Etiquetas

viernes, 26 de diciembre de 2003

Saldos políticos del 2003

Al acercarse el final del año 2003 podemos concluir, en un intento de balance político, que en este año nuestro país se vio estancado como en pocas ocasiones anteriores. El único evento político que merece ser destacado en este malogrado “año de nones, año de dones”, fue la elección legislativa que se vivió el 6 de julio pasado, donde observamos la confirmación de la estabilización democrática en nuestro país. Sin embargo ese mismo evento fue empañado por la baja participación registrada; es decir que no hubo manera de convencer a los electores de acudir a votar. Luego, para colmo de males, el IFE se vio feamente manoseado por parte de las fracciones parlamentarias recién llegadas, que le impusieron un nuevo Consejo General sin haber sabido construir los consensos necesarios que consolidaran el creciente prestigio institucional de ese organismo, que tanto trabajo nos ha costado construir a los mexicanos.
Por el lado de las elecciones locales, vimos asomarse la sombra de las viejas mañas en Colima y en Ciudad Valles. Y no debemos ignorar los distritos federales que fueron anulados en Zamora y en Torreón. Es decir, que a pesar de la nueva profesión de fe democrática que hoy asumimos los mexicanos, todavía algunas de nuestras autoridades, o bien los dirigentes partidistas, se siguen dando el lujo de violentar las reglas e imponer reveses a nuestra buena fe. Nunca como ahora se ha confirmado el enorme valor que tienen los tribunales electorales independientes, que se han dado a la tarea de limpiar los eventuales cochineros en que partidos y gobiernos llegan a convertir las elecciones.
En este intento de balance también puedo aventurar que lo peor del año por terminar fueron los tortuosos affaires de los Amigos de Fox y el Pemexgate. En el transcurso de las averiguaciones que pudo impulsar trabajosamente el IFE se evidenciaron las complicidades institucionales y personales entre los personajes señalados con el dedo (Korrodi, Robinson, Romero Deschamps, Aldana, Eduardo Fernández) y los actores que se mantuvieron protegidos por las sombras (Fox y Labastida, principalmente). Las presiones, las negativas de información, los intentos de negociación subrepticia, las mentiras y las verdades a medias dejaron en claro solamente una cosa: que en México todavía confundimos la gimnasia con la magnesia, y que la política real se sigue conduciendo de manera deshonesta por parte de líderes que en el fondo nos siguen considerando a los ciudadanos como menores de edad, si no es que incluso como tarados. Pero de este nuevo mugrero se puede rescatar un elemento positivo: el que la autoridad electoral federal se haya fajado los pantalones y haya escarbado hasta donde los actores del poder se lo permitieron. El castigo a los partidos protagonistas fue proporcional a la ofensa y justo en términos políticos. Pero desgraciadamente no se avanzó hacia el castigo a los personajes concretos que ejecutaron estas maldades, y vemos ahora que los platos rotos los va a pagar la militancia partidaria, más que los dirigentes veniales.
A nivel estatal, las notas políticas principales giraron alrededor del desempeño del gobernador universitario y sus eventuales destellos de buen oficio, como sucedió en el caso del despido de su secretario de Gobierno o con los operativos de apoyo a los damnificados de las inusuales lluvias de este año. En general el Estado sigue bien administrado y sin mayores contratiempos a su seguridad y su tranquilidad social. Pero en la contraparte se pudieron apreciar resbalones y traspiés que no fueron pocos y sí algunos muy difíciles de explicar, como fue la aparente insensibilidad ante las tragedias de los paisanos en su andanza “cultural”, y más recientemente la torpeza con la que se promovió el replaqueo, que al final nadie atinó a justificar. Los cambios gubernamentales tampoco parecieron rebosar de racionalidad administrativa, y sí dieron la apariencia de constituir pagos de facturas partidistas. Nuevamente, como en tiempos del viejo priísmo, vemos al gobierno estatal y a muchos de los muncipales (de todos los partidos) convertidos en agencias de empleo para correligionarios, amigos y parientes, muchos de los cuales se han visto convertidos en “todólogos” que lo mismo sirven en una posición que en otra. La planeación no se evidencia cuando el gobierno parece responder a coyunturas, negociaciones personales y ocurrencias. En ese sentido, seguimos dando tumbos en materia política y nos mantenemos en un estadio de subdesarrollo que hace tiempo deberíamos haber superado, si así lo quisiéramos realmente.

viernes, 19 de diciembre de 2003

Presupuestos sin fin

Desde que se inauguró el pluralismo político en nuestro país, mediante los llamados “gobiernos divididos”, que consisten en un poder ejecutivo que debe convivir y negociar con un parlamento al que no controla una mayoría de su partido, se ha implantado el mal hábito de negociar los presupuestos anuales y las cargas impositivas siempre a las carreras y al cuarto para las doce. A nivel federal, desde que en 1997 el ejecutivo en turno perdió el control de la mayoría de los diputados se percibe este fenómeno pernicioso. Las diferentes bancadas intentan imponer sus criterios políticos, manejándose conforme a sus expectativas electorales más inmediatas, y han encontrado como una vía clara de chantaje y de proyección propagandística el boicotear iniciativas fiscales y presupuestarias, a las que se critica sin más base que la de sus estrechos populismos. A nivel estatal sucede algo similar, aunque en Guanajuato han desaparecido los gobiernos divididos desde el mismo año en que se inauguraron a nivel federal. Aquí se ha establecido desde 1997 un sólido dominio panista en la cámara local, y eso ha ayudado a que los ejecutivos, también albiazules, puedan sacar adelante sus iniciativas sin una oposición que no pueda ser superada finalmente por el mayoriteo.
Es cierto que muchas de las iniciativas presupuestales y fiscales de los ejecutivos son criticables y poco sustentadas en una lógica político-administrativa más amplia. Con frecuencia los ejecutivos imponen un programa de gasto o de recaudación que responde a intereses de minorías, o bien son consecuencia de compromisos “discretos” (por no decir oscuros) con agencias financieras internacionales, con otros gobiernos o bien con sectores de la élite económica nacional que pasan facturas por apoyos concretos. No se puede ser ingenuo y pensar que los gobernantes trabajan por el “bien común” platónico, pues ellos más bien procuran por el pragmatismo maquiavélico que los induce a buscar la preservación del poder, antes que comprometerse con las mayorías nacionales, todavía desprovistas de bienes y de esperanzas, angustiadas como están con la cotidiana lucha por la supervivencia.
Tenemos hoy a nuestros políticos ubicados en dos extremos: los neoliberales (siempre vergonzantes de su neoliberalismo) que se disfrazan de solidaristas y humanistas (v. gr. el nuevo Fox, la Gordillo, Molinar, y a nivel local Romero Hicks y Aguilar y Maya), y los neopopulistas (el viejo Fox, López Obrador, Madrazo, Fito Montes), ambos conjuntos disputándose la paternidad de la acción política responsable pero también la devoción por el prójimo y el compromiso social. Los dos grupos, los neoliberales y los neopopulistas, se distribuyen indiferentemente en los partidos políticos nacionales y están haciendo estragos con la viabilidad política y económica de la nación. La política electorera, que debería superarse inmediatamente después de la culminación de las elecciones, obnubila a nuestros líderes, que no han atinado a hilar fino con sus adversarios y construir el nuevo proyecto de nación sobre la base de las coincidencias (que no son pocas) más que sobre las diferencias (que sólo aparentan ser muchas).
Además de las profesiones de fe liberal o populista, la política mexicana está rindiendo un enorme tributo a los divisionismos personalistas y a los caudillismos de todos colores. El conflicto Madrazo-Gordillo era inevitable y terminó por desatarse en el peor de los momentos, exhibiendo los trapos sucios de la política camarillista al viejo estilo corporativo que creíamos ya superado. Véase si no, la actitud del SNTE y la FSTE ante el conflicto.
Pero el problema más grave reside en los tiempos atropellados que siempre terminan imponiéndose sobre los actores de la política, por culpa de estos ajustes de cuentas y las inefables reivindicaciones populistas. De nuevo se legislará y se armará el presupuesto sobre las rodillas. Adiós a la reforma hacendaria y a los cambios responsables que tanto urgen al país. Con seguridad nos van a encajar impuestos jorobados y pletóricos de retruécanos que calmarán los afanes de los populistas así como la sed de recursos para gastos prolijos de los liberales solidaristas. Ojalá algún día aprendiéramos a planear nuestras finanzas públicas con meses o años de anticipación, como sucede en los países civilizados. Así, ahora deberíamos estar discutiendo los ingresos y egresos de la siguiente década. Pero en fin, no nos agüitemos: ¡Feliz Navidad!

viernes, 5 de diciembre de 2003

Esquizofrenia priísta

El Partido Revolucionario Institucional está exhibiendo públicamente la profundidad de sus divisiones internas a un nivel que nunca antes le habíamos conocido. Los mexicanos sabemos que el PRI, más que un partido político, ha sido desde su origen una conjunción artificiosa de grupos de interés y de conjuntos sociales muy heterogéneos. Ese perfil le permitió durante décadas asumirse como el representante más incluyente de la sociedad mexicana, pero a partir de los años ochenta esa representatividad se fracturó, hasta un grado tal que hoy en día pone en riesgo la viabilidad inmediata de ese instituto. El espectáculo lamentable que ha brindado la profesora Elba Esther Gordillo, aferrándose a un liderazgo que dilapidó en sus afanes de quedar bien con el ejecutivo federal, da muestra de los rezagos democráticos que perviven en ese partido. El PRI se lo arrebatan hoy dos fuerzas internas que no pueden presumir de vocación democrática, pero que se asumen como los baluartes de la honestidad y el compromiso con el país y con un proyecto político “responsable”. Mientras tanto nadie cede un ápice, y ese divisionismo se ha traducido en un estancamiento imprudente de las negociaciones en la Cámara de Diputados.
Los dos grupos se señalan y se lanzan acusaciones recíprocas. Todos dicen buscar el bien de la Nación, pero al mismo tiempo se cobran facturas personales que tienen que ver más con las frustraciones individuales (por no haber conseguido presidir una comisión legislativa, por ejemplo) y con ambiciones de poder muy concretas pero inconfesables. El bien del país es materia de oratoria, pero no de acciones efectivas. La necesarísima reforma hacendaria apunta al fracaso, o bien a la generación de un nuevo bodrio fiscal lleno de parches y reiteradamente inequitativo. Los causantes cautivos seguiremos siendo rehenes de las ocurrencias partidistas, y la evasión seguirá tan campante.
El PRI deberá revisar sus compromisos políticos en función de los intereses reales de sus representados. Decir que no por sistema, incluso en un tema delicado como el IVA a alimentos y a medicinas, no siempre produce regalías electorales y sí en cambio puede perjudicar la viabilidad de este país. Nunca un impuesto será popular, pero siempre puede ser necesario cuando hay proyectos de desarrollo que catapulten la economía y el progreso armonioso de la sociedad. Con esto no estoy asumiendo la bandera en que se ha envuelto la profesora Gordillo, quien convenientemente se ha enfundado en el manto de la responsabilidad ante la Nación. Defiendo más bien la necesidad de recurrir al diálogo permanente entre los adversarios políticos, anteponiendo intereses comunes a la inmediatez de la politiquería electorera. Si para esa construcción de acuerdos hay que deshacerse de liderazgos ensoberbecidos e interesados, entonces hay que hacerlo, para que de inmediato se establezcan las líneas de comunicación con el resto de las fuerzas políticas, y así que el país realmente disfrute de los frutos de la nueva democracia que hemos sabido construir en estos años.
A nadie conviene un PRI dividido, ni siquiera a sus adversarios. Ese es un partido que sigue recibiendo las confianzas de un porcentaje muy alto de la ciudadanía, incluso mayoritario en muchos estados y regiones. El PRI debe trabajar más fuertemente en la construcción de una auténtica institucionalidad partidaria, y dejar atrás los compromisos con facciones, pandillas o caudillismos internos. Claro que no será nada fácil para un partido que nació marcado por el autoritarismo y la preeminencia de los liderazgos por sobre la militancia, pero no es algo imposible. El ejercicio reiterado y comprometido de la democracia interna es una de las vías más sensatas para lograrlo, por lo que me atrevo a recomendarla. Y ese camino dificultoso sólo lo pueden ensayar los priístas que realmente estén comprometidos con el país, más que con sus liderazgos.