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viernes, 30 de enero de 2004

De dispendios y banalidades

El asunto del despido del exembajador de México ante la OCDE en París, Carlos Flores Alcocer, como resultado del escándalo que se desató cuando la prensa dio a conocer los gastos dispendiosos en que incurrió el fugaz diplomático, nos sirve de pretexto para plantear el tema de la dificultad que entraña a cualquier gobierno el hacerse de personal de alto nivel que no sólo sea calificado técnicamente, sino que también goce de un mínimo de sensibilidad política. Flores Alcocer, bien conocido de los guanajuatenses, podrá ser un cuadro bien calificado para confrontar las duras negociaciones que se requieren dentro de un organismo que tiene como vocación promover el desarrollo económico y social de sus miembros, particularmente los más atrasados como es nuestro caso. La OCDE ha permitido a México ubicarse en un contexto de mayor exigencia que antes, cuando nos comparábamos más bien con países de medio pelo como los latinoamericanos. En ese sentido nuestra membresía ha sido benéfica como acicate para redefinir nuestros estándares de desarrollo.
Carlos Flores tuvo a su cargo en Guanajuato a la extinta Codereg (Coordinación para el Desarrollo Regional) en tiempos foxistas. A pesar de estar a cargo de los principales programas para el combate a la pobreza, nunca se destacó por una sensibilidad social que lo acercase a las aspiraciones de los grupos vulnerables. Recuerdo una lamentable comparecencia suya el 26 de enero de 1996, cuando tuvo que acudir en representación de Fox al Foro Estatal de Consulta sobre Derechos y Participación Indígena, donde nos congregamos académicos, servidores públicos y representantes de comunidades y grupos indígenas de la entidad. Su discurso, no improvisado sino escrito, evidenciaba su lejanía personal de la problemática indígena, y poco faltó para que recomendara a los asistentes asumir la receta del indigenismo foxista del “bocho, changarro y tele”. Evidentemente, lo suyo no era el trato con los conjuntos sociales, y mucho menos el tejido de relaciones políticas finas. Era (y es) un tecnócrata eficaz dentro de sus modelos teóricos para el desarrollo, pero no un político. Imagínense si puede ser un diplomático.
No es raro encontrar entre los tecnócratas la actitud de la diva que se siente minusvaluada. Y una forma de curar ese sentimiento es rodearse de las comodidades y el lujo que deben acompañar al talento superior. Flores salía del área central del gobierno federal, la presidencia de la República, y emigró con todo y sus fondos presupuestales ya asignados, hacia la Secretaría de Relaciones Exteriores. Evidentemente él desconocía las precariedades que debe enfrentar cotidianamente el servicio exterior mexicano, y sencillamente actuó como si continuara desempeñándose en el cuerno de la abundancia de la presidencia. No hubo mala fe, sólo desconocimiento. Sin embargo, no deja de llamar la atención que existan prohombres en el gobierno federal que prácticamente tienen carta blanca para definir el área de su desempeño. Flores Alcocer logró que Relaciones Exteriores reviviera una representación que ya había sido asumida por la embajada mexicana en París, y se le permitió construir una estructura paralela que se antoja desproporcionada para la función asignada. Me parece evidente que su despido del área diplomática tiene que ver más con el apaciguamiento de molestias internas de la SRE, que por la presión de la opinión pública. Bien pudiera haberse encontrado otra salida, como el reintegrar a los proveedores varios de los artículos adquiridos, o bien que, como lo prometió Flores Alcocer, éste asumiera de su peculio su costo. Además, los supersueldos asignados a su persona y a su staff son totalmente desproporcionados con relación a los del personal de carrera. Es cierto que París es una ciudad cara, pero no tanto para justificar un salario de 15 mil dólares mensuales. Eso quiere decir que ganaría tanto como su superior jerárquico, el secretario Derbez. Por lo pronto al nuevo titular de esa oficina, Alejandro Ramírez Magaña, le tocará la suerte de estrenar fino.
Ahora, ¿dónde será reubicado aquél personaje? No creo que este penoso asunto le haga salir del círculo íntimo del presidente Fox. Con seguridad lo reciclarán en otra función, y a ver a cuál secretario le enjaretan ahora al niño consentido de un presidente que tiene el corazón del tamaño de un camión.
Para terminar y cambiando de tema, mando un saludo a mi esposa y compañera Felisa Carrillo, quien fue intervenida quirúrgicamente el miércoles. Amor: mis deseos de que pronto estés de nuevo en circulación acelerada, como tú acostumbras.

viernes, 23 de enero de 2004

Acelerados todos

En el México en que nos tocó vivir, sujeto a tantos avatares y cambios en sus formas de hacer política y de construir la convivencia social, no son raras las evidencias de que esas transformaciones se han dado de forma poco planeada, incluso violenta: más como respuestas coyunturales a presiones de grupos de interés, a movimientos sociales y a actores individuales. Una de esas evidencias de nuestro trabajoso proceso de maduración ha sido, al menos desde la elección presidencial pasada, el desbocamiento acelerado de las precandidaturas en todos los partidos y el consecuente debilitamiento prematuro de la figura presidencial. Recordemos cuando a la mitad del sexenio de Ernesto Zedillo las aguas ya estaban tan agitadas que pronto se desdibujó el tradicional poder omnímodo del presidente a favor de los acelerados, propios y extraños, dentro del PRI. Incluso el presidente se vio obligado a contradecir su inicial promesa de mantener una “sana distancia” de su partido y encajó las espuelas para tranquilizar a la caballada priísta. Sin embargo no podía hacer lo mismo hacia los otros partidos, y sólo testimonió cómo el gobernador Vicente Fox iniciaba su tempranísima precampaña en julio de 1997.
Hoy día, las precandidaturas de todos los tipos y de todos los partidos se mueven en el caldo de cultivo del vacío de poder y de la inexistencia de una legislación que acote este tipo de actividades. Si Zedillo fue un presidente que en buena medida se vio obligado a renunciar a parte de sus poderes metaconstitucionales, entre ellos (aparentemente) el de designar a su sucesor (y eso hasta cuando él lo considerara pertinente), el presidente Fox llega a la mitad de su periodo sin ninguno de esos poderes extralegales, y con buena parte de los poderes legítimos conculcados en la práctica por un Congreso pretencioso, por un partido engolosinado y por sus propios colaboradores, incluida su esposa, afanados en ponerse zancadillas e insuflar sus propias vanidades. Su presidencia ha acumulado demasiadas buenas intenciones que no han podido verse concretadas, entre ellas la de construirse una nueva autoridad moral que supere los lastres del autoritarismo, y que eleve al presidente de la República por arriba de las mezquindades particulares de grupos, partidos e individuos. Desgraciadamente, su afán de opinar sobre todo lo que se le ocurre ha imposibilitado construir esa nueva autoridad.
No veo mal que a estas alturas se comiencen a barajar nombres y perfiles para la competencia presidencial del 2006. Lo que me inquieta es constatar cómo la actual rebatinga mediática entre los precandidatos está desviando la atención de la opinión pública de los verdaderos asuntos urgentes de la agenda política nacional. En la clase política hoy vigente existe una incapacidad de jerarquizar los puntos necesitados de atención. Yo insistiría en la urgencia de concretar o avanzar en la reforma del Estado (auténtica, no de ajustes cosméticos o cambios de nomenclatura), también el comprometerse con la reforma hacendaria, el retomar y perfeccionar la reforma política, establecer un plan de emergencia que rescate la educación pública nacional (y colocar a alguien competente al frente), reformar el sistema de seguridad social y de pensiones, debatir y reconstruir la política exterior mexicana, reformar el sistema nacional de procuración y administración de justicia, etcétera. Son tantos los pendientes que me irrita constatar cómo seguimos perdiendo el tiempo en las triviales pasarelas de los personajes iluminados que nos abrirán las puertas del verdadero cambio… pero hasta el 2006.
Todos los suspirantes deberían tener otras preocupaciones en estos momentos. Doña Martita haría muy bien en concentrarse en sus proyectos filantrópicos y ganarse el cielo; López obrador hace muy bien en “darse por muerto”, pero también cuidando su locuacidad; Madrazo debería dedicarse a reconstruir su partido, antes de que se le deshaga en las manos; Creel tiene tanto trabajo (o debería) con asuntos tan delicados como el de Tlalnepantla que no tendría un suspiro de tiempo para nada más; Alemán debería pensar en jubilarse y dejar de organizar frustradas corridas taurinas. En fin.
Para terminar y cambiar de terma, aprovecho para agradecer a mi querido amigo Ector Jaime Ramírez Barba su felicitación personal por mi cumpleaños. Él es el más humano de los miembros de este gabinete “humanista”. Al resto de mis amigos (los que sí se acordaron) les reitero mi amistad y cariño. ¿Cuántos? Pocos: 44.

viernes, 16 de enero de 2004

El espíritu de Monterrey: el abandono mexicano

La cumbre presidencial de Las Américas (barbarismo éste impuesto por los Estados Unidos, que se han apropiado del concepto singular de América), que recién se desarrolló en Monterrey, ha dejado en claro que hoy en día existen al menos cuatro bloques continentales: en primer plano encontramos a los dos únicos países desarrollados del continente, los Estados Unidos y el Canadá, a quienes se ha unido México apenas hace diez años como voluntarioso y dispar asociado, prófugo vergonzante del sur subdesarrollado. Los tres países se han aglutinado en una de las mayores regiones de libre comercio del mundo. Luego en un segundo lugar literal, tenemos a las naciones del sur profundo, que con dificultades han enfrentado los retos de la integración económica mediante el Mercosur y el Pacto Andino, destacándose sin duda el gigante brasileño, la conflictuada Argentina y el Chile progresista. Por otra parte también podemos distinguir a esos países cuya dependencia económica y militar de los Estados Unidos los ha convertido en simples patiños del imperio, como sucede con Colombia, Panamá y el grueso de la América Central. Y en última posición encontramos a los países “apestados”, con quien nadie se quiere juntar por miedo a las reprimendas de los gringos: se trata de Cuba y Venezuela. No son muchos éstos, pero tienen un gran cartel gracias a su papel de conciencia incómoda que ejercen sobre el resto de sus hermanos latinoamericanos. Por supuesto, a Cuba y a su terrible Fidel no se les convoca ya a estas cumbres, porque luego les da por poner en evidencia las groserías del anfitrión y publicar conversaciones telefónicas inconvenientes (¿recuerdan ustedes el “comes y te vas”?).
La cumbre fue una muestra de hasta qué punto los americanos (me refiero a todos nosotros como habitantes de la América continental) no hemos podido construir una auténtica comunidad de naciones, que compartan aspiraciones y valores similares. Reflejamos todavía la enorme disparidad de nuestros orígenes y nuestra historia, pero pretendemos ser similares en nuestro compromiso con la democracia, la libertad y el progreso. Nuestras relaciones viven marcadas por la hipocresía y el pragmatismo grosero, que impiden el desarrollo de auténticos lazos de hermandad y solidaridad entre naciones hermanas. ¡Qué olvidado está el legado bolivariano! ¡Qué lejanas suenan también las alabanzas libertarias de José Martí! Lo que hoy priva es la astucia impostora de Poinsset y la simulación panamericanista de la doctrina Monroe.
Para nuestro asombro vemos ahora a nuestro país cumpliendo el triste papel de “gozne” entre la América desarrollada del norte y nuestros hermanos empobrecidos del sur. Y lo califico de “triste” porque en este concierto no hemos cumplido ningún papel protagónico ni fundamental, sino más bien de recaderos y soliviantadores de las decisiones tomadas desde el imperio. Argentina, Chile y Brasil salvaron la dignidad del subcontinente, y México se conformó con el rol de anfitrión interesado: se vio lambiscón con unos y desdeñoso o sermoneador con otros. Armamos la fiesta al gusto de Bush, y lastimamos así a muchos hermanos. Le agradecimos, solícitos, al texano las migajas del anunciado programa de trabajadores migratorios temporales, y le entregamos en bandeja de plata la cabeza de nuestra doctrina Estrada. Y con ello Fox terminó dándole la razón al embajador que corrió hace poco: sí somos el traspatio de los Estados Unidos. Aquí se permite la ingerencia del FBI en nuestros aeropuertos. Aquí nos hacemos de la vista gorda ante las violaciones a los derechos humanos de nuestros paisanos en el país norteño. También nos hacemos patos cuando vemos a la DEA supervisando a la PGR en el combate al narcotráfico. Y aunque se nos someta a la humillación de ser fichados como delincuentes al entrar a los Estados Unidos, somos incapaces de aplicar la política de reciprocidad a la manera de los brasileños.
A diez años del TLC vemos cómo este acuerdo comercial ha transformado a nuestro país no sólo en el ámbito económico, sino también en su política internacional. No solamente somos un país maquilero de productos norteamericanos, sino que de igual forma estamos haciéndole el trabajo diplomático sucio a nuestros “socios” (eufemismo para disfrazar la relación patrón-empleado) ante las naciones iberoamericanas, con las que sí deberíamos compartir un destino común.
Nos hemos sumado a la estrategia de los bloques económicos regionales que hoy priva en nuestro planeta, pero lo hemos hecho desde un plano subalterno y dependiente, que ha quedado evidenciado en Monterrey. Para contrarrestar en algo esta triste situación, desearía que nuestros líderes atendieran el llamado de Brasil, y nos sumáramos pronto al Mercosur. Ojalá (changuitos).

viernes, 9 de enero de 2004

Bush, los migrantes y la soberanía

Vemos cómo, nuevamente, la problemática de la migración de trabajadores mexicanos hacia los Estados Unidos vuelve a ocupar un lugar importante en la atención de la opinión pública. La ocasión es ahora propiciada por la propuesta que hizo pública el presidente Bush (el pequeño), para normalizar la situación legal de los casi 10 millones de extranjeros irregulares que viven en ese país. El proyecto no tiene móviles humanitarios ni de justicia laboral; tampoco hay un acento en los derechos humanos o un interés solidario en las necesidades de las comunidades de irregulares. Ni siquiera hay una lógica pragmático-económica que reconozca la enorme importancia que tiene para los Estados Unidos el disponer de una fuerza laboral subvaluada y poco organizada, carente de derechos políticos pero que en contraste genera impuestos y aportes a la seguridad social. Ya lo reconoció abiertamente Alan Greenspan, el gurú de la reserva federal, para quien el aporte económico de los migrantes es de enorme importancia para sostener la viabilidad y competitividad de esa economía.
Vemos hoy a un Bush taimado, más preocupado por ganarse el voto hispano en las próximas elecciones presidenciales de noviembre, que por reconocer la importancia estratégica del aporte de los migrantes a la perpetuación de la riqueza de los Estados Unidos. El discurso de la seguridad nacional ha corroído fuertemente el papel internacional de ese país, y le ha convertido en un foco de paranoia permanente que revive las viejas fobias racistas y xenófobas de los belicosos aislacionistas y puritanos. El terrorismo es la excusa para renovar aquella política del “big stick” de Teddy Roosevelt, que facultaba al Tío Sam a intervenir en países extranjeros ante cualquier asomo de riesgo a sus intereses, hoy ocultos en la política de “seguridad nacional”. Este concepto, por cierto, nunca ha sido definido con precisión, pues interesa que su vaguedad permita cualquier arbitrariedad que se le antoje al imperio, como es el caso del “fichaje” humillante al que son sometidos miles de visitantes pacíficos que arriban a ese país diariamente.
Los migrantes regresan a la arena oportunista de la politiquería republicana. Son usados como el mono de trapo propagandístico que luego será refundido en un renovado olvido de cuatro años, hasta la siguiente elección. No hay un compromiso auténtico. Si lo hubiera, los halcones del Pentágono y los mojigatos (o “conservadores compasivos”) de la Casa Blanca ya habrían impulsado un acuerdo migratorio que le otorgara garantías y seguridades a los más de 300 mil mexicanos y varios miles más de centroamericanos que atraviesan ilegalmente la frontera sangrienta que hoy separa a nuestros países. Ni los 30 años del muro de Berlín produjeron tantos muertos como los 3 mil decesos que se han acumulado en la frontera desde que en 1995 se desató la atroz operación Guardián en el área fronteriza californiana. En cambio no se reconoce que si los paisanos fueron capaces de enviar, el año pasado, 13 mil millones de dólares a nuestro país, habría que imaginarse la enormidad de riqueza y plusvalía que generan para aquella nación.
Creo yo que la injusticia, la ignorancia y el oportunismo vuelven a campear en el tema de la migración indocumentada a los Estados Unidos. La iniciativa Bush no incluye una amnistía, sino más bien un registro de los indocumentados, con la promesa de otorgarles permisos temporales de trabajo. Esto hace sospechar que es un recurso para facilitar deportaciones masivas futuras, ahora justificándolas como recurso de defensa ante el terrorismo. Es una auténtica trampa para ratones.
Pero lo que más lastima es la actitud servil del ejecutivo mexicano. La iniciativa no es producto de ninguna negociación de gobierno a gobierno, ni recoge ninguna propuesta de organizaciones civiles vinculadas con los migrantes. Es una oferta unilateral que no está sujeta a debate externo, sino que está pensada para satisfacer al mercado político interno de aquel país.
Para terminar, una referencia al debate sobre la presencia de agentes gringos en el Aeropuerto de la ciudad de México, y al peculiar concepto de “soberanía” que tiene el subsecretario de población, quien la definió como la “capacidad de tomar decisiones”. ¡Válgame el señor! Bodino y Hobbes se deben revolver en sus tumbas, pues para ellos la soberanía es aquel poder que no reconoce la supremacía de ningún otro. Y en este caso nuestro gobierno no tuvo esa capacidad.

viernes, 2 de enero de 2004

Bienvenida al 2004

Los analistas de la política nacional y local hemos coincidido, en un sentido general, en el hecho de que el año que se fue, el 2003, fue muy contrastante en cuanto a sus saldos positivos y negativos. Vimos situaciones muy contradictorias, que por una parte evidencian una madurez creciente del sistema político y partidista nacional, pero también testimoniamos coyunturas que resultaron patéticas por su primitivismo y su estulticia. Entre estas últimas destacó sin duda el espectáculo circense que vimos en el Congreso federal, particularmente en el grupo parlamentario mayoritario, pero sin excusar a los demás de sus frecuentes perlas japonesas. Nuestros diputados pusieron en evidencia que para ellos priva el interés inmediatista de la elección siguiente, o bien la inclinación a quedar bien con el líder, más que con la nación y la viabilidad de su desarrollo.
Ante el 2004, no queda más que abrigar nuevamente la esperanza y esperar que las enseñanzas del año anterior produzcan algunos frutos que compensen el tiempo y las oportunidades desperdiciadas. Una vía que permitiría la capitalización de la experiencia sería que los legisladores retomaran inmediatamente los grandes temas de la agenda política que no supieron desahogar de forma adecuada en el periodo anterior. No tenemos por qué esperar nuevamente diez meses o un año para retomar la reforma hacendaria, que no ha sido posible consensuar entre las fuerzas políticas. Por su parte, el ejecutivo federal debe (ahora sí) dar muestras de talento negociador y exhibir los capacidades de un buen vendedor de ideas, que muchos creímos que serían las prendas que adornarían a un empresario metido a la política. También deben retomarse otras reformas pendientes, como la energética, la del Estado, la electoral y la educativa (aunque ya nadie quiera hablar de esta última). Es increíble que a más de la mitad del sexenio del cambio todavía no exista una sola reforma trascendente aprobada, y que las políticas públicas en el campo económico y social sean prácticamente las mismas que se iniciaron en la administración salinista. No ha habido un sello distintivo en esta administración federal, excepto en el manejo de la imagen, que ahora es mucho más personalista y focalizada en la figura presidencial que en los dos sexenios anteriores. Si no se dan prisa los señores y las señoras de Los Pinos, ¿cuál será el aporte por el que será recordado su paso por esa casa? ¿Tan sólo la alternancia presidencial?
En Guanajuato también llegamos ya a la mitad descendente de la colina sexenal. Aquí tenemos a una administración estatal que no termina de hacer sus ajustes internos, y que tampoco da muestras de un proyecto social y económico específico. Da la impresión de que los frentes internos ocupan más la atención del ejecutivo que los frentes externos. Pero la administración sin la política es siempre una actividad ociosa porque carece de rumbo. De seguro todos los miembros del gabinete están convencidos de que están haciendo muy buen tiempo y que trabajan eficazmente, pero ¿hacia qué objetivo?
El “gobierno humanista” no termina de traducirse en una filosofía política y administrativa que permita diferenciar con claridad el “plus” de la actual regencia en comparación con sus antecesoras. Los universitarios en el gobierno no han sabido añadirle sensibilidad social o intuición humanística a la misión gubernamental tradicional. La inercia soporífera de la cotidianidad se mantiene en áreas muy extensas del gobierno, donde escasean los liderazgos que sepan aglutinar la fuerza innovadora de las voluntades individuales comprometidas con una causa trascendente. Los ajustes administrativos siguen respondiendo a la cobertura personalista de cuotas de poder, más que a un rediseño de largo aliento basado en capacidades individuales y en oportunidades políticas y sociales. Los desempleados municipales y de otras esferas logran su acogida (y el mantenimiento de su sueldo) a costa del desajuste en el equipo original de gobierno. No se ve la lógica, excepto en el sentido de que se continúa pagando una fuerte factura partidista que se desprende del difícil parto de la candidatura romerista en enero de 2000.
Son escenarios políticos dificultosos los que se nos plantean para el 2004 a los mexicanos y a los guanajuatenses. Nuestro desarrollo político continúa fuertemente marcado por nuestro componente cultural autoritario y egoísta. Los partidos deben dejar de actuar como facciones mezquinas y nuestros políticos deben aprender, ya por fin, el duro arte de comunicarse sin imponer, el oficio de escuchar sin ignorar, y la obligación de atender el interés general por sobre el particular. Esos son nuestros deseos de año nuevo.