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viernes, 23 de enero de 2009

Sobre el pensamiento unívoco

El pequeño-gran escándalo que se desató el fin de semana pasado, acerca de la aprobación de un nuevo Bando de Policía y Gobierno del municipio de Guanajuato, ha provocado debates y malos entendidos que parecen viciados de origen. Debo expresar públicamente mi opinión, pues como habitante de esta cañada me siento afectado directamente por los contenidos del reglamento y los altercados en torno suyo. Primero que nada, agradezco la deferencia de la doctora Teresita Rendón Huerta, digna síndica en este ayuntamiento y jurista notable, por el envío de un trío de interesantes documentos, incluida la ordenanza de marras. En un mensaje dirigido a un grupo de sus conocidos, no todos partidarios, la abogada municipalista explica con seriedad su posición y nos manifiesta su desconcierto ante la lluvia de improperios y desfiguros a que dio lugar una declaración desafortunada en torno a la nueva norma municipal: la falsa prohibición de los besos en los espacios públicos. Sin duda le asiste la razón en este aspecto: la materia nunca fue esa, y los medios nacionales hicieron su agosto en enero presentando a la administración panista de la capital como un conjunto de obtusos conservadores, ejemplos de las buenas conciencias retrógradas del Bajío provinciano.
Concedo que el efímero reglamento no contemplaba en ninguna parte el asunto esencial del escándalo: lo de prohibir los besos. Es evidente que hubo un manejo político e interesado por parte de los medios de comunicación, que indujeron la batahola sin más sustento que el dicho de un regidor de oposición. En ese sentido es necesario reconocer que se exageró hasta un extremo risible un argumento sin sustento. Pero lástima de defensa chabacana que emprendió el edil Romero, que nunca abandonó su tono “buenaondista” de preparatoriano.
Como le expresé a la querida maestra universitaria, sí veo en el reglamento señas preocupantes de lo que los politólogos y los psicólogos sociales llaman “pensamiento unívoco”. Este concepto sirve para definir las convicciones compartidas por conjuntos sociales que caen en la certeza de poseer la verdad única en torno a cuestiones muy variadas, pero que en este caso tocan el ámbito de la moral pública y la privada. Las tradiciones religiosas, así como las ideológicas –tanto de derecha como de izquierda— caen fácilmente en esta tentación absolutista: sólo yo, sólo nosotros, los fieles convencidos, somos portadores del dogma primigenio. Esta infalibilidad puede partir de consideraciones basadas en un origen mítico –por ejemplo las tablas de la ley dadas a Moisés por Dios con el fin de regir la conducta del pueblo elegido--, o bien de otras fuentes de legitimación, como la ciencia misma –el marxismo es un buen ejemplo--, la historia, el arte y demás fuentes de pretendidas certidumbres.
Luego de leer cuidadosamente el bando-catecismo derogado, me he convencido de que tras el texto subyace una ideología unívoca, conservadora y excluyente. Se pretende regir sobre la conducta individual en los lugares públicos, y evitar “una serie de conductas que se califican de infracción administrativa y que tienen relación directa con el uso del espacio público”, reza la exposición de motivos. El primer título del bando es inobjetable, desde mi visión, pues despliega una filosofía de la convivencia basada en el respeto a los derechos de los demás, que parte de una lógica elemental que sin problemas compartimos. Pero es el título II donde se encuentran las evidencias de una actitud obtusa: las once “infracciones a la convivencia” del artículo 32 son en su mayoría subjetivas e impracticables, las 17 “infracciones contra la seguridad pública” del artículo 34 son relativas e imprecisas; pero las joyas de la corona lo constituyen las “infracciones contra la moral del individuo y de la familia” del artículo 36. Desde el propio epíteto estamos mal: ¿de cuál “moral” individual o familiar hablamos? ¿La moral excluyente que se defendió en el reciente Encuentro Mundial de las Familias? ¿Los absolutos de la moral familiar de los evangélicos? ¿La moral heterodoxa que subyace en los modelos familiares alternativos? ¿La moral cívica y laica que defendemos los liberales? Mi respuesta: ningún modelo único de moral puede y debe ser defendido desde el Estado. Éste debe garantizar a la persona la más absoluta de las libertades, sin que ésta dañe a los demás en su físico, sus bienes o su prestigio. Hiper legislar la conducta individual puede ser peor que dejar de legislar.

viernes, 16 de enero de 2009

Ideas para el transporte colectivo

Dedico hoy este diario de campo -ejercicio en que nos involucramos los antropólogos para registrar nuestras vivencias ante la otredad- a un tema sugerido por mi querido tío Luis Rionda Arreguín: el cotidiano suplicio del transporte público para los guanajuateños, y una posible e inteligente solución ideada por mi tío filósofo.
Yo comencé a usar el transporte público concesionado de la ciudad de Guanajuato desde mi niñez, hace cuatro décadas. Por supuesto primero hice uso de los autobuses y luego, ya mayor, de los taxis. En los años sesenta y setenta existía un total de entre 20 y 30 camiones urbanos que se repartían entre las dos únicas familias de concesionarios: los Ávalos y los Aguilar; entonces les llamábamos “los verdes” y “los rojos”. No sé si había alguna relación con los viejos grupos políticos que se disputaban el poder en el estado en los años treinta y cuarenta, o bien sólo era una referencia a la franja de color que los distinguía. Sólo existían tres rutas: la principal que efectuaba el recorrido Presa-Estación, y sus derivadas hacia San Javier y hacia Pastita. No había más. El pasaje que recuerdo era de 40 centavos, aunque yo pagaba 20 por ser niño y luego estudiante. Los choferes -pocos y viejos- eran la imagen viva de la condescendencia: hacían parada cada vez que el pasaje lo solicitaba, incluso en la puerta misma del domicilio del usuario demandante. Interrumpían el poco tráfico que existía en una ciudad de 50 mil habitantes y unos tres o cuatro centenares de autos. Nadie tenía carro; mi familia tampoco. Sólo los ricos y los pretensiosos podían darse ese lujo inútil en una ciudad que yo caminaba de extremo a extremo en 40 minutos. El autobús se tomaba para no cansarse demasiado, o bien para acarrear el mandado. Los que teníamos prisa preferíamos caminar o correr.
Las circunstancias han cambiado enormemente en los últimos 25 años. La ciudad se expandió en exceso, desbordando la cañada e inaugurando asentamientos en lugares que antes eran páramos o cerros pelones. El transporte colectivo se multiplicó, hasta llegar a las 150 ó 200 unidades que me han dicho componen hoy el parque de los concesionarios. Miles de usuarios demandan a diario múltiples desplazamientos en las numerosas rutas que ya existen, que se han multiplicado gracias a las unidades Sprinter -de 20 pasajeros- y Urban -de 12-, que hicieron accesibles callejuelas estrechas y caseríos escabrosos. También suman ya un par de centenas los choferes de guaguas que se disputan el pasaje. El crecimiento de la oferta ha sido caótico y sin controles por parte de la autoridad municipal, que trienio tras trienio se ve rebasada e incluso burlada por parte de los taimados concesionarios, que se han hecho expertos en negociar aumentos tarifarios y en no cumplir sus compromisos. El transporte colectivo de ruta fija cuevanense es hoy un servicio malo, sucio, inseguro e irregular en sus itinerarios. Cada año se suman nuevos accidentes fatales que ponen en evidencia la falta de profesionalismo en los conductores y de medidas de seguridad en las unidades, siempre carentes de mantenimiento.
El maestro Luis Rionda me comparte una buena idea: que la calle Hidalgo -la calle subterránea- se cierre a la circulación de las unidades de motor a combustión y que sólo se permita circular en dos sentidos a un sistema de transporte eléctrico, un tranvía. Éste permitiría que esa magnífica calle se preservara, y además que la vialidad también se reservara para el uso de los peatones y de los ciclistas. Se convertiría en un paseo en las entrañas de esta ciudad mágica. Los tranvías -necesariamente pequeños- podrían ir al descubierto, sin pabellón, y circularían dentro de sus vías férreas, asegurando espacio para los caminantes. La subterránea podría transformarse en un paseo turístico, comercial y cultural.
Para el resto de la ciudad podría pensarse en otras medidas, como el uso de streetcars a la manera de San Francisco California, o bien el uso exclusivo de unidades para 20 pasajeros, eliminando los armatostes de 40 pasajeros que hoy despedazan y contaminan nuestras calles. No hay que olvidar que el transporte eléctrico es el futuro del tránsito colectivo urbano.

viernes, 9 de enero de 2009

El consejero Pepe


El fin del año pasado vino acompañado de una buena noticia para los que hemos manifestado públicamente nuestra preocupación por el mecanismo que subsiste para la designación de los consejeros ciudadanos del Instituto Electoral del Estado de Guanajuato (IEEG). Me refiero al nombramiento por parte del Congreso del Estado de José Argueta y Jesús Badillo como nuevos consejeros generales. Al consejero supernumerario Ricardo Sánchez no tengo aún el gusto de conocerlo, pero sí a los dos titulares. Ambos tienen conocimientos probados de la materia electoral y estoy seguro de que harán un buen papel en su nueva responsabilidad ciudadana.
Pero aquí me quiero referir a José Argueta, cuyo nombramiento está siendo cuestionado por el Partido Verde con base en presuntos antecedentes partidistas. Hay que recordar que la legislación electoral de Guanajuato es increíblemente restrictiva en lo referente a la nominación de consejeros ciudadanos y otros funcionarios de la materia comicial. El Código Estatal (CIPEEG) reza en su artículo 57, inciso III, que los consejeros deberán “No tener antecedentes de militancia partidaria activa y pública”, y define ésta como: “Desempeñar o haber desempeñado cualquier cargo de dirigencia dentro de un partido político nacional o estatal; ser o haber sido candidato a puesto de elección popular representando a un partido político nacional o estatal; ser o haber sido representante de candidato o de partido en el ámbito estatal o federal, ante órganos electorales o de casilla; ser o haber sido coordinador de campaña política de candidato a puesto de elección popular, en comicios federales, estatales o municipales; y manifestarse o haberse manifestado públicamente a través de medios de comunicación social extranjeros, nacionales o estatales, a favor de un candidato o de un partido político.” Estas exigencias de pureza y virginidad política constituyen un sinsentido que sólo se explica como resultado del clima de profunda desconfianza dentro del que se gestó la reforma electoral de 1994.
El Código Federal (COFIPE) es bastante menos restrictivo. Su artículo 118 enlista dentro de las condiciones para ser consejero local del IFE dos que son equiparables a las citadas antes: “d) No haber sido registrado como candidato a cargo alguno de elección popular en los tres años inmediatos anteriores a la designación; e) No ser o haber sido dirigente nacional, estatal o municipal de algún partido político en los tres años inmediatos anteriores a la designación.” No hay demanda de virginidad política, pues en ese caso José Woldenberg, Luis Carlos Ugalde y Leonardo Valdés no habrían podido ser considerados para una consejería por sus antecedentes partidarios.
Pepe Argueta tiene razón al argumentar que él nunca fue representante del malogrado Partido Democracia Social en 1999. Me consta, pues en esa ocasión fui uno de los consejeros locales del IFE que promovimos su nominación como consejero electoral para el distrito 04 de Guanajuato. A Pepe lo unía una vieja amistad con Gilberto Rincón Gallardo, con quien había compartido andanzas, y por eso su amigo lo incluyó como posible representante del naciente partido en Guanajuato, cargo que nunca aceptó ni ejerció. Así me lo explicó Pepe entonces y no tuvimos mayor problema para designarlo en la consejería que detentó eficazmente durante los procesos electorales del 2000, 2003 y 2006. Renunció a ser ratificado como consejero para estas elecciones venideras, tal vez para poder ser considerado disponible para el IEEG.
Su honestidad intelectual y personal es bien conocida por los que lo tratamos y lo leemos. Siempre le he considerado uno de los mejores periodistas de Guanajuato, riguroso y profundamente crítico del poder. Así lo fue en tiempos de la hegemonía priísta y así lo es en la panista. Su conciencia no está a la venta, de eso estoy seguro. Dentro del consejo general del IEEG hace falta una voz ciudadana crítica e inconforme, que haga contrapeso a la molicie que con frecuencia se ha observado. En conjunto con Jesús Badillo podrá significar una corriente de aire fresco que fortalezca la pluralidad y apertura del órgano de gobierno. Yo por lo pronto le manifiesto mi solidaridad, seguro de que su nominación es muy positiva para la democracia en nuestra entidad.