eres mujer, porque entonces caes en la mira de sociópatas que descargan sus frustraciones personales sobre los miembros débiles del conjunto social. Las muertas de Juárez son resultado evidente de una sociedad que se odia a si misma y desgarra sus entrañas. Pero también los niños, los ancianos, los minusválidos y demás sectores vulnerables son parte de la agresión comunitaria. La ley no existe en la cotidianidad fronteriza: sólo la fuerza violenta, ya sea de bandidos o de policías, parece ser respetada como argumento social. Y la verdad es que ya no se puede seguir así. Es urgente que hagamos algo, sobre todo nosotros, los ciudadanos de a pie.

viernes, 10 de junio de 2005

Precampañas sin fin

Han transcurrido ya casi nueve años desde que el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) recibió modificaciones sustanciales, en octubre de 1996, que pudieron ser consideradas como una auténtica reforma político electoral de largo aliento. Después de esa fecha la norma mencionada ha sido objeto solamente de modificaciones menores; tal vez la más destacada es la que continúa en proceso, referente al voto desde el exterior. Es decir que en el ámbito político nuestro país se ha estancado --por lo menos a nivel de la normatividad-- en un estadio previo al que uno podría esperar luego de la alternancia presidencial en el 2000. No se ha concretado una auténtica reforma del Estado, uno de cuyos componentes básicos sería el de establecer mecanismos electorales más ágiles, confiables y previsores. Liberar controles excesivos y caros, pero ajustar los cabos sueltos, como las precampañas, el financiamiento y el acceso a medios.
Esta es la razón por la cual hoy día padecemos como uno de los males nacionales el de la extensa calentura preelectoral, que introduce un elemento indeseable de incertidumbre al resto de los elementos del conjunto social y productivo. Es impresionante que a 13 meses de las elecciones federales nos encontremos ya en plena efervescencia política provocada por los afanes personales de líderes acelerados, así como las ambiciones miopes de partidos y elites hegemónicas. El presidente de la república ha renunciado en los hechos a su facultad de conducción en este último cuarto de su sexenio, y lo cede a los protagonismos de los precandidatos, propios y extraños. El Congreso experimenta un fenómeno similar y legisla a tumbos, aparentemente respondiendo a presiones y urgencias coyunturales que a una agenda integral y comprensiva. Como muestra puedo mencionar el inminente periodo extraordinario de sesiones, que fue provocado en primera instancia por una sentencia de la Suprema Corte, y que se dedicará en exclusiva a apagar los fuegos de la urgencia, incluyendo el muy debatible asunto del voto desde el exterior. Por su parte, el poder judicial continúa legislando en la práctica mediante jurisprudencia interpretativa sobre nuestras muy ambiguas normas, que fueron concebidas para lubricar el entorno autoritario previo a la alternancia, cuando el ejecutivo relativizaba el estado de derecho según sus conveniencias.
Desde hace un buen rato la realidad política ha rebasado con creces a la normatividad que la regula. Eso ha propiciado esta sensación de caos que compartimos muchos angustiados observadores, que a cada rato nos preguntamos si la democracia puede ser eficaz cuando se carece de la cultura y las prácticas que la escoltan en otros entornos sociales más rancios en tradición republicana. México ha llegado al goce de las libertades individuales sin haber “blindado” a las instituciones en contra de la anarquía. Por ello privan las ambiciones particulares por sobre las necesidades del conjunto en todo el escenario político nacional y en todos los niveles de gobierno. La corrupción evidente en todos los partidos y en muchos de nuestros políticos es el resultado inevitable de esta anomia social, que impone sus condiciones y rebasa a una ley impotente y desfasada.
Urge como nunca la reforma del Estado mexicano. Los usos han rebasado a la norma que supuestamente los regula, y esto conduce a cualquier sociedad a una situación de desorden y los consecuentes abusos. No nos extrañe que los partidos se vean incapaces de regular a sus propias huestes o a sus paladines adelantados, algunos de los cuales le apuestan más a abrumar a sus institutos políticos sobre la base de sus popularidades mediáticas –recordemos al precandidato Fox en 1999 o al López Obrador de hoy que a convencer para vencer. El resultado es un abaratamiento acelerado de la política y de los políticos, que compiten con ventaja con los cómicos de la tele, a quienes les proporcionan guiones y scketches perfectamente ensayados para provocar las bufonadas más atolondradas. Ya no hay políticos serios, sólo demagogos locuaces dentro de la tierra del ridículo electorero.

viernes, 3 de junio de 2005

Fox y la ciencia obtusa

El 23 de mayo pasado en la residencia presidencial de Los Pinos se realizó la ceremonia de entrega de los premios de investigación de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) correspondientes al año 2003 y 2004. El presidente de esa asociación científica, el doctor Octavio Paredes López ---investigador del IPN-Cinvestav en Irapuato--, dirigió un mensaje al presidente Fox y a su gabinete educativo, y sus palabras, plagadas de verdades, calaron hondo en el ánimo de la comunidad científica nacional. El científico denunció cómo fue objeto de un intento de censura de parte de las autoridades del CONACYT, preocupadas de ofender los sensibles oídos presidenciales. Paredes destacó cómo en un mundo tan marcado por la competencia como el actual, el valor intrínseco del conocimiento y su expresión más perfeccionada, la Ciencia, se han convertido en el vehículo privilegiado para catapultar las capacidades sociales y fortalecer sus facultades productivas. Abundó en ejemplos de países otrora marginales que en pocas décadas han podido revertir atrasos sociales y económicos de siglos. China es el ejemplo paradigmático, pero no podríamos ignorar los ejemplos de Corea, Singapur, Taiwán, e incluso Brasil o Chile.
Es evidente que nuestro país se ha ido quedando atrás en materia de desarrollo científico y tecnológico no solamente en relación con los países desarrollados, sino incluso comparado con naciones de desarrollo económico y social equivalente o menor. Las diferentes crisis económicas han producido un abandono del proyecto original de proyectar la ciencia mexicana hacia estadios internacionalmente competitivos. El grueso de la comunidad científica nacional –los 10 mil miembros del Sistema Nacional de Investigadores— fueron formados en su gran mayoría en los años setenta y ochenta. A partir de esta última década comenzó el declive imparable de la política científica nacional. Es por eso que la planta científica se ha envejecido tanto en estos años, pues ya no se incorpora a los jóvenes investigadores a los centros de generación de conocimiento. Los gobiernos neoliberales juzgaron como absurdo seguir invirtiendo en un campo donde aparentemente las “ventajas comparativas” estaban en nuestra contra. Sale más barato convertirse en usufructuario pasivo de la ciencia y la tecnología generada en el extranjero que financiar un desarrollo nacional en esa materia. Esta visión encajaba muy bien en el proyecto pragmático de convertir a nuestro país en un espacio de maquiladoras, basado en la venta de su fuerza de trabajo abaratada y empobrecida, e incluso en la exportación de ésta mediante la emigración laboral hacia los Estados Unidos.
El gobierno federal de Vicente Fox no ha cambiado esa tendencia. Incluso la ha incrementado, al agregarle a la escuálida política científica el componente de la tecnologización imperativa y una obligada y acrítica vinculación con los intereses de la empresa privada. Se ha impuesto un olvido de la ciencia básica y de la generación de conocimiento original. El científico mexicano de hoy debe encontrar “usuarios” y “clientes” entre el sector productivo y social para justificar la recepción de los enjutos financiamientos públicos, que son cada vez más difíciles de lograr si no se cuenta con un equipo humano y material de envergadura. Desgraciadamente en la mayor parte de los espacios donde se genera investigación en México todavía se padecen precariedades profundas tanto en el ámbito de los recursos humanos como de los materiales. Y esto es doblemente válido para los espacios científicos de los estados –la provincia pues--, y más aún para ámbitos científicos de por sí marginales, como las ciencias sociales y las humanidades. Sobre estos últimos se ejerce una doble discriminación: una proveniente del ámbito oficial de la promoción científica y otra derivada de la propia comunidad científica, que aplica una visión autoritaria de lo que puede ser juzgado como ciencia “válida” y la que no lo es.
Personalmente creo que hay pocas esperanzas de que esta administración corrija este rumbo equivocado. El presidente Fox nunca se destacó, ni como gobernador, por su comprensión del quehacer científico. Recuerdo cuando en una entrevista para Radio Universidad de Guanajuato el 4 de julio de 1996 –a un año de comenzada su administración-- declaraba triunfante: “antes había un divorcio total donde el investigador y el científico con sus gafas y sus probetas y todos sus aparatos vivía encerrado en un laboratorio de investigación; hoy no, hoy está vinculándose y metiéndose y responsabilizándose con el aparato productivo mismo”. Su manejo de estereotipos lastimó y ofendió, y no hizo más que convencernos a muchos de su rusticidad.
Por cierto envío felicitaciones a mis amigos y colegas Enrique Dussel Peters (UNAM), el dolorense José Antonio Serrano y Patricia Avila (ambos del Colegio de Michoacán) por haber obtenido el galardón en el ámbito de las ciencias sociales y las humanidades. Muy merecido.