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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Momias de Guanajuato: patrimonio cultural y económico

Momias de Guanajuato: patrimonio cultural y económico


Publicado en el de Guanajuato.

Las momias de Guanajuato han sido un ícono de la ciudad del mismo nombre. Desde hace décadas, tal vez más de un siglo, esta localidad del centro de México se insertó dentro del imaginario popular nacional e incluso internacional como una auténtica “fábrica” de momias humanas naturales. No son las únicas, claro, pues existen otros lugares del país que experimentan fenómenos similares, como el convento de San Ángel en la ciudad de México, algunas cuevas del norte del país y de Baja California, y por supuesto las dos docenas de momias de Celaya.
Pero sin duda son las de Guanajuato las que han logrado la enorme popularidad que les ha permitido constituirse en el mayor atractivo turístico de una ciudad de por sí con muchos otros atractivos. Pocos turistas eluden visitar el museo instalado en las viejas catacumbas del panteón municipal de Santa Paula en la punta del cerro Trozado, y los que lo hacen alegan motivos que van desde el simple miedo, hasta el desprecio culterano hacia una atracción morbosa. Pero nadie es indiferente a los 115 cuerpos que se han acumulado desde que en 1869, pocos años después del estreno de ese panteón civil, se encontró el cuerpo preciosamente preservado del médico francés Remigio Leroy, muerto apenas un lustro antes.
Las momias de Santa Paula no se crean en la tierra, sino en los nichos, que logran aislar los cuerpos de los factores de degradación natural. Han sido muchos más los cuerpos momificados, pero sólo se pueden exhibir los que no son reclamados por sus familiares. Muchas momias más han sido destruidas por el deseo de la parentela de no ver expuesto al tío, a la abuela, a la curiosidad de turistas fisgones.
El hoy museo tiene relativamente poco tiempo de existencia. Y es que al principio la visita a las momias se hacía de forma clandestina, dándole su propina al panteonero, quien era el único beneficiario del morbo del visitante. Una crónica publicada en el periódico Guanajuato Diario del Bajío, el 5 de octubre de 1947, narra lo siguiente:
Para desentumirnos el espíritu no nos encontramos otra cosa que ir a ver a las momias, lo más visitado que hay por los turistas en Guanajuato. En una loma del panteón, se encuentra el osario. Se llega a un agujero abierto en el piso por el cual se encuentra, descendiendo por una escalera de caracol. Las momias están siendo “fliteadas” y “dedeteadas” por un fiel cuidador de la eternidad. Sin necesidad de fajas de papiro ni inyecciones de natrón, Guanajuato tiene como Egipto, la posibilidad de eternizar a sus muertos mediante un clima muy seco y un terreno calcáreo.
Contemplamos las momias a través de una vidriera. El espectáculo es macabro, como puede suponerse. Una mujer aprieta a un niño de pecho contra su cuerpo, un hombre ofrecer su cara atormentada. Otro aparece muy tranquilo, como aparece muy tranquilo, como si nada le hubiera sucedido. Basta de polvo mortal. Salimos de allí compungidos, haciendo una caravana al montón de calaveras que se apiñan en un rincón a la manera de frutos podridos.

Tal vez en la siguiente década las momias fueron atraídas a la égida del gobierno estatal. Aunque el panteón era municipal, el gobierno parroquial no podía hacerse cargo. A fines de los años sesenta trabajé un rato en mis vacaciones escolares como “boletero” de lo que pretenciosamente ya se llamaba “museo”, aunque estaba lejos de serlo. Se cobraba, creo, un peso por acceso. Había que entrar por la entrada principal del panteón, atravesar todo su cuadrángulo principal entre tumbas hermosas como la del general liberal Florencio Antillón, la del maestro Armando Olivares Carrillo –una enorme roca de conglomerado rojo guanajuatense- y muchos otros paisanos notables.
Sin embargo este recorrido por el panteón preparaba los ánimos asustadizos del fuereño. Hasta el extremo opuesto de la puerta principal se encontraba la entrada a las momias, que consistía en un agujero en el suelo donde descendía uno por una escalera pétrea de caracol, oscura y fría, que conducía hasta el osario en el subsuelo. Ya podrán imaginarse el estado de ánimo de cualquiera al llegar a la catacumba, un enorme subterráneo con bóveda de cañón que recorre todo el cuadrángulo del panteón. Y es que ese subterráneo cumplía la función de osario, donde se acumularon durante décadas miles de esqueletos que los llenaron casi completamente. Los encargados del panteón no destruían ni quemaban los huesos, tal vez por cuestión religiosa; sólo los acumulaban en esos enormes depósitos.
En 1970 se vació una de las cuatro galerías de ese subterráneo. Pude testimoniarlo de la mano de mi padre, quien coordinó el operativo por mandato del gobierno del estado. Miles y miles de huesos fueron extraídos de ese enorme pasillo y vaciados en una represa que se ubicaba en una cañada atrás del panteón. Hoy día es el estacionamiento del museo. Pocos saben que debajo de los autos de los turistas descansan hoy los restos mortales de miles de guanajuateños, sellados por el asfalto. A la galería se le abrieron las entradas y salidas actuales, que conducen hacia ese estacionamiento y el área comercial que da la bienvenida a los visitantes. Ya no es necesario entrar al panteón, pues éste se debe rodear por el camino al Pueblito de Rocha y llegar sin sustos ni sobresaltos previos a las higiénicas y curadas instalaciones del museo.
También en 1970, siendo yo y mis hermanos fanáticos admiradores de Santo el enmascarado de Plata, acudimos al panteón a admirarnos con la filmación de la película “Santo y Blue Demon contra las momias de Guanajuato”. No se permitía el paso al interior del edificio, pero nos tocó en suerte ver el rodaje de la escena en la que el Santo sale corriendo de Santa Paula y de un salto entra a su pequeño auto convertible para arrancar hecho la mocha. Cada vez que el luchador debió repetir la escena para tener la mejor toma, la chiquillada contenida detrás de una cuerda comenzábamos a corear el grito de guerra de todo buen admirador de matinée: “¡Saaanto!, ¡Saaanto!, ¡Saaanto!...”
Lástima, nunca nos pudimos acercar para pedirle su autógrafo; todavía lo lamento.
Esa película terminó de catapultar la celebridad nacional de las momias de Guanajuato. Todo turista hacía referencia a la explicación -jaladísima de los pelos- que daba el guía enano que en la película recibía a los visitantes. Y no faltaba quién preguntara por las momias de los luchadores, incluyendo el que había hecho el pacto con el diablo.
El museo de las momias fue regenteado por el DIF estatal desde los años ochenta hasta los noventa. Era una de sus fuentes de ingreso más importantes, que le permitía financiar sus programas asistenciales con independencia del subsidio oficial. Pero desde el inicio de los noventa comenzó a surgir una corriente de opinión entre los guanajuateños que defendía la necesidad de que el municipio recuperara su dominio sobre este bien público. Las voces fueron creciendo, y entre ellas se contó la mía. En una entrevista colectiva que sostuvimos los articulistas del periódico El Nacional de Guanajuato, ya desaparecido, con el entonces gobernador Vicente Fox, tomé la palabra para solicitarle que se tomara en serio la demanda local de que se reconociera la potestad municipal sobre este museo; Fox defendió el uso de los recursos a favor de los más pobres del estado; le dije: “señor, aunque los ingresos beneficien a los pobres de todo Guanajuato, recuerde que son los abuelos muertos de los que habitamos esta ciudad los que están exhibidos ahí”. Fox me concedió razón. Poco tiempo después se concretó el paso de las momias a manos del gobierno municipal durante la primera administración de Arnulfo Vázquez Nieto, quien no quitó el dedo del renglón.
La importancia de este museo rebasa el simbolismo cultural que implica este depósito macabro, que evidencia la fascinación mexicana por la muerte, tan lejana al menos como la poesía fatalista de Nezahualcóyotl. Hoy día esta colección se ha convertido en un componente básico de los ingresos municipales. Según un reporte de la oficina de acceso a la información del gobierno municipal, en los primeros nueve meses de este año ingresaron al museo de las momias 307 mil 451 visitantes. Es decir que es esperable que al año ingresen más de 400 mil, cada uno pagando entre 15 y 50 pesos, excepto los minusválidos que pagan un módico pesito.
Además el gobierno municipal ha descubierto que puede “rentar” las momias a promotores de espectáculos tanto nacionales como internacionales, que han convertido a estos secos cadáveres en nuevos trashumantes, que se pasean por el mundo asombrando a legos y expertos. Nuevos y jugosos ingresos a las arcas municipales. Momias que son embaladas como valiosos y delicadísimos papiros, aseguradas por cuatro millones de pesos cada una. Grupos de entre siete y veinte momias-turistas han viajaron a varias ciudades del país, incluyendo la ciudad de México en últimas fechas, a donde acudieron acompañadas de sus hermanas menores de Celaya, no tan célebres. Y han viajado también a los Estados Unidos y al Japón, y quién sabe a dónde más les depara el futuro. Es una ironía que estos guanajuateños muertos estén viajando ahora mucho más lejos que durante sus estrechas vidas pasadas. Incluyendo el médico francés.
En este año 2009 el impuesto predial del municipio de Guanajuato representa casi 26 millones de pesos. Pero los ingresos por el cobro de los accesos al museo de las momias representan 26 millones 132 mil pesos, más alrededor de 400 mil por la renta de los locales comerciales y el cobro del estacionamiento frente al museo. Si consideramos que el total de ingresos del municipio suma poco más de 338 millones de pesos al año, vemos cómo un 7.8% de esa cantidad proviene de las momias. Es extraordinario considerando que es un museo. ¿Habrá otro museo en México que genere tantos ingresos?

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