El Partido Revolucionario Institucional está exhibiendo públicamente la profundidad de sus divisiones internas a un nivel que nunca antes le habíamos conocido. Los mexicanos sabemos que el PRI, más que un partido político, ha sido desde su origen una conjunción artificiosa de grupos de interés y de conjuntos sociales muy heterogéneos. Ese perfil le permitió durante décadas asumirse como el representante más incluyente de la sociedad mexicana, pero a partir de los años ochenta esa representatividad se fracturó, hasta un grado tal que hoy en día pone en riesgo la viabilidad inmediata de ese instituto. El espectáculo lamentable que ha brindado la profesora Elba Esther Gordillo, aferrándose a un liderazgo que dilapidó en sus afanes de quedar bien con el ejecutivo federal, da muestra de los rezagos democráticos que perviven en ese partido. El PRI se lo arrebatan hoy dos fuerzas internas que no pueden presumir de vocación democrática, pero que se asumen como los baluartes de la honestidad y el compromiso con el país y con un proyecto político “responsable”. Mientras tanto nadie cede un ápice, y ese divisionismo se ha traducido en un estancamiento imprudente de las negociaciones en la Cámara de Diputados.
Los dos grupos se señalan y se lanzan acusaciones recíprocas. Todos dicen buscar el bien de la Nación, pero al mismo tiempo se cobran facturas personales que tienen que ver más con las frustraciones individuales (por no haber conseguido presidir una comisión legislativa, por ejemplo) y con ambiciones de poder muy concretas pero inconfesables. El bien del país es materia de oratoria, pero no de acciones efectivas. La necesarísima reforma hacendaria apunta al fracaso, o bien a la generación de un nuevo bodrio fiscal lleno de parches y reiteradamente inequitativo. Los causantes cautivos seguiremos siendo rehenes de las ocurrencias partidistas, y la evasión seguirá tan campante.
El PRI deberá revisar sus compromisos políticos en función de los intereses reales de sus representados. Decir que no por sistema, incluso en un tema delicado como el IVA a alimentos y a medicinas, no siempre produce regalías electorales y sí en cambio puede perjudicar la viabilidad de este país. Nunca un impuesto será popular, pero siempre puede ser necesario cuando hay proyectos de desarrollo que catapulten la economía y el progreso armonioso de la sociedad. Con esto no estoy asumiendo la bandera en que se ha envuelto la profesora Gordillo, quien convenientemente se ha enfundado en el manto de la responsabilidad ante la Nación. Defiendo más bien la necesidad de recurrir al diálogo permanente entre los adversarios políticos, anteponiendo intereses comunes a la inmediatez de la politiquería electorera. Si para esa construcción de acuerdos hay que deshacerse de liderazgos ensoberbecidos e interesados, entonces hay que hacerlo, para que de inmediato se establezcan las líneas de comunicación con el resto de las fuerzas políticas, y así que el país realmente disfrute de los frutos de la nueva democracia que hemos sabido construir en estos años.
A nadie conviene un PRI dividido, ni siquiera a sus adversarios. Ese es un partido que sigue recibiendo las confianzas de un porcentaje muy alto de la ciudadanía, incluso mayoritario en muchos estados y regiones. El PRI debe trabajar más fuertemente en la construcción de una auténtica institucionalidad partidaria, y dejar atrás los compromisos con facciones, pandillas o caudillismos internos. Claro que no será nada fácil para un partido que nació marcado por el autoritarismo y la preeminencia de los liderazgos por sobre la militancia, pero no es algo imposible. El ejercicio reiterado y comprometido de la democracia interna es una de las vías más sensatas para lograrlo, por lo que me atrevo a recomendarla. Y ese camino dificultoso sólo lo pueden ensayar los priístas que realmente estén comprometidos con el país, más que con sus liderazgos.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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