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jueves, 31 de enero de 2008

Apuntes bajo cero, IV


Luego de cuatro semanas de estancia en Toronto, este relator y el resto de los 12 académicos de la Universidad de Guanajuato que realizamos un curso intensivo de inglés avanzado, tenemos las maletas listas para partir mañana, de regreso a las cálidas tierras guanajuatenses. Huimos despavoridos de los seis grados Celsius bajo cero que registra el termómetro cuando hace “buen tiempo”, y de los 17 menos cero cuando hace viento. En la noche siempre baja a los menos 20, y ayer escuché en las noticias que en las ciudades norteñas de este norteñísimo país llegaron a padecer -45 y hasta -50 grados. Eso sencillamente es inmoral. No hay derecho, sobre todo si pensamos en los confortables 26 grados ¡sobre cero! del Bajío y los 24 de la cañada cuevanense.
No cabe duda en que el destino y la naturaleza nos han tratado muy bien a los mexicanos, sobre todo en cuestiones de clima y recursos naturales. Con todas esas ventajas, uno no puede evitar preguntarse por qué seguimos hundidos en el subdesarrollo, ocupando el lugar 52 entre los 177 países que miden su Índice de Desarrollo Humano, mientras que Canadá ocupa hoy el 4º sitio, luego de haber ocupado el segundo y el primer lugar mundial durante varios años. Tenemos al hombre más rico del mundo, pero un 40% de la población mexicana vive en la pobreza alimentaria, la peor de todas. Un país como el nuestro que lo tiene todo, se comporta como los niños ricos caprichudos y desperdicia sin pudor la oportunidad histórica de despegar apoyándose, no en su petróleo, sino en su gente, que está entrando en la curva irrepetible del “bono demográfico”, que se nos va a acabar en el 2030.

Aunque siendo honestos, puede que no la estemos haciendo tan mal después de todo. Lo digo luego de leer una parte de un libro que está en los aparadores de las novedades en Canadá: se llama Why Mexicans Don’t Drink Molson? (¿Por qué los mexicanos no beben Molson?) de Andrea Mandel-Campbell -lo leí a ratos, para no pagar los 35 dólares, en la espléndida librería Índigo, la Gandhi de por acá-. La autora pregunta a sus lectores la razón por la cual la cerveza canadiense Molson, reputada como una de las mejores del mundo, tiene tan poca distribución internacional, incluyendo los países del TLCAN, del que México y Canadá forman parte. En cambio la cerveza mexicana Corona, que la autora juzga de inferior calidad, tiene una agresiva estrategia de distribución que le ha llevado a ser la bebida de su tipo más exitosa en el mundo, con presencia –efectiva- en 150 países. ¿Cómo es posible que la cerveza canadiense no haya podido emular a su contraparte mexicana, a pesar de su calidad? Entonces la autora ensaya una serie de respuestas concernientes a la escasa competitividad de muchos otros productos de su país, que tampoco logran consolidar una presencia internacional interesante. Las preocupaciones de la escritora me hicieron reflexionar y replantear parte de mis prejuicios hacia mi propio país y su clase empresarial. Ejemplos abundad. Pero mejor no mencionemos, por sobado, el caso de las empresas de Carlos Slim, que por acá ya tienen una presencia creciente –América Móvil sobre todo-. Estas empresas y otras muchas más –Cemex, ICA y otras, como nuestra Tres Hermanos- son corporativos mexicanos, que están penetrando exitosamente en mercados foráneos, en otros continentes incluso.
En síntesis, me parece que México se está ganando poco a poco un lugar en el mundo postcapitalista. Pero lo hace mediante la extrema concentración de potencialidades en pocas manos y empresas, y no ha sabido derramar el nuevo espíritu del emprendedor globalizado sobre el grueso de la clase productiva, y en esta categoría abarco tanto a capitalistas como a trabajadores. Sigo llamando la atención sobre la urgencia de formar capital humano que nos revierta los beneficios del desarrollo, que hoy se escapan a los bolsillos de los potentados extranjeros. Pero parece que esto le cuesta trabajo entender a nuestro gobierno y a los patrones del dinero. Ni el sector público ni el privado están invirtiendo suficiente en capital humano.
La docena de profesores enviados por la UG nos sentimos como una gota dentro del enorme vaso lleno de estudiantes brasileños y orientales que inundan los centros educativos de Toronto. Esos son los verdaderos “países emergentes”, que están acaparando la competitividad y el desarrollo industrial gracias en buena parte a su apuesta a favor de la educación superior y de excelencia de sus jóvenes.
Entretanto, pongo punto final a estas cuitas mexicano-canadienses y aprovecho el medio para agradecer a nuestra universidad, la casa de estudios de todos los guanajuatenses, por haber invertido –y creído- en este puñado de profesores de a pie. Abur.

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