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viernes, 31 de octubre de 2008

Un IFE remozado

Con la instalación formal del Consejo General del IFE el pasado día 3, se marcó el inicio el proceso electoral federal 2008-2009. Ese órgano de gobierno ha iniciado sus actividades renovado -muchos dirían “zarandeado”-, con el ingreso de cinco nuevos consejeros generales y un nuevo consejero presidente, el paisano Leonardo Valdés Zurita. De la anterior generación, sólo sobrevivieron Virgilio Andrade, Marco Antonio Gómez y Arturo Sánchez. Los nuevos son Benito Nacif, Marco Antonio Baños, Macarita Elizondo, Francisco Javier Guerrero y Alfredo Figueroa. Ellos exhiben perfiles al menos tan variopintos como sus antecesores, aunque con una constante: sólo unos pocos tienen experiencia en la materia.
La reforma electoral de 2007 fue trascendente por haberle ampliado sus facultades al IFE, por eliminar el enorme gasto en publicidad por medios electrónicos masivos, y por haberle otorgado la administración de los tiempos oficiales del Estado en esos medios durante el periodo electoral: 48 minutos diarios de cada canal o estación radiofónica, dos minutos por cada hora si transmiten todo el día. En precampañas la mitad de ese tiempo corresponde a los partidos políticos; en campaña es el 85%. El resto es del IFE, de los institutos estatales y tribunales electorales. En Guanajuato, por ejemplo, que tenemos elecciones concurrentes, de los 41 minutos que tienen derecho los partidos en campaña, 15 pueden referirse a los procesos locales y serán tramitados por el IEEG ante el IFE.
El anterior dato no es menor: en 2006 los partidos políticos gastaron dos mil millones de pesos en contratar publicidad en radio y televisión, equivalente al 47.6% del total de su financiamiento público. En esta ocasión, el IFE debió invertir alrededor de 600 millones de pesos en adquisición de equipo técnico para el monitoreo de los medios, que es otra de las obligaciones nuevas. Lo bueno es que es un gasto en activos fijos, que ya no volverá a hacerse en los próximos procesos. Se evita así un gasto irracional en propaganda vacua y sin sentido. Ojalá que esto sirva para reforzar nuevas estrategias de convencimiento, que busquen informar y formar criterio, más que condicionar conductas por medio de pautas musicales o visuales.
En Guanajuato iniciamos actividades a partir de la instalación del consejo local del IFE el día de ayer. Lo hacemos estrenando consejero presidente, ya que hace un mes se concretó el cambio de vocal ejecutivo, que algunos considerábamos necesario. Llegó como nuevo delegado el maestro Jaime Juárez Jasso, quien ya se había desempeñado como vocal de organización en los distritos de Pénjamo y San Francisco del Rincón. Aunque mexiquense, tiene raíces en esta tierra por su familia política, pues se casó con una francorrinconense. Es una buena cosa que conozca el terreno y las gentes, pues ya van dos delegados que llegan desconociendo los usos y costumbres de los melifluos guanajuatenses, y luego hacen papelones. JJJ es bien conocido por los vocales distritales y locales, y parece que comienza con el pie derecho. Sin duda, hubo alguna decisión del actual consejero presidente, que conocía la circunstancia por la que atravesaba la delegación, y buscó mejorar el ambiente organizacional del instituto en esta junta local. Qué bueno.
Los seis consejeros que actuamos hace tres años continuamos con la estafeta: Carmen Castro Mata, Guadalupe Rangel Armenta, Beatriz Solomon García, Armando Cabria Pérez, Arturo Lara Martínez y yo. De igual manera repiten los consejeros distritales, aunque se han dado algunas bajas entre ellos. Debo señalar que este será nuestro último proceso como consejeros.
Con 14 distritos y 3.2 millones de electores, Guanajuato es una de las entidades más complejas para la organización electoral en el país. El proceso que culminará el 5 de julio próximo será menos arduo que el de 2006, pues sólo se elegirán diputados federales -los ayuntamientos y los diputados locales se renovarán con el proceso estatal-, pero tenemos una legislación más compleja, con nuevas atribuciones y con el deseo de los contrincantes de hacerse de la mayoría parlamentaria, en espacial los azules y los tricolores. No será raro que volvamos a experimentar momentos de exaltación y violencia verbal, pues hay mucho en juego, particularmente el futuro de las iniciativas necesarias para la segunda parte del régimen del presidente de la República, cuando usualmente se generan las reformas más trascendentes. Habrá que cuidar que el vapuleado prestigio del IFE -azotado por los propios actores interesados- se redima y presente ante los ciudadanos un proceso más transparente y eficaz que nunca.

viernes, 17 de octubre de 2008

La UG y los estertores del cambio

La “colmena” está alborotada. Las convocatorias, casi simultáneas, para elegir a los directores de división y los de departamento de los cuatro campii de la Universidad de Guanajuato, están causando reacciones encontradas tanto de entusiasmo -sobre todo entre los que han apuntado en el proceso como de desazón y duda, en particular entre el personal de apoyo. La vieja institución se agita en una especie de estertor provocado por la reforma institucional, ajustada a los tiempos acelerados y perentorios que se fijaron en la ruta crítica de la nueva ley orgánica. Como todo movimiento, estas agitaciones tienen puntos benéficos y otros perjudiciales; entre los primeros podemos señalar la sacudida de viejos usos y esquemas de trabajo que condujeron a la centralización y la ineficacia corporativa. También señalaría la renovación generacional que es esperable de esta transformación. Los procesos de selección y concurso se han descentralizado y hay más actores involucrados que los que eran posibles en el viejo modelo de escuelas, facultades e institutos. Los liderazgos académicos naturales deberán aquilatarse y aprovecharse si se quiere transitar por la vía de la actualización funcional, y tengo esperanza de que en la ponderación pese más el proyecto que plantee cada candidato, que la “experiencia” del mismo, pues con frecuencia se confunde antigüedad con sapiencia.
Entre lo negativo señalaría que, como en todo proceso de competencia, siempre salen a relucir las mezquindades humanas en forma de descalificaciones gratuitas -como las que se escuchan en los pasillos y nunca de forma abierta-, los prejuicios sociales -de género, de edad, de nacionalidad, de ideología-, el interés egoísta de preservar espacios de poder, y la llana envidia personal. Esos factores inducen mucho “ruido” en estas renovaciones, y el verdadero riesgo es que los tomadores de decisiones les presten oídos. Todo psicólogo de las organizaciones sabe de estos fenómenos, que pesan tanto en las corporaciones sometidas al cambio.
Me preocupa que se haya decidido traslapar los procesos de selección divisionales y departamentales, pues ambos se pueden contaminar mutuamente o bien generar situaciones futuras de incompatibilidad entre autoridades unipersonales. En toda organización existen discordias personales. Bien puede suceder que un director de división tenga que trabajar con uno o varios directores de departamento que no comparten su visión y proyecto. Por ello opino que los divisionales, cuando están definidos, deben poder opinar sobre la elección de sus subalternos departamentales, pues de otra forma se prohijarían conflictos futuros. Otro efecto del mecanismo seleccionado es que los candidatos que se registraron para buscar conducir las divisiones, están imposibilitados, por el traslape de los tiempos, para optar por una dirección de departamento. Algunos de los que hoy son directores de unidad quedarán fuera del juego por esta razón. Afortunadamente el dispositivo actual es temporal, pues la ley orgánica prevé que sean los consejos divisionales -que aún no existen- los que propongan al rector de campus los candidatos a directores de departamento, propiciando así la intervención de los representantes de los docentes y los estudiantes de la división, así como el director de la misma.
Sesenta y tres autoridades unipersonales deben ser seleccionadas, antes de poder dar inicio a la integración de las autoridades colegiadas: los consejos de división, de campus y el general universitario, en los que intervendrán representantes electos por los profesores y los estudiantes, y en el caso del último consejo, un representante del personal administrativo. Con ello la reforma institucional culminaría, y podríamos así avanzar en la necesaria reforma académica orientada a responder mejor a los requerimientos educativos de las regiones y sectores sociales. El año próximo yo esperaría que estuviésemos discutiendo, al interior de cada campus regional, sobre mejores modelos de enseñanza, nuevas estrategias y temáticas de investigación, renovadas modalidades de extensionismo social y cultural, y sobre nuevos programas de licenciatura y posgrado que respondan mejor a las exigencias de un entorno postindustrial.
La universidad pública estatal se está expandiendo numérica y geográficamente. Hasta el momento ha logrado mantener la calidad certificada de la gran mayoría de sus actuales programas. Hace poco pude consultar el ranking de las cien mejores universidades mexicanas que publicó Camila Villegas en la revista Selecciones hace pocos meses (www.selecciones.com.mx/content/openContent.do?contentId=21665), donde se ubicó a la UG en el lugar 28, detrás de instituciones tan prestigiosas como la UNAM, el ITESM, el IPN, la UIA, la UAM, la UAG, el ITAM, la UANL, la UDLA, la lasallista, la UVM, la UdeG y otras pocas. Entre las universidades públicas estatales ocupó el lugar 11. Sin embargo hay otras mediciones, como las de la SEP, que la ubican entre las cinco mejores estatales del país. Estas evaluaciones se pueden mejorar con la acentuación de las medidas que se han aplicado desde que se obtuvo la autonomía en 1994: mejora en la planta profesoral, modernización de la infraestructura, evaluación externa permanente, estímulos a la productividad, incentivos a la competitividad, planeación de largo plazo, atención a la pertinencia social, internacionalización creciente, incremento de becas estudiantiles, fomento de la investigación vinculada a la docencia, y un dinámico programa de extensión artístico-cultural complementado con el extensionismo social y productivo. Rubros que habrá que recuperar en el Plan de Desarrollo Institucional 2011-2020.

viernes, 10 de octubre de 2008

UVEG: Ciencias sociales virtuales


Fui invitado por un despacho consultor, Earned Value, a participar en un grupo de enfoque dedicado a “identificar las necesidades que la educación superior deberá satisfacer en los próximos años, en materia de competencias profesionales que los egresados de las áreas de Ciencias Sociales y Humanidades, y de Artes deberán poseer para desempeñarse con éxito”. Los resultados del estudio servirán para que la Universidad Virtual del Estado de Guanajuato (UVEG) pueda definir sus estrategias de crecimiento y oferta en este campo del conocimiento. Una docena de estudiosos acudimos al centro universitario Vinculación con el Entorno (VEN) de la Universidad de Guanajuato, en Silao, para interactuar con el apoyo de la última tecnología para la toma de decisiones ejecutivas. Me pareció una experiencia muy interesante, pues es muy reconocible que una institución de enseñanza superior, antes de definir su oferta, pida el apoyo de expertos en esta área específica para planear su desarrollo futuro en la materia. Y es más importante por el hecho de que la UVEG se plantea como instancia incluyente de las porciones de la población que carecen de un acceso efectivo y práctico a la educación escolarizada.
Las ciencias sociales, las humanidades y las artes son ámbitos del conocimiento tradicionalmente considerados “marginales”, “subjetivos”, “adjetivos”, “teóricos”, “interpretativos” y, para colmo, prescindibles por intrascendentes. Prueba de ello es la escasez crónica de programas de educación superior referentes en Guanajuato. Si contrastamos la situación de nuestro estado en cuanto a formación de especialistas en estudios sociales, políticos, económicos y culturales, con la de vecinos como Jalisco, Michoacán, Querétaro, San Luis o Aguascalientes, podemos percibir fácilmente el enorme grado de rezago relativo. En esas entidades existen desde hace tiempo numerosos programas superiores y de posgrado que han permitido formar una masa crítica muy importante de académicos e investigadores que han acumulado un acervo destacado de conocimiento sobre las realidades de esas sociedades regionales. Con esa sapiencia, se facilita enormemente el diseño y la definición de estrategias de desarrollo social, así como de políticas públicas y privadas para garantizar la pertinencia de la acción de los gobiernos, las organizaciones de la sociedad civil, los partidos políticos e incluso de las empresas y el sector privado emprendedor.
Las ciencias sociales, las humanidades y las artes deben acompañar el desarrollo armónico de un pueblo. Sin ellas no se establece plenamente la conciencia de grupo, la identidad cultural y la solidaridad hacia los conjuntos vulnerables. La ignorancia siempre será mala consejera, y peor cuando acompaña la ejecución de acciones de gobierno o de intervención social, pues sin el conocimiento previo y objetivo de la situación prevaleciente, el ejecutante se arriesga al fracaso o a la intrascendencia de sus acciones. Ejemplos abundan, y no tengo espacio para detallar algunos que he testimoniado.
Mi casa de estudios, la Universidad de Guanajuato, tiene una larga tradición en el ámbito de las artes y las humanidades. Tradición por cierto en mucho debida al interés personal del gobernador José Aguilar y Maya, allá en los años cincuenta. Pero en las ciencias sociales apenas se cuenta con unos pocos programas recientes. Somos muy pocos todavía los profesores e investigadores realmente formados en este campo. Es por ello que debe ser muy bienvenida esta iniciativa de la UVEG, ya que contribuiría a acercar a la población interesada y demandante de conocimiento en estos campos, tan poco apreciados por el resto de las instituciones educativas de la entidad. Afortunadamente el cultivo del saber académico en materias sociales, culturales y artísticas no es demasiado oneroso: sólo demanda vocación, ganas de trabajar duro en el estudio, inquietudes intelectuales, habilidades para la comunicación oral y escrita, espíritu tan abierto a las diferencias como crítico hacia lo establecido. Las ciencias sociales son forjadoras de conciencia crítica, y por ende ayudan a fortalecer la propia materia de su estudio: los vínculos comunitarios.
La UVEG podrá cubrir un “nicho de mercado” -como dicen ahora los tecnócratas- que está poco atendido. Se abre un “área de oportunidad” -para seguir con la jerga yuppie- que puede ser una alternativa interesante para los jóvenes y no tan jóvenes que deseen hacerse de una formación intelectual que es muy demandante y plena de retos, pero también con grandes satisfacciones potenciales. Las ciencias sociales y la humanidades tienen aplicaciones prácticas en nuestra vida cotidiana de las que somos muy poco conscientes, ya que estamos acostumbrados a pensar sólo en función de las profesiones liberales –abogados, contadores, ingenieros, médicos, etcétera-, cuyos campos de trabajo están saturados. Nuestra comunidad requiere en cambio de expertos en el análisis prospectivo de problemáticas sociales que nos afectan profundamente el día de hoy: la violencia social y la delincuencia; la desintegración social y familiar; la crisis de valores éticos y culturales; los impactos de la modernización y la globalización; las causas y consecuencias de las migraciones internas e internacionales; la salud pública y las nuevas pandemias; los aprietos de la democracia liberal y la falta de legitimidad de los gobernantes; el impacto social sobre el medio ambiente natural; la gerontología y el abandono social de los viejos; los límites de la sociedad postindustrial, etcétera. Es mucha materia para el estudio, la reflexión y el diseño de estrategias, con fundamento en la metodología científico social y humanística. Pero somos muy pocos los formados profesionalmente en este campo. Con la UVEG, habrá mejores perspectivas al futuro, gracias a la virtualidad y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

viernes, 3 de octubre de 2008

Enseñar a investigar

Los días de ayer y hoy se desarrolla el Coloquio “Enseñar a investigar en la complejidad contemporánea”, que impulsa la Universidad de Guanajuato en las instalaciones de su Facultad de Derecho. Se estará discutiendo sobre los problemas concretos con que se enfrenta el docente-investigador para formar o confirmar la vocación investigativa que de forma natural subyace en todos los estudiantes. Desgraciadamente, cuando los chicos llegan a la educación superior traen consigo arrastrando años de una enseñanza autoritaria, desmotivadora de la generación de conocimiento crítico e innovador. Somos herederos de una tradición escolástica y conductista que privilegia la memorización de conocimientos que son considerados “consagrados” por la tradición de la palabra publicada; es decir, que el promedio de nuestros docentes nunca se atrevería a sembrar en las mentes de sus alumnos la sombra de una crítica hacia la tradición académica -científica o no- que se eterniza en las aulas. A todos nosotros se nos impuso durante nuestra infancia y adolescencia la idea errada de que no hay nada nuevo bajo el sol y que no se puede cuestionar lo establecido por la costumbre y la rutina. Prueba de ello es que en las aulas mexicanas no se fomenta, sino que se evade, el debate abierto sobre temas que son considerados tabúes, o al menos poco apropiados, como el de la sexualidad humana, la religión, la política y muchos temas o personajes de la historia real de nuestro país. Al chico se le prepara para convertirse en un trabajador calificado, pero nunca crítico ni consciente de su realidad. De esta manera, la educación no se transforma en recurso para la liberación -a la manera como lo concebía Paulo Freire-, sino para la perpetuación de las relaciones de dominación social.
La investigación es una actitud y una práctica. Desde que nacemos, somos criaturas cuestionadoras y curiosas: todo lo queremos saber, todo lo queremos comprender. Y muchas de las preguntas inocentes de los niños ponen en aprietos a los adultos, ya deformados por los prejuicios y por los conocimientos considerados “válidos” y tradicionales. Con el tiempo, el niño abandona su curiosidad natural y se convierte en un ser conformista y reprimido. Devolverle a un joven estudiante esas facultades, tanto tiempo combatidas por un sistema alienante, es un reto que debemos confrontar con pocas herramientas los profesores-investigadores en el nivel superior. ¿Cómo lograr que se reviva el natural instinto cuestionador en los alumnos? Eso estaremos discutiendo en este evento universitario.
No es fácil enseñar a investigar a muchachos que tienen la impresión de que poco o nada pueden aportar al conocimiento científico y a la tecnología que el mismo genera. México es un país consumidor, y no generador de ciencia y técnica. El gobierno invierte poquísimo en estas actividades, y los empresarios prácticamente nada. Nuestro sistema productivo prefiere comprar el know-how antes que generarlo. Por ello, la educación se ha preocupado poco por formar capital humano proclive a la investigación y la construcción de ciencia. ¿Para qué, si todo marcha tan bien si aceptamos nuestro papel pasivo ante la innovación del conocimiento? ¿Para qué arriesgarse a crear profesionales inquisitivos, críticos y analíticos, que luego pueden dedicar sus aptitudes cuestionadoras hacia la censura del sistema imperante? Un pueblo ignorante y conformista es más cómodo de gobernar, más fácil de engañar, más sencillo de esquilmar.
El epistemólogo Gastón Bachelard identificaba como el principal “obstáculo epistemológico” para la generación de saber científico el llamado “conocimiento ordinario”, que se caracteriza precisamente por su tendencia conservadora y acrítica. La experiencia y los juicios que vamos construyendo a lo largo de la vida tienden a esclerotizarse y a establecerse como verdades inmóviles. Eso es lo peor que puede sucederle a nuestra capacidad de avance hacia nuevos y más válidos conocimientos, particularmente en la ciencia. Hay que evitar caer en ese conformismo. Y hay que hacerlo mediante el fomento de la mentalidad inquisitiva, cuestionadora y de curiosidad permanente que debe caracterizar a los sabios verdaderos. Eso es lo que hay que buscar con nuestros jóvenes estudiantes, antes de que terminen de caer en el inmovilismo intelectual. Yo le he apostado a una técnica sencilla: desde la clase primera “moverles el tapete” a los chicos con quienes he compartido los quince cursos que he impartido sobre metodología de la investigación. Lo hago aprovechando mi formación antropológica, que me permite cuestionarles muchos de los tabúes y prejuicios con los que la cultura “ordinaria” ha condicionado su conducta. Por ejemplo, les lanzo ideas inquietantes como que el tabú del incesto es un constructo cultural, inexistente en el estado de naturaleza; o que la religión es un recurso también cultural para ordenar conductas y justificar un orden establecido; o que mucho de nuestra conducta cotidiana está determinado por nuestra obsesión por el sexo; o que el matrimonio romántico es un invento de la sociedad capitalista; o que el ser humano no nace como tal, sino que se hace; o que… etcétera. ¡Se arman unos debates bien sabrosos! Cuando se les cuestiona sobre elementos de su vida diaria que son considerados imbatibles, inamovibles, los muchachos comienzan a dudar, y con la duda les nace la curiosidad, y con la curiosidad viene el deseo de aprender cosas nuevas, y con ello florece la actitud científica. Así puede vencerse la molicie y la flojera mentales con las que nos educaron nuestros viejos maestros para domesticar nuestro instinto más humano: preguntar, investigar, conocer. De ahí, el paso siguiente es mucho más fácil, el de aprender los métodos y técnicas con que las ciencias nos han provisto desde la revolución de Copérnico, de Galileo y de Gutenberg: la experimentación, la comparación, la verificación y la democratización del conocimiento. Y así la verdad en efecto nos hará libres.