Los 37 municipios fronterizos que se despliegan en las seis entidades mexicanas de la frontera norte exhiben un calidoscopio social que con frecuencia es ignorado por los paisanos del centro y sur del país, que tendemos a considerar a la región norteña como un todo integrado. Y no es raro que recurramos incluso a los estereotipos y los prejuicios que nuestra ignorancia ha construido con el tiempo. Pero nada es más erróneo: el enorme trecho de 3,200 kilómetros de línea fronteriza es un espacio dilatado tanto en términos geográficos como humanos. La frontera no es una entidad homogénea, aunque sí comparte muchas condiciones que la particularizan frente al resto del país, sobre todo el situarse al costado de una de las sociedades más desarrolladas del mundo tanto como en lo económico como en lo político. Y evidentemente hay intercambio entre comunidades permeables a lo diferente.
No es raro que los mexicanos “del centro” les adjudiquemos a los “norteños”, y aún más a los fronterizos, un pretendido malinchismo acrítico y embobado, pues queremos ver en ellos el paradigma del entreguismo que nos debilita como nación y corroe nuestra identidad. La influencia cultural, económica y social de “los gringos” se percibe como un cáncer maloliente que nos debilita y nos subyuga. Y creemos que es en la frontera donde esta penetración es más profunda y radical, favorecida por una sociedad local débil, sin identidad y sumergida en una crisis existencial permanente por el hecho de convivir cotidianamente con la seducción del primer mundo y la desesperanza del tercero.
Un año de vivir en Tijuana me ha dado una perspectiva diferente de la sociedad fronteriza mexicana. Reconozco que los “del centro” mal juzgamos a nuestros paisanos que se ubican en la vanguardia más extrema de nuestra cultura latina y que se ven obligados a convivir, no a guerrear, con el temido enemigo sajón del norte. Contrariamente a nuestros prejuicios, la cultura mexicana es más vigorosa en el norte gracias a la cotidiana convivencia con la “otredad”, con el diferente, con el extranjero. El malinchismo no se percibe de manera diferente a como lo experimentamos en el resto del país. No hay renuncia a lo que somos, sólo hay aceptación hacia lo que no somos: hacia el gringo, hacia el “americano” –dicho por acá en todo de respeto— que no representa al enemigo, sino al vecino, al socio, al cliente o al empleador.
Los valores de la “mexicanidad” –si ello existe— son vigorosos en la frontera y no sufren menoscabo entre nuestros paisanos que viven en “la línea”. La sociedad fronteriza es pragmática y realista, y hace tiempo dejó atrás los resabios del odio que nos heredó la guerra de 1847. Sencillamente se ha aceptado la realidad imparable de que en esta región –en la que se incluyen 25 condados norteamericanos-- se está construyendo una “tercera nación”, tan diferente de la sociedad mexicana como de la anglosajona. Son comunidades que se han visto influidas por el sentido práctico y eficientista de sus vecinos, y enfrentan el reto de vivir lejos de los focos sociales de México y demasiado cerca de regiones tan ricas de los Estados Unidos como San Diego-Los Angeles o San Antonio-Dallas-Houston. Por ejemplo, el condado de San Diego es 17 veces más rico que Tijuana y Los Angeles genera más riqueza (PIB) que todo México. El desequilibrio económico es correspondido con un desequilibrio social mexicano que hacer terrible el contraste que se percibe desde la frontera con respecto a los vecinos anglos.
Pro sin duda no es lo mismo vivir en la frontera bajacaliforniana que en las fronteras de Sonora, Chihuahua o Tamaulipas. La experiencia social fronteriza es diferente en Nuevo Laredo que la que se vivencia en Juárez o Mexicali. Cada una de las ciudades, en particular las que tienen una “ciudad gemela” al otro lado de la línea, ha desarrollado estrategias diferentes que la particularizan y le dan identidad. En Tijuana o en Juárez hay pocas opciones además de la industria maquilera. En cambio en Mexicali florece la agricultura comercial y los servicios. Nuevo Laredo y Matamoros tienen su fundamento en el comercio internacional y regional, sin dejar de lado la producción industrial. Cada espacio se corresponde con una sociedad diferente, que ha sabido construirse un modo de vida próspero, aunque diferente. Sólo la tolerancia hacia el otro explica la apertura y el carácter liberal de las comunidades de la frontera.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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