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viernes, 5 de diciembre de 2008

Los Estados nacionales y el Sistema-mundo

La semana pasada participé en un congreso de estudiantes de ciencia política en la Universidad del Centro de México en San Luis Potosí. Se me ocurrió darle a mi alocución el pretensioso título de “El estado nacional contemporáneo frente al nuevo federalismo y las regiones: tensiones y digresiones en tiempos de globalización”. Juzgué importante debatir con esta joven generación de estudiosos, que no conocieron el viejo centralismo autoritario que nos aquejó, ni tampoco un mundo sin globalización. Comparto aquí una de las secciones iniciales del texto expuesto, que se dedicó al “sistema-mundo del siglo XXI”.
Partí del hecho de que las nuevas condiciones de la competencia y la convivencia internacionales están sometiendo a los estados nacionales a nuevas tensiones que son producto de los requerimientos de la economía postindustrial, que induce procesos extraterritoriales y flujos que se imponen sobre los esquemas político-normativos tradicionales. Con asombro, los analistas vemos cómo la reconfiguración de los esquemas de integración internacional se basa crecientemente en las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Las famosas NTIC, que no sólo han facilitado la interconexión de personas e instituciones, sino que canalizan los movimientos de un capital cada vez más virtualizado y menos referido a valores objetivos. La actual crisis económica global pone en evidencia los alcances y los límites de este nuevo “Estado” supranacional que se ha ido imponiendo a las naciones periféricas y las hegemónicas.
El Estado capitalista nació en occidente primero como reacción defensiva ante el poderío ejercido por estados orientales sobre las fronteras y el comercio de la vieja Europa. Pero luego los estados nacionales de ese continente iniciaron un proceso de expansión colonialista que pronto se constituyó en la base de la primera manifestación del sistema-mundo: los flujos comerciales, las corrientes migratorias y la imposición de esquemas culturales y de organización política a los territorios dominados se constituyeron en los nexos afianzadores de un mercado global. El Mediterráneo dejó de ser el centro del mundo occidental, y fueron ahora los océanos antes infranqueables los que derribaron las barreras físicas y mentales de la conciencia clásica europea. Es aquí donde conviene incorporar el concepto de “economía-mundo” de Fernand Braudel, del que se desprende el de “sistema-mundo” de su discípulo Immanuel Wallerstein, ambos conocidos teóricos y críticos de la globalización capitalista. Cada “sistema-mundo” es una realidad autocontenida que se desarrolla alrededor de lugares centrales hegemónicos, que eventualmente se expande e impone relaciones subordinadas de intercambio.
Los estados nacionales transatlánticos, como el nacido de la independencia de las colonias de la Nueva Inglaterra, o bien los incipientes estados de la América ibérica, cumplieron un papel diferente al que habían desempeñado los europeos. En este último caso, las estructuras estatales se correspondían más o menos bien con las nacionalidades, definidas éstas en términos culturales e históricos. Los gobiernos centralizados del viejo mundo ejercían el poder social sobre extensiones territoriales que se habían integrado cultural y administrativamente desde tiempos romanos. Existía entonces un basamento identitario que facilitó el trazo de vínculos de solidaridad comunitaria entre conjuntos más o menos homogéneos. No era raro entonces que la “Nación” se correspondiera con el “Estado”. Un proceso contrario observaríamos en tierras americanas, donde los estados “inventaron” a las “naciones”, realidades culturales que sólo existían en el discurso de los primeros nacionalistas e independentistas. El nacionalismo mexicano es entonces un producto posterior al nacimiento del estado nacional en la tercera década del siglo XIX. Ingresamos así por la puerta trasera a la construcción de un sistema-mundo capitalista, y nos mantuvimos en su periferia.

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