El Festival Internacional Cervantino, visto desde la distancia a que me obliga mi actual estadía en Tijuana, destaca como evento cumbre de la difusión cultural de altos vuelos en nuestro país. Como sucedió hace unos 20 años, el ejemplo del cervantino nuevamente cunde entre las entidades del país, y vemos cómo surgen nuevos festivales que, hasta donde pueden, emulan el modelo guanajuatense y procuran catapultar a sus regiones como espacios propicios para la recreación cultural. Por ejemplo, desde hace algunos días he visto en la tele un promocional del gobierno de Tamaulipas, donde Tomás Yarrington en persona anuncia la celebración del VI Festival Internacional Tamaulipas 2004, que inició el 14 pasado, y que evidentemente intenta proyectar la imagen del gobernante tamaulipeco como un adalid de la cultura en la frontera mexicana. El mensaje refleja cierto infantilismo y oportunismo de parte de ese personaje. Intenté imaginarme a Juan Carlos Romero haciendo el mismo anuncio promocionando al cervantino, y la verdad no lo logré. Era demasiado rústica la imagen como para que en ella encajase nuestro refinado gobernante guanajuatense.
En fin, que la promoción de la cultura puede ser una buena bandera política, que en manos de líderes sagaces –sin importar su rusticidad puede ser un buen activo ante los ojos de votantes potenciales. Algo muy parecido vemos en el Estado de México con el locuaz Montiel, en Oaxaca con el primitivo Murat y en varias otras entidades, que recientemente han armado sendos festivales artísticos y literarios que ojalá logren sobrevivir a los inminentes cambios de gobierno.
En este sentido, lo más positivo del Festival Cervantino guanajuatense ha sido su prevalencia, su misma sobrevivencia a lo largo de 32 años, a pesar de los muchos ventarrones políticos. Sobrevivió a la salida de los gobernantes que lo gestaron: Manuel M. Moreno, Luis H. Ducoing y Luis Echeverría; sobrevivió la vorágine de la señora Carmen Romano; sobrevivió a su temporal cancelación en 1985 y a los recortes de Miguel de la Madrid; sobrevivió la alternancia política de 1991 y a los berrinches de doña Mercedes Iturbe, y ahora ha sobrevivido a la sucesión de cuatro administraciones panistas y a la alternancia en el gobierno federal, lo que no es poco mérito. En síntesis, es un festival que ha logrado su institucionalización y su permanencia como valuarte de los méritos de la acción cultural desde los espacios de la provincia mexicana.
Hoy día, si algún gobernante local o federal decidiese que el gasto que representa el FIC ¿cuatro, cinco millones de dólares? es excesivo, y por ello se le antojase aplicar la “racionalización” del gasto, se las vería en extremo difíciles para poder cancelar un evento tan fortalecido. El FIC es ya parte del entramado institucional de este país, que tanto ha padecido por carencia de institucionalidad y exceso de personalismos, particularmente en la política local.
Las administraciones y los actores políticos locales siempre han tenido mucho qué decir acerca de la operatividad del FIC. Sin duda que les asiste razón, y que mucho se ha logrado en avanzar en la “guanajuatización” –en el buen sentido del festival. Las autoridades federales y los dos últimos directores generales han hecho mucho por acercarse a la sensibilidad local, y se han dado pasos sustantivos en la aproximación del evento con su sede, lo que también habla de una clara tendencia a la institucionalización. Un ejemplo fue la constitución del consejo artístico consultivo del FIC, donde por primera vez participan intelectuales y artistas locales.
Pero falta todavía darle formalidad normativa a esta nueva institucionalidad. Los decretos en que se sustenta el FIC siguen incólumes y no se ha avanzado en la reglamentación de los procesos de vinculación interinstitucional, la jerarquización en la toma de decisiones, la definición de la organización interna y muchos otros procesos que hoy día se practican por costumbre, más que por definición normativa.
El FIC es parte de la política cultural del Estado mexicano, y no es una parte menor. Podemos hoy celebrar su independencia de las ordenanzas de la política-política, o del ejercicio mezquino del poder. Esa es su principal fortaleza, y sin duda que nos obliga a defenderla y preservarla en el futuro.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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