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viernes, 27 de mayo de 2011

Espacios sustentables

Espacios sustentables

Publicado en Milenio de León.

El día de hoy (viernes 27 de mayo de 2011) culmina en la ciudad de Guanajuato el “Primer Foro Internacional Interdisciplina y Espacios Sustentables”, que impulsó y desarrolló el Campus Guanajuato de la universidad del estado. Más de 400 ponentes y conferenciantes provenientes de la entidad, del país y del extranjero abordaron el tema de la sustentabilidad desde ópticas tan distintas como la de la gestión científica y tecnológica, el desarrollo urbano, la migración internacional y la interna, el papel social de la ciencia, el aprovechamiento racional de los recursos naturales, la viabilidad de los modelos de desarrollo actuales, las alternativas a futuro de un planeta sobrecargado, la educación y sus nuevos paradigmas, y muchos otros temas específicos.

La conferencia magistral inaugural, “Biotecnología y desarrollo sostenible”, estuvo a cargo del académico español y doctor en biología Julio Polaina Molina. El conferencista, del Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos de Valencia, sembró las primeras inquietudes en el público, particularmente en un momento en que en nuestro país se vuelve a plantear la cuestión de los cultivos alterados genéticamente. Desde ahí comenzaron los primeros debates acerca de la sustentabilidad y el desarrollo social y económico, que preocupan mucho a la clase pensante de nuestro país y de los países metropolitanos. La verdad es que desde los tiempos más lejanos los seres humanos hemos modificado genéticamente a las especies que hemos sabido “domesticar”; la diferencia es el tremendo alcance actual de nuestra tecnología biológica, que nos obliga a plantear nuevos problemas de bioética.

A mí me tocó participar anteayer en la mesa siete, denominada “Impacto del desarrollo en la sustentabilidad local, regional y nacional”, junto con urbanistas, politólogos, economistas, tecnólogos e ingenieros. Me permito compartir algunos argumentos provenientes de mi ponencia.
Afirmé que desde fines de los años cuarenta, en nuestro país se impuso el modelo económico desarrollista que buscó aprovechar la ventana de oportunidad que abrió el conflicto bélico mundial que se desató entre 1939 y 1945. El papel que había cumplido hasta entonces México era el de simple exportador de materias primas, como lo fueron los metales preciosos, el petróleo, el henequén, la grana cochinilla, las maderas finas, el cacao y muchos otros productos sin valor agregado.
La industrialización que se desató durante el sexenio de Miguel Alemán (1946-1952) pretendió establecer las bases del nuevo modelo de desarrollo “hacia adentro”, que buscó abastecer el creciente mercado nacional con bienes manufacturados por parte de empresas transformadoras mexicanas. El desarrollismo no paró mientes en el respeto al entorno natural y social. Lo prioritario fue el crecimiento económico sin importar demasiado las consecuencias de todo tipo que se irían acumulando durante los años en que imperó este modelo y los siguientes. Cuando este “desarrollo estabilizador” hizo crisis en los años ochenta, fue sustituido por el actual modelo neoliberal que abrió indiscriminadamente las puertas del país a productos extranjeros, buscando así estabilizar los desequilibrios económicos internos y paliar los devastadores efectos de las crisis económicas de las llamadas “décadas perdidas” de los ochenta y noventa.
Sin importar el modelo de desarrollo adoptado, nuestros gobiernos nacionales han descuidado sistemáticamente los efectos nocivos que el crecimiento económico indiscriminado ha cobrado sobre los diferentes nichos ecológicos de las regiones del país. También se han despreciado los efectos sociales, como lo fueron la megacefalia urbana, el centralismo, la explosión demográfica y la imposibilidad del Estado para proveer a la población de servicios públicos básicos, como la seguridad pública, la educación de calidad, la salud con calidez y suficiencia, y las comunicaciones, que todavía hoy son anacrónicas e insuficientes.
El fomento indiscriminado del crecimiento en las últimas seis décadas se ha traducido en la devastación generalizada de los ecosistemas regionales. Desde el norte hasta el sur, México exhibe cientos de casos de desgaste severo de sus recursos naturales, sus tierras, sus aguas y su aire. Por ejemplo, hemos talado o quemado más de la mitad de nuestras selvas y bosques tropicales para atender las necesidades de la industria petrolera o de la ganadería extensiva. Las tierras se contaminan con desechos sólidos de nuestras ciudades, y con agroquímicos de nuestra agricultura. Las aguas son cada vez más escasas e invadidas por sustancias peligrosas de nuestras industrias.
El paradigma del desarrollo está hoy atravesando por una magna crisis a nivel mundial, particularmente en Europa. Ya nadie cree en los beneficios del crecimiento económico desarrollista. Se cuestiona cada vez más la noción de “progreso”, las virtudes de la libre competencia y el papel marginal del estado. Se habla ya de un fracaso histórico del desarrollo, y se demanda adoptar una visión de más largo plazo, comprometida con la sobrevivencia del planeta y de sus especies vivas, entre las que nos contamos los seres humanos, aunque no queramos.
Las sociedades con una ciudadanía madura demandan asumir una posición más responsable con nuestro entorno natural, cultural y social, y reconocer que el crecimiento económico, el bienestar material y el hedonismo tienen un costo enorme en el mediano y largo plazos. El planeta no puede ser sustentable de esta manera. Y nuestra especie puede pagar un duro precio por estas pocas décadas de consumo conspicuo e irresponsable.

Aproveché para recordar el movimiento social que durante el segundo semestre del año pasado se opuso a la intención de las autoridades municipales de Guanajuato capital de urbanizar las faldas del cerro de La Bufa, empecinadas en el viejo esquema del desarrollo inmediatista. La sociedad civil organizada supo parar en seco un proyecto de urbanización obtuso. Casos similares estamos viendo hoy en el norte de África y en la Plaza del Sol de Madrid: la sociedad organizada que le dice ¡no! a sus gobiernos.


martes, 24 de mayo de 2011

Premio Wigberto Jiménez

Premio Wigberto Jiménez

Publicado en de Guanajuato.

Don Wigberto Jiménez Moreno fue un destacado historiador y antropólogo leonés (1909-1985), que a pesar de –o tal vez debido a- su formación casi autodidacta descolló en el competido ámbito nacional de los estudios históricos y arqueológicos. Don Luis González y González, quien fue parte de una generación posterior de estudiosos de la historia matria y patria, escribió una semblanza del maestro para la Academia Mexicana de Historia, de donde tomo estos datos. Yo fui discípulo de don Luis, de quien tomé algunos cursos entre 1983 y 1985, por lo que me concibo como nieto intelectual de don Wigberto, a quien leímos por invitación de nuestro maestro. Don Luis tenía una especial estima por la obra de don Wigberto, y le reconocía haber sido un pionero de la historia regional y étnica.

Recordaba don Luis que “Si se le decía maestro a Jiménez era porque enseñó en cosa de doce instituciones de educación: en su juventud, en la secundaria y en la normal de León. Desde el quinto lustro de su vida en el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, y desde que cumplió treinta años, la UNAM, la Escuela Nacional de Antropología e Historia, el México City College y la Universidad Iberoamericana. A partir de 1960 fue muy solicitado como maestro en las universidades de Texas, Illinois, Minnesota, Wisconsin, Arizona y Los Ángeles. Sus exposiciones orales o conferencias, cuya duración siempre excedía con mucho a la normal, eran frecuentes y muy frecuentadas.”
Desgraciadamente don Wigberto no fue muy amigo de la pluma, a pesar de su enorme capacidad expositora. Escribió poco y difuso, pero algunos de sus textos son referencia obligada para quienes desean profundizar en el conocimiento de la historia del Bajío. Por ejemplo, el “Brevísimo resumen de historia antigua de Guanajuato” publicado en 1933 –y republicado en otras fechas posteriores-, y otro más, “La colonización y evangelización de Guanajuato en el siglo XVI” de 1944, son textos ineludibles para comprender la colonización y descolonización nativa y europea de estos territorios. Hoy que se ha puesto de moda en nuestro estado rescatar y abrir al público algunos de los mil 400 sitios arqueológicos que salpican su territorio, estos textos cobran nueva actualidad.

Concluye don Luis: “Del inquietísimo profesor Jiménez Moreno, que esparció de viva voz y por escrito numerosos datos e interpretaciones de la vida mexicana, se han derivado numerosas interpretaciones históricas escritas por los oyentes y lectores de tan ocurrente maestro. En 1982 fundó El Colegio del Bajío, y tres años después, cuando el colegio establecido en León, Guanajuato, despegaba, la muerte lo separó de él.”
De habérsele permitido florecer, El Colegio del Bajío habría sido el segundo centro de investigación social y humanística establecido en las entidades de la República, sólo después de El Colegio de Michoacán, fundado en 1979 por el propio Luis González. La grilla política condenó a la institución leonesa a su desaparición en 1988, quedando cercenado el legado de don Wigberto. El estado de Guanajuato estaba en deuda con él, y el premio nacional que lleva su nombre, instituido en 2008, es una manera de ayudar a pagarla. Felicito a Carlos Armando Preciado por la publicación de su libro “Clase política, elecciones y estructuras legislativas Guanajuato 1833-1853” por ediciones La Rana, trabajo ganador en 2009.

Presentan Convocatoria Premio Nacional Wigberto Jiménez Moreno 2011

 Ve la nota en ZonaFranca.


viernes, 20 de mayo de 2011

Consejería efectiva

Consejería efectiva

Publicado en Milenio de León.

Desde hace ya varios años, tal vez diez, he participado en ocasiones propicias en el proceso de selección de consejeros ciudadanos para integrarse el Consejo General del Instituto Electoral del Estado de Guanajuato (IEEG). Lo he hecho porque la materia político-electoral es mi vocación personal desde que en 1991 decidí realizar mi investigación académica para el doctorado sobre los intensos cambios que se experimentaron en nuestra entidad como resultado de la primera alternancia en el poder. Antes yo me dedicaba al estudio de la economía campesina y la migración laboral internacional. Mi asesor de tesis en el CIESAS-Occidente, el doctor Jorge Alonso -un notable antropólogo y sociólogo político-, me convenció de someter a análisis socio-antropológico a los procesos políticos locales, muy en particular la reforma electoral de 1993-1994, que protagonizaron la singular CORPEG (Coordinación para la Reforma Política del Estado de Guanajuato), los poderes ejecutivo y legislativo, y los partidos políticos en la entidad. Desde entonces no he abandonado este interés y he publicado múltiples artículos, capítulos y libros sobre políticos y política en Guanajuato y en México. Quien tenga interés los puede consultar en mi página personal, de donde se pueden bajar gratis.
Además de ejercer la investigación y la publicación en el ámbito político, durante las últimas dos décadas he participado en la formación de asociaciones de especialistas, como la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales –que once colegas fundamos en 1999-, el Instituto Guanajuatense de Estudios y Ciencias Políticas –el IGECIP, 2003-, el internacional Centro de Investigación de Tecnologías de la Información para la Democracia Participativa –CITIDEP, 1996, con sede en Lisboa y Boston-, y el Instituto de Administración Pública de Guanajuato –IAPEG, 1996.
Por mi perfil, en 1999 fui seleccionado por el Consejo General del Instituto Federal Electoral (IFE) para sumarme al consejo electoral local en calidad de consejero propietario para supervisar las elecciones federales de 2000 y 2003. Luego, de los seis consejeros sería el único reelecto para participar en los procesos de 2006 y 2009. Sin duda las dos elecciones presidenciales del 2000 y del 2006 fueron las más demandantes y retadoras. En particular la última, cuando se quiso hacer rehén a nuestro estado de la cerrada competencia presidencial. Se dijeron muchas mentiras por parte de actores interesados, que los consejeros buscamos contrarrestar con la información dura y pura que generaron los ciudadanos en las casillas y en los distritos, observados por miles de testigos y observadores electorales. Todavía hace poco algún personaje célebre volvió a repetir el infundio de los 300 mil votos “fantasmas”.
En ocasiones anteriores he aprovechado esta columna para explicar con cuidado mis motivos personales y profesionales para buscar la consejería estatal. Refiero al lector a mi texto “Consejería sin color” del 22 de febrero del 2008, en un diario de circulación estatal que se edita en Guanajuato capital. No repetiré lo ahí afirmado; sólo agregaré que es sumamente importante que los ciudadanos responsables de la conducción de los comicios locales no sólo sean personas honestas, sino también conocedoras y comprometidas. Es triste constatar que las consejerías son con frecuencia asumidas como becas jugosas que demandan poco esfuerzo por parte del agraciado. El escaso compromiso que se ha observado en algunos consejeros –y no sólo en el IEEG, también en el IFE-, se evidencia en el poco estudio de los asuntos abordados en las sesiones del pleno y en las comisiones, así como en el poder real que ejerce la estructura ejecutiva, que aprovecha este vacío decisorio para llenarlo con su conocimiento superior sobre los procesos de organización y capacitación electoral. La ausencia de debates y la frecuencia de unanimidades –decía don Jesús Reyes Heroles que “toda unanimidad es sospechosa”- no necesariamente significa consensos; más bien insinúan una cómoda delegación de responsabilidades en el juicio “superior” del consejero presidente o del secretario ejecutivo.
En fin, estoy muy satisfecho por haber sido seleccionado por los partidos Convergencia, Nueva Alianza, PRD y Verde para integrar la terna que será sometida al pleno del Congreso del Estado. Felicito también a mis compañeros de trío, a quienes les deseo mucha suerte… pero menos que la mía. Enhorabuena.

martes, 10 de mayo de 2011

Día de la madre

Día de la madre

Publicado en de Guanajuato.

A lo largo del año existen pocos días tan importantes para el mexicano común que el que se dedica a honrar a “las madrecitas”. Nuestra cultura latina nos hace otorgarle una importancia desmedida a nuestra progenitora, muy por encima de la que puede aspirar el padre. Octavio Paz habló de la personalidad escindida del mexicano, que por una parte venera a la madre, pero por la otra la desprecia, al considerar que fue violada por un padre abusivo, al que se odia pero se admira. Dijo en su “Laberinto de la soledad” que: “Como casi todos los pueblos, los mexicanos consideran a la mujer como un instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de los fines que le asignan la ley, la sociedad o la moral. (…) En un mundo hecho a la imagen de los hombres, la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y querer masculinos. Pasiva, se convierte en diosa, amada, ser que encarna los elementos estables y antiguos del universo: la tierra, madre y virgen; activa, es siempre función, medio, canal.” Nuestro amor a la madre es, entonces, culposo. Queremos superar nuestro complejo de culpa machista, un machismo que nos inyectó precisamente ella, nuestra madre.

Y en lo más profundo del complejo, Paz detecta nuestra vergüenza de origen: saberse que somos “hijos de la chingada”, hijos de la mujer violada, la profanada, la vulnerada. Dice el poeta: “¿Quién es la Chingada? Ante todo, es la Madre. No una Madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones mexicanas de la Maternidad, como la Llorona o la ‘sufrida madre mexicana’ que festejamos el diez de mayo. La Chingada es la madre que ha sufrido, metafórica o realmente, la acción corrosiva e infamante implícita en el verbo que le da nombre. (…) La Chingada es la Madre abierta, violada o burlada por la fuerza. El ‘hijo de la Chingada’ es el engendro de la violación, del rapto o de la burla. Si se compara esta expresión con la española, ‘hijo de puta’, se advierte inmediatamente la diferencia. Para el español la deshonra consiste en ser hijo de una mujer que voluntariamente se entrega, una prostituta; para el mexicano, en ser fruto de una violación.”

Por otra parte, el machismo está profundamente arraigado en la festividad del 10 de mayo. A las “cabecitas blancas” se les obsequia la plancha nueva, la vajilla, la lavadora o algún otro enser doméstico. Se les honra con el regalo de sus propias cadenas, con los mismos instrumentos de su dominación. La madre como Reina en un mundo privado y oculto, el mundo de la familia, que no acepta la posibilidad de la emancipación de su miembro más importante. No es raro que las madrecitas trabajen más… en el día de las madres.
Un día fomentado por el comercialismo más ramplón, por los mercaderes de los sentimientos, que logran agotar sus existencias de línea blanca, de loza y de aspiradoras. Millones de hijos e hijas que vacían florerías y almacenes, buscando el obsequio que no podrá aliviar su complejo de culpa. Al final del día, sólo quedarán los trastos sucios que deberá lavar la progenitora…

viernes, 6 de mayo de 2011

El agua envenenada

El agua envenenada

Publicado en Milenio de León.

El agua es un elemento que debería considerarse escaso y no renovable, especialmente en México, país que padece una de las peores distribuciones poblacionales en función de la disponibilidad del recurso: 80% de la población habita en regiones donde apenas se cuenta con el 20% de la disponibilidad del líquido vital. El restante 80% del agua continental se encuentra en las costas y en el sureste. Pero somos un país centralista, que desprecia los litorales y la vegetación. Ya nadie se acuerda de aquella entrañable y fracasada campaña de Ruiz Cortines: “la marcha al mar”.

El estado de Guanajuato se cuenta entre las entidades con mayor problemática de disposición de agua para consumo humano. Somos deficitarios: dice el Programa Estatal Hidráulico 2006-2030 que “Con información del período de 1991 a 2004 […] las entradas se estimaron en mil 287 Hm3/año, en tanto que las salidas serían de mil 588 Hm3/año, lo que arrojaría una diferencia de 301 Hm3/año.” Es decir, que gastamos un 23.4% más agua de la que recibimos por vía pluvial o fluvial. ¿De dónde sale la diferencia? De las fuentes subterráneas, lo que ha acarreado un imparable abatimiento de los mantos freáticos de la entidad, que ya están en fase crítica.

Gastamos demasiada agua porque dedicamos el 87.6% del recurso a la agricultura, que todavía se sustenta en métodos anacrónicos de riego, en particular el método de inundación, que se basa en grandes flujos de agua que corren entre los surcos y que inundan su base, con el consecuente desperdicio por evaporación o por absorción. Nuestro sistema de retención y distribución de agua es faraónico, infuncional y agresivo con el entorno. Fue construido en los cincuentas luego de que el reparto agrario desarticuló el viejo sistema de riego de las haciendas y ranchos del Bajío, que se basaba en las “cajas de agua” que acumulaban agua pluvial. Ese sistema de origen colonial era más racional y amigable con la ecología, pero no resistió al reparto de los años treinta, que pulverizó la propiedad e hizo inviable a las viejas estrategias de riego. Ahora estamos pagando las consecuencias.

Las grandes ciudades de la región centro occidente, como Guadalajara y León, tienen una sed insaciable. Han agotado sus fuentes locales y, como lo hizo el DF en los años sesenta y hasta los noventa, recurren a fuentes lejanas para abastecerse. La presión social y política hace que en los nuevos proyectos de abasto de agua no se tomen en consideración los intereses locales que son afectados, ni mucho menos las consecuencias ambientales. La prioridad es arrebatar el agua ajena, acumularla y conducirla hacia las obesas y atestadas manchas urbanas, pobladas más que por habitantes… por votantes.
En su sed irreprimible, León y Guadalajara consiguieron que la Comisión Nacional del Agua (CNA) diseñara y comenzara a ejecutar una represa gigantesca, “El Zapotillo”, en un territorio de los Altos de Jalisco donde hoy se encuentran tres comunidades que serán inundadas. Entre ellas Temacapulín de los Remedios, mejor conocida como Temaca. Los técnicos de la CNA, así como los políticos de los dos estados, concluyeron que valía la pena inundar y borrar del mapa a esas colectividades cargadas de historia, tradiciones e identidad. La ganancia política potencial es enorme, así como la urgencia de legitimidad por parte del gobierno federal y de los estatales. Nótese todos son del mismo signo partidista, y de tener éxito consolidarán la lealtad de los votantes para las elecciones por venir. Si el Zapotillo garantiza 25 años de servicio a León, sus promotores asegurarían la lealtad de un millón de electores. Nada mal.

Pero los habitantes de Temaca, alteños al fin, no se han dejado zarandear y en pocos meses han construido un movimiento que ha rebasado las fronteras regionales y nacionales. Se vincularon con movimientos hermanos nacionales y extranjeros, y el año pasado organizaron un “Encuentro internacional de afectados por represas y sus aliados”. Este movimiento global afirma que los grandes depósitos de agua trasforman irremediablemente la ecología regional, y que son una forma disimulada de privatizar el agua, en principio un recurso social.
Centenares de jóvenes se movilizan para la lucha por la dignidad y la preservación de bienes ancestrales, como la cultura y la naturaleza. Miles de lugareños se niegan a abandonar sus comarcas, donde descansan los huesos de sus ancestros. Esos son valores intangibles que resultan incomprensibles para los gobiernos y para los negociantes.

Si León quiere agua, hay que buscarla mediante el ahorro, no mediante la expoliación de otras regiones. No olvidemos la reacción social cuando se le impuso a Romita el acueducto de La Muralla, que dejó heridas difíciles de curar. Hay que modernizar la agricultura, aprender de Israel, de España y de Argentina, que han sabido optimar la escasez del recurso. De ahí saldrá el agua necesaria para la vida urbana.


martes, 3 de mayo de 2011

Educación y lectura

Educación y lectura

Publicado en la revista mensual Opinión y Desarrollo.

No cabe duda que el reto principal que enfrentó nuestro país en los cien años que van desde 1910 hasta 2010 fue el de llevar la educación y la lectura a las posibilidades reales de la mayoría de los mexicanos. En aquel año inicial, el 72.3% de los mexicanos mayores de seis años –el criterio de edad que prevalecía entonces- no sabía leer ni escribir. Esta capacidad estaba reservada para los citadinos, predominantemente hombres y de clase media o alta. Tres cuartas partes de los mexicanos, casi todos habitantes del medio rural y con prevalencia femenina, estaban excluidos de la lectura. 9 mil 541 escuelas primarias atendían a sólo 657 mil 843 educandos, cuando existía una población total de 15 millones 160 mil personas. ¿Pará qué educar a los trabajadores, si sólo deben conocer lo básico de su oficio? ¿Para qué educar a las mujeres -54% de los analfabetas- si terminarán casándose y haciéndose cargo de los menesteres de su género?
El salto cuantitativo en este siglo ha sido espectacular: según el censo de 2010 sólo el 6.9% de la población de más de 15 años no tiene la habilidad de la lectoescritura. No es un logro menor si consideramos que los números absolutos son realmente espectaculares: de 2 millones 992 mil instruidos en 1910, se llegó a más de 72 millones 205 mil cien años después. Una población letrada 24 veces superior.
Ahora bien, en los últimos 20 años la tasa de analfabetismo se redujo casi a la mitad, pero hemos llegado a la fase de los “rendimientos marginales decrecientes”, que implica que cada vez costará más trabajo y más recursos alfabetizar a los rezagados, mayoritariamente ancianos y habitantes de regiones apartadas o marginales. Un día me dijo un funcionario del INEA que ese resabio de ignorancia sólo lo acabará el tiempo, “cuando se mueran los analfabetas”. Cruel, pero parece ser cierto.
El censo de 2010 arrojó un promedio nacional de escolaridad de 9.1 grados, 1.3 grados más que diez años antes. Somos ya una población que inicia su preparatoria. Eso debería implicar que los mexicanos no sólo sabemos leer y escribir, sino que además dominamos el pensamiento abstracto: las matemáticas básicas, la lógica formal, las artes de la geometría, el álgebra y la trigonometría. También deberíamos conocer lo elemental de las tradiciones humanísticas y de las artes. Es decir que según lo que implica la estadística deberíamos poseer la capacidad para comprender y solucionar problemas cotidianos de cierto grado de complejidad haciendo uso consuetudinario de las herramientas que nos proveyó la educación formal. Pero muchos recursos de evaluación con los que contamos hoy día[1] nos dicen que no es así: que el mexicano mayoritario todavía no hace uso cotidiano de conocimientos equivalentes al primer grado de la preparatoria. Bueno, ni siquiera de la habilidad elemental para leer, y mucho menos para escribir de manera aceptable. Lo constatamos de manera lastimosa en los frecuentes gazapos de lectura que comete la lideresa del sindicato magisterial cada vez que tiene que leer discursos que evidentemente no ha escrito, prueba evidente de que nuestra educación básica está en las peores manos posibles.
Mejor echémosle un ojo a la información objetiva. La prueba PISA, por ejemplo, que “no mide qué tanto pueden reproducir lo que han aprendido, sino que indaga lo que se denomina competencia (literacy); es decir, la capacidad de extrapolar lo que se ha aprendido a lo largo de la vida y su aplicación en situaciones del mundo real, así como la capacidad de analizar, razonar y comunicar con eficacia al plantear, interpretar y resolver problemas en una amplia variedad de situaciones.”[2] Se aplicó en 2009 a muestras representativas de estudiantes de entre 15 y 16 años en 65 países. Ese año la prueba hizo especial énfasis en la competencia de la Lectura. En México se aplicaron los 190 reactivos del cuestionario a 38 mil 250 estudiantes de mil 535 escuelas. 52% de los estudiantes fueron mujeres y 48% hombres. 72.6% estudiaban el bachillerato y el resto la secundaria. El 72% de ellos cursaba el primer grado de la preparatoria, que como vimos es el promedio educativo de nuestro país. 89.3% de esos estudiantes acudían a escuelas públicas y el resto a privadas. 87% se encontraban en el medio urbano. Entre las conclusiones de esa evaluación comparada podemos destacar las siguientes:
  • México concentra entre 40% y 50% de los estudiantes en los niveles bajos (40.1% en Lectura, 47.4% en Ciencias y 50.8% en Matemáticas), lo que significa que no están preparados para realizar las actividades que exige la vida en la sociedad del conocimiento. México se ubica en una situación inferior a la que presenta Chile; mejor a la de Brasil, Argentina y el promedio de países de América Latina (Promedio AL); y similar a la que presenta Uruguay.
  • Son reducidas las proporciones de jóvenes mexicanos que alcanzan los niveles altos: 5.7% en Lectura, 3.3% en Ciencias y 5.4% en Matemáticas. En este aspecto, y en particular en Lectura y Ciencias, las cifras de México son inferiores no sólo a las de Chile, sino también a las de Uruguay, Brasil y Argentina.
  • Las proporciones de jóvenes mexicanos ubicados en los niveles más bajos de Lectura varían de manera importante entre las entidades federativas: de 20.2% para el Distrito Federal hasta 66.1% para Chiapas. El Distrito Federal, la entidad con mejores resultados, logra porcentajes similares a los de España, con una relación 20-80 (Bajo desempeño-Alto desempeño). Aguascalientes, Chihuahua y Nuevo León tienen una relación 30-70, similar a la de Chile y mejor que la de Uruguay, cuya relación es 40-60. Oaxaca y San Luis Potosí presentan una distribución similar a la de Argentina, Brasil e Indonesia, donde la relación es 50-50. Chiapas y Guerrero, que son las entidades con los resultados más bajos del país, tienen una relación 65-35 semejante a la de Perú y Panamá, y mejor que la de Azerbaiyán y Kirguistán.
  • En México, la puntuación en Lectura se mantuvo casi igual entre 2000 y 2009 (422 y 425 puntos). El informe interpreta que este resultado es positivo, si se tiene en cuenta que durante esos nueve años la tasa de cobertura de la población de 15 años se incrementó 14%. Otros países que mantuvieron las puntuaciones promedio en 2009 respecto de 2000 fueron Estados Unidos, la Federación Rusa e Italia. Estos países tienen una cobertura casi de 100%. Perú es la nación que más avanzó en Lectura entre 2000 y 2009: aumentó 43 puntos. Le siguen Chile, Indonesia y Polonia, con 39, 31 y 21 puntos, respectivamente.
Ante el aparente estancamiento o avance minúsculo en las competencias de la lectura en México, el informe PISA 2009 llega a la conclusión de que:
México necesita formar lectores capaces de procesar y darle sentido a lo que leen; capaces de comprender las relaciones explícitas e implícitas entre diferentes partes de un texto, de llegar a inferencias y deducciones, e incluso de identificar suposiciones o implicaciones. Necesita lectores que puedan relacionar el contenido de los textos que leen con su propia experiencia y sus conocimientos previos, para establecer juicios sobre su contenido y calidad. Lograr que nuestra sociedad forme lectores competentes implica, sin duda, seguir trabajando para que todos los niños y jóvenes tengan fácil acceso a una variedad de libros y materiales de lectura. Pero también implica reforzar las prácticas de enseñanza en las aulas para que, usando esos materiales, sea posible desarrollar competencias lectoras de mayor complejidad.
Los resultados de la prueba PISA son alarmantes, pero objetivos. En cambio, los números que se manejan en el ámbito oficial suelen ser engañosos. Por ejemplo, los censales. Los 72 millones de mexicanos que en 2010 declararon saber leer y escribir practican realmente poco esa habilidad. Las cifras de circulación de periódicos en el país siempre ponen en evidencia la escasa cultura de la lectura en México: nuestro periódico de mayor circulación, El Universal, tira la tercera parte de ejemplares que El País en España.[3] Hace poco el secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, declaró que “según la Encuesta Nacional de Lectura del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en promedio los mexicanos leemos 2.9 libros al año, los españoles 7.7 y los alemanes leen 12 al año.”[4] En lo personal dudo mucho que el mexicano promedio lea tanto: casi tres libros al año sería magnífico, un libro cada tres meses, ¡sensacional! Pero lo dudo mucho. Creo que los encuestados en el 2006 por el Conaculta[5] les mintieron a los encuestadores.
Por lo contrario, opino lo mismo que ha sostenido el siempre agudo Guillermo Sheridan: “Las estadísticas avasallan. Demuestran con alevosía y ventaja, sin mostrar forma alguna de clemencia ni resquicio para el anhelado error metodológico, que al mexicano (el 99.99 por ciento) no le gusta leer. Es más, no sólo no le gusta leer, no le gustan los libros ni siquiera en calidad de cosa, ni para no leerlos ni para nada, vamos, ni para prótesis de la cama que se rompió una pata.”[6] Los que nos dedicamos profesionalmente a la enseñanza –en mi caso a la de nivel superior- padecemos cotidianamente el disgusto por la lectura que emanan nuestros estudiantes, incluso de posgrado: siempre te piden que les armes antologías con las fracciones de lectura a realizar durante el curso, una manera criminal de cercenar y simplificar el pensamiento de los autores a trabajar. Cuando leen, no comprenden, y mucho menos son capaces de hacer una reseña de lectura; prefieren copiarse mutuamente o fusilarse algún texto del internet. Sus capacidades para la redacción, la ortografía y la sintaxis son realmente limitadas. Y es una tortura intentar explicarles cómo se elabora un ensayo académico. Por supuesto, siempre hay excepciones; pero son sólo eso: excepciones.
Grabiel Zaid sintetizó los resultados más llamativos de la encuesta del Conaculta:
[…] dos de cada tres entrevistados declaran leer lo mismo o menos que antes, a fines del 2005. Sólo el 30% declaró leer más. El 13% dice que jamás ha leído un libro. Y cuando se pregunta a los que no están en ese caso cuál fue el último libro que leyó, la mitad dice que no recuerda. El 40% dice que ahora lee menos. También un 40% dice que nunca ha estado en una librería. Dos años antes, en la Encuesta nacional de prácticas y consumo culturales, también de Conaculta, el 37% dijo que nunca había estado en una librería.
Al 40% que dijo leer menos se le preguntó a qué edad leía más. El 83% (del 40%) dijo que de los 6 a los 22 años, o sea la edad escolar. Si de los entrevistados se escoge a los que tienen de 23 a 45 años (o sea los beneficiarios del gran impulso educativo), los números empeoran. El 45% (en vez del 40%) declara leer menos, de los cuales casi todos (90% en vez de 83%) dicen que leían más cuando tenían de 6 a 22 años. Queda claro que leían libros de texto, y que no aprendieron a leer por gusto.
Los entrevistados que no leen dan varias explicaciones, la primera de las cuales (69%) es que no tienen tiempo. Pero el conjunto de los entrevistados considera que la gente no lee, en primer lugar, por falta de interés o flojera. Sólo el 9% dice que por falta de tiempo. […]
Un aspecto interesante de la encuesta es que muestra claramente que el interés (o desinterés) de los padres en la lectura se reproduce en los hijos. Habría que medir esto, no sólo en los hogares, sino en las escuelas y universidades. Una encuesta centrada en el mundo escolar, seguramente mostraría que los maestros no leen, y que su falta de interés se reproduce en los alumnos, por lo cual multiplicar el gasto en escuelas y universidades sirvió para multiplicar a los graduados que no leen.[7]
La lectura o su ausencia tienen también implicaciones políticas. Yo vivo en una entidad muy conservadora: Guanajuato. Y el conservadurismo también se evidencia en el permanente miedo al libro y a la lectura. En las familias del Bajío no se fomenta el hábito de leer, pues en no pocas de ellas se considera peligroso acercarse a materiales escritos que podrían desorientar a las mentalidades más jóvenes. Los libros se relacionan sólo con dos espacios: la iglesia y la escuela. En casa el libro es sólo parte de la ornamentación de la sala, y se le escoge por su tamaño y color. Ahora bien, en el primer espacio mencionado las familias guanajuatenses son cuidadosas de sólo adquirir los textos recomendados por el párroco en librerías autorizadas, y repeler las influencias de los evangelizadores protestantes, que tienen  fama de lectores ávidos pero anárquicos. En el segundo espacio, el escolar, los libros de texto oficiales son censurados por los pater familias, o bien “complementados” con textos alternos que son más acordes con la ideología familiar. Esto último sobre todo en los colegios particulares, que abiertamente imparten educación “moral” –religiosa- a los educandos.
No es de sorprender que eventualmente se desplieguen manifestaciones públicas de rechazo a los libros oficiales en Guanajuato, como ocurrió en agosto de 2006 con el libro “Competencias Científicas I”, de editorial Norma, que fue cuestionado por “organizaciones civiles” y por el propio gobierno del estado por su contenido “explícito” en educación sexual.[8] Después, en octubre de 2009, resurgió la intolerancia bajo la forma una asociación de padres de familia denominada “Suma tu voz”. El líder Alberto Guerra afirmó: “Expresamos nuestro apoyo a la educación sexual basada en valores y nos manifestamos en contra de imposiciones ideológicas y sin perspectiva de familia”. Y siguió: “rechazamos las imposiciones ideológicas en educación sexual tanto en primaria como en secundaria a través de los libros de Ciencias I, Biología y Cívica y Ética para segundo y tercer grado de secundaria”. Acto seguido procedieron a la quema pública de libros en la plaza principal de León.[9] Yo escribí entonces:
Dijo el filósofo alemán Heinrich Heine: ‘donde se queman libros, se termina quemando personas’. Eso fue en 1820. Un siglo más tarde Alemania, la nación más civilizada de Europa, cayó en una profunda depresión moral y económica luego de la ‘Gran Guerra’ de 1914-1918, que perdió y por lo que se le obligó a pagar onerosos cargos a sus vencedores. Los alemanes cedieron a la tentación del pensamiento autoritario y en 1933 apoyaron el ascenso del partido Nazi y de su líder, el lunático Adolfo Hitler. Este personaje retomó la tradición que había inaugurado la Santa Inquisición siglos antes y arremetió contra los símbolos objetivados de la cultura y la sabiduría humanas: los libros. El 10 de mayo de ese año, los camisas pardas tomaron por asalto las bibliotecas alemanas y quemaron decenas de miles de libros de filósofos, poetas, pensadores, y literatos, a quienes se consideró peligrosos para el régimen excluyente.
Leo en el sitio electrónico de la Deutsche Belle que ese fue el detonante para la persecución y la expulsión de científicos e intelectuales de Alemania. Según el historiador Michael Grüttner, de esta manera comenzó su decadencia como nación privilegiada por la ciencia, pues en pocos años emigraron 24 premios Nobel de Alemania y Austria hacia los Estados Unidos.
Cuando una sociedad acepta e incluso promueve la quema de libros, está avanzando rápidamente hacia la intolerancia y el autoritarismo, así como al atraso moral. La exclusión de otras formas de pensar es una de las manifestaciones más patentes del pensamiento unívoco, ese que no acepta más forma de ver las cosas que la suya propia, y por lo mismo busca imponerla al resto de la sociedad.[10]
La lectura y la escritura como hábitos de vida son los caminos para la educación y la cultura, pero también son garantes de una mentalidad abierta, tolerante y flexible. Sin un afianzamiento de las habilidades de abstracción, nuestro pueblo seguirá amarrado a la ignorancia y a la pobreza. Seguiremos exportando brazos al extranjero, no mentes ni competencias, como lo hace Corea, la India y crecientemente China. El país atraviesa por una crisis de valores elementales de convivencia, y eso explica en parte la violencia brutal que se ha desatado. Y es que el crimen es producto de la mezcla fatal del hambre con la ignorancia: un retorno hacia nuestra animalidad.


[1]              Como las encuestas y evaluaciones que aplica el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (http://www.inee.edu.mx/). La más útil para entender nuestra situación relativa es la prueba PISA (por sus siglas en inglés), “Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes”.
[2]              Informe “México en PISA 2009”. México: Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. 2010. Pp. 13-14. Es consultable en la página electrónica del INEE.
[3]              José Pérez-Espino, “La prensa en México: la transparencia no llega”, 10 de diciembre de 2004. http://www.almargen.com.mx/
[4]              Noticieros Televisa. 26 de agosto de 2010. http://www2.esmas.com/noticierostelevisa/mexico/nacional/199011/mexicanos-leen-2.9-libros-al-ano
[5]              Se puede consultar la Encuesta Nacional de Lectura 2006 en: http://www.oei.es/pdfs/encuesta_nacional_lectura_mexico.pdf
[6]              Sheridan, Guillermo. “La lectura en México/1”, en Letras Libres No. 100, abril de 2007.
[7]              Zaid, Gabriel, “La lectura como fracaso del sistema educativo”, en Letras Libres No. 95, noviembre de 2006.
[8]              Nota de Martín Fuentes “Maestros no pidieron el libro Competencias Científicas I”, en periódico Correo, 8 de agosto de 2006.
[9]              Nota de Gisela Chavolla, “Queman libros de Biología”, periódico Correo,  5 de octubre de 2009.
[10]             Luis Miguel Rionda, columna “Diario de campo”, periódico Correo, 6 de octubre de 2009.

Artículo "Educación y lectura", en Opinión y Desarrollo No. 9

Artículo "Educación y lectura", en Opinión y Desarrollo No. 9