Si intentara condensar una opinión personal sobre el estado actual de la política en México, me aventuraría a hacerlo así: en nuestro país el recurso de la política está a punto de ser desbordado por los intereses de grupo, ignorando las demandas del conjunto social. Varios hechos nos hacen llegar a esa conclusión pesimista. En primer lugar el desvergonzado uso político de la justicia, que impide una y otra vez que concretemos la construcción de un sistema confiable de leyes y de juzgadores imparciales. En segundo lugar la ineficacia e incapacidad de la élite gobernante, que ha dejado escapar una de las mejores oportunidades históricas que ha tenido nuestro país para proyectarnos de forma definitiva a la modernidad. Cuatro años y medio se les han escapado, y no lograron nunca construir un solo acuerdo en las materias más urgentes de atender hoy día: la reforma del Estado, la fiscal, la de la seguridad social, la energética, la laboral, la de comunicaciones, la de los capítulos problemáticos del TLC y también la urgencia de establecer un acuerdo migratorio con los Estados Unidos.
Un tercer hecho que oscurece el panorama es la creciente evidencia de que las mafias de la delincuencia organizada controlan espacios cada vez más amplios de la geografía social mexicana. La frontera está prácticamente en manos de los delincuentes (Tijuana, Ciudad Juárez, Matamoros, Nuevo Laredo). La ciudad de México ha maquillado sus cifras delicuenciales para apuntalar las aspiraciones personales de López Obrador. Sinaloa es francamente territorio narco. Guadalajara ha perdido el control de su seguridad ante el poder económico de los mafiosos. El Estado de México, Morelos y otras entidades implementan políticas represivas y de terrorismo de estado para combatir violencia con violencia. En Guanajuato se nos miente y nos dicen que somos la ínsula Barataria de la seguridad. En fin, que el Estado mexicano no controla ya ni a sus propias fuerzas o recursos en este campo.
Un cuarto hecho es el crecimiento imparable de la migración de mexicanos hacia el exterior. Un 10% de los nacidos en México viven hoy fuera de su país, la gran mayoría de ellos en los Estados Unidos. El Banco de México proyecta para este año el ingreso de 20 mil millones de dólares en remesas familiares. Sólo el incremento en los precios internacionales del petróleo ha impedido que este concepto de ingresos rebase a las exportaciones de crudo como componente principal de ingresos de nuestra balanza de pagos. Pero a su vez es una prueba fehaciente de nuestra incapacidad histórica para generar oportunidades de desarrollo para nuestra gente. Y en esto han fracasado gobiernos del PRI, del PAN y del PRD. El gobierno federal ha tirado la toalla frente a los Estados Unidos en la consecución de un acuerdo migratorio que proteja a los paisanos y que se acepte la realidad ineludible de nuestra vecindad y el tremendo diferencial de sueldos y oportunidades. También aquí falló la política.
Faltan 20 meses para el relevo presidencial, y el presidente Fox ha dejado de hacer política. Ya nadie se hace ilusiones respecto a la posibilidad de echar adelante una sola de las grandes reformas prometidas en tiempos de campaña. El ejecutivo luce cansado, malhumorado y consumido por la angustia que le produce su incapacidad para negociar y trazar alianzas estratégicas. El golpe a López Obrador fue producto de negociaciones tenebrosas con el PRI, el rival histórico del PAN, que disfrazan la defenestración del jefe de gobierno como ejemplo de respeto a la legalidad. Es cierto que el personaje tabasqueño es inquietante y podría representar riesgos insospechados --así como oportunidades potenciales--, pero no se justifica esta especie de “fraude patriótico” por adelantado que desplaza al precandidato con más simpatías –aparentes-- de la posibilidad de competir en buena lid. La política auténtica establecería que a este cabecilla “adalid de los pobres” debe ser derrotado en las urnas mediante el convencimiento de los electores, no mediante truculencias judiciales que huelen a estafa.
Los políticos no están haciendo política. Tampoco lo hacen nuestros representantes legislativos, que con su voto en masa confirmaron que continúan dándole más importancia a la obediencia hacia sus líderes partidistas que hacia las voluntades de sus electores. Por eso debe existir la reelección legislativa, para poder castigar a estos pseudorepresentantes populares.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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