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viernes, 25 de septiembre de 2009

No aprendemos

No aprendemos

Por: © Luis Miguel Rionda ©
Publicado en de León.
También en 15Diario, cotidiano electrónico.

Desde que la crisis global nos regresó a nuestra cruel realidad de subdesarrollo fiscal, el gobierno mexicano se mantiene sumergido en una paranoia presupuestal que ha contaminado la atención a cuestiones de mayor importancia. No es raro, ya que para atender cualquier prioridad se debe contar con el recurso suficiente. Una de esas cuestiones nodales es la educación, y muy en particular la educación superior y la investigación científica. Mal que bien, los mexicanos contamos ya con un promedio de entre ocho y nueve grados de educación, lo que quiere decir que el ámbito básico de la instrucción está atendido, más o menos. Pero debido a la transición demográfica por la que atravesamos desde hace una década, hoy día la presión de la demanda está sobre la educación media superior -la preparatoria pues- y la superior.
Cientos de miles de jóvenes aspiran cada año a ingresar a estos servicios educativos, y un enorme porcentaje queda fuera, al menos de la oferta pública. Es por ello que en estos años recientes hemos presenciado un auténtico boom de la educación privada, concretada en liceos y universidades particulares que por el afán de captar a estos miles de clientes potenciales, han expandido sus capacidades a costa de disminuir la calidad. Es el fenómeno de las universidades “patito” y los institutos-hongo, que pululan en cocheras, casas habitación acondicionadas y cualquier espacio donde se pueda abrir un “plantel”.
El Estado mexicano ha exhibido dos caras contradictorias frente al problema: por un lado impulsa a las universidades e institutos públicos -excepto los macrocefálicos- a expandir su oferta, seduciéndolos con la promesa de apoyos y financiamientos. Pero por otra parte ante las incidencias económicas se aplican políticas restrictivas de presupuesto a las mismas universidades, como vemos hoy día. El secretario Alonso Lujambio, académico y universitario de vocación, tuvo que anunciar para este año un 1% de recorte, que para un conjunto de instituciones que dedican más de un 90% de su presupuesto a gasto corriente y etiquetado significa una enormidad: un décimo de su gasto programable, ese que permite expandir la oferta, abrir nuevos programas, realizar investigación, hacerse de infraestructura, etcétera.
Se sabe que en el proyecto de presupuesto federal 2010 que presentó el presidente Calderón se prevé un recorte adicional de 6.2% al gasto en educación superior e investigación científica. Esa proporción llega al hueso: significará detener de plano los proyectos de crecimiento en cantidad y en calidad dentro del sector. Habrá que dejar para mejores tiempos la posibilidad de que nuestro país forme más capital humano de alto registro, a la manera como lo hacen naciones en desarrollo como la India, China, Corea, Brasil o Chile, que invierten en educación superior e investigación cantidades sustanciales que les han permitido convertirse en potencias tecnológicas. La India exporta ingenieros, China está por lanzar su primera expedición tripulada a la luna, Corea lidera la creatividad mundial en electrónicos y automotores, Brasil exporta aviones civiles y de guerra de alta tecnología, Chile cuenta con la clase media más ilustrada del continente gracias a uno de los mejores sistemas educativos del mundo.
Mientras tanto el gobierno mexicano le dice a la mejor universidad de habla hispana del mundo, la UNAM, que se ajuste el cinturón. Insinúa que las universidades públicas son dispendiosas, en contraste con las privadas –recordemos que Calderón se formó en la Libre de Derecho-. Por ello la administración ha mantenido una dificultosa relación con la ANUIES. Hace unos meses recurrió al chantaje y les recordó las universidades que les había apoyado con 600 millones de pesos para cumplir sus obligaciones fiscales. No producen, están politizadas y pagan demasiado a sus profesores y trabajadores, dicen en la presidencia.
No pongo en duda que en muchas universidades públicas existen problemas de eficiencia y calidad. Precisamente esos problemas deben ser atendidos mediante el reforzamiento financiero de los mecanismos de estímulo institucional, como los programas emprendidos por la SEP y el CONACyT en los últimos tres lustros: PROMEP, PIFI, PNPC, Fondos Mixtos, etcétera. No hay mejor inversión que en educación básica y superior, así como en investigación científica, como han puesto en evidencia los estudios comparativos disponibles sobre la vinculación desarrollo-educación. México se prepara para volver a echarse atrás en este ámbito, y mantenernos así en el sótano del capital humano. Seguiremos siendo un país de maquila, ignorancia y migración.

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