La Cueva de San Ignacio
Por: © Luis Miguel Rionda ©
Publicado en: | |||
---|---|---|---|
Hoy es Día de la Cueva en Guanajuato capital. Se cumplen 404
de celebrar esta fiesta y verbena dedicada al entonces beato Ignacio de Loyola.
La referencia religiosa es pretexto para que media ciudad se traslade al cerro
del Hormiguero y los bajos de la Bufa y los Picachos, donde se come y se bebe
en familia en carpas improvisadas, se acude a misa en la gruta de cantera, y se
comercia con chucherías, ropa, comida, golosinas y bebida, en el éxtasis de la música
para el bailongo.
El sentido original de la fiesta hace referencia a la cueva
del pueblo de Manresa, España, donde Ignacio vivió varios meses de 1522 en
ejercicio de recogimiento y meditación, y también redactó sus Ejercicios
espirituales, fuente de inspiración para las generaciones de la
contrarreforma religiosa europea. Ese movimiento religioso que respondió a las
fuerzas revisionistas que cundían en el norte europeo y que cuestionaban la
corrupción del catolicismo ortodoxo, y le contraponían la sobriedad en sus
formas y modos. La contrarreforma respondió con lo contrario: la exuberancia
del pensamiento que se canalizó mediante el barroco y su intento de reflejar lo
divino en la materialidad del arte.
Desde tiempos tan lejanos, la ciudad minera recrea su
vocación jesuítica y su gusto por lo frondoso en esta fiesta de la abundancia y
la alegría. El Día de la Cueva es la verbena principal para una villa con
innumerables fiestas religiosas. La convivencia ayuda a confirmarle a la
principal montaña de esta ciudad escabrosa su primacía en la magia del
imaginario colectivo. La fiesta de La Bufa, nuestra Bufa, similar a la de
Zacatecas, pero diferente por esta aura de hechizo y sortilegio que emana de su
Cueva encantada, espacio para misas blancas y negras, con su estatua de cantera
de San Ignacio, que siempre amanece descabezada y pintarrajeada por vándalos impíos.
En esta ocasión se cumplen diez años de cuando La Bufa convocó
a la movilización ciudadana en defensa de sus espacios naturales, tan sagrados
para quienes habitamos bajo su mirada protectora. Miles de guanajuateños
levantamos la voz en reacción contra la intención del ayuntamiento de entonces,
de autorizar la urbanización de sus bajos y cañadas. El Día de la Cueva de ese
año marchamos más de mil enojados residentes para exigir el respeto a esos
espacios ancestrales, y en el llano del Hormiguero cantamos el himno de
Guanajuato, “Tierra de mis amores”, del inolvidable cuevanense Jesús
Elizarrarás.
El enojo social impulsó al entonces alcalde —surgido de una
inusual coalición PRI-PRD— a solicitar la realización del primer y único
ejercicio de democracia directa que hemos experimentado en nuestro estado, el
plebiscito del 5 de diciembre de ese año. Los opositores ganamos la votación
con 84% de los 12 mil 547 sufragios emitidos, con una participación del 12.84%
de la lista nominal municipal.
La identidad cultural de los pueblos y villas del Bajío se basa
mucho en su arraigada religiosidad, consecuencia de un modelo colonizador que impuso
a la fuerza los valores del catolicismo rural y conservador de los pueblos españoles,
que vivieron en carne propia la violencia de la reconquista, los conflictos con
el Moro y la persecución de los herejes. La contrarreforma de San Ignacio sigue
viva en el ethos regional guanajuatense.
Jorge Ibargüengoitia lo
sabía, y por el Día de la Cueva rebautizó a nuestra peculiar ciudad minera: Cuévano.
Por eso somos cuevanenses.