Los analistas de la política nacional y local hemos coincidido, en un sentido general, en el hecho de que el año que se fue, el 2003, fue muy contrastante en cuanto a sus saldos positivos y negativos. Vimos situaciones muy contradictorias, que por una parte evidencian una madurez creciente del sistema político y partidista nacional, pero también testimoniamos coyunturas que resultaron patéticas por su primitivismo y su estulticia. Entre estas últimas destacó sin duda el espectáculo circense que vimos en el Congreso federal, particularmente en el grupo parlamentario mayoritario, pero sin excusar a los demás de sus frecuentes perlas japonesas. Nuestros diputados pusieron en evidencia que para ellos priva el interés inmediatista de la elección siguiente, o bien la inclinación a quedar bien con el líder, más que con la nación y la viabilidad de su desarrollo.
Ante el 2004, no queda más que abrigar nuevamente la esperanza y esperar que las enseñanzas del año anterior produzcan algunos frutos que compensen el tiempo y las oportunidades desperdiciadas. Una vía que permitiría la capitalización de la experiencia sería que los legisladores retomaran inmediatamente los grandes temas de la agenda política que no supieron desahogar de forma adecuada en el periodo anterior. No tenemos por qué esperar nuevamente diez meses o un año para retomar la reforma hacendaria, que no ha sido posible consensuar entre las fuerzas políticas. Por su parte, el ejecutivo federal debe (ahora sí) dar muestras de talento negociador y exhibir los capacidades de un buen vendedor de ideas, que muchos creímos que serían las prendas que adornarían a un empresario metido a la política. También deben retomarse otras reformas pendientes, como la energética, la del Estado, la electoral y la educativa (aunque ya nadie quiera hablar de esta última). Es increíble que a más de la mitad del sexenio del cambio todavía no exista una sola reforma trascendente aprobada, y que las políticas públicas en el campo económico y social sean prácticamente las mismas que se iniciaron en la administración salinista. No ha habido un sello distintivo en esta administración federal, excepto en el manejo de la imagen, que ahora es mucho más personalista y focalizada en la figura presidencial que en los dos sexenios anteriores. Si no se dan prisa los señores y las señoras de Los Pinos, ¿cuál será el aporte por el que será recordado su paso por esa casa? ¿Tan sólo la alternancia presidencial?
En Guanajuato también llegamos ya a la mitad descendente de la colina sexenal. Aquí tenemos a una administración estatal que no termina de hacer sus ajustes internos, y que tampoco da muestras de un proyecto social y económico específico. Da la impresión de que los frentes internos ocupan más la atención del ejecutivo que los frentes externos. Pero la administración sin la política es siempre una actividad ociosa porque carece de rumbo. De seguro todos los miembros del gabinete están convencidos de que están haciendo muy buen tiempo y que trabajan eficazmente, pero ¿hacia qué objetivo?
El “gobierno humanista” no termina de traducirse en una filosofía política y administrativa que permita diferenciar con claridad el “plus” de la actual regencia en comparación con sus antecesoras. Los universitarios en el gobierno no han sabido añadirle sensibilidad social o intuición humanística a la misión gubernamental tradicional. La inercia soporífera de la cotidianidad se mantiene en áreas muy extensas del gobierno, donde escasean los liderazgos que sepan aglutinar la fuerza innovadora de las voluntades individuales comprometidas con una causa trascendente. Los ajustes administrativos siguen respondiendo a la cobertura personalista de cuotas de poder, más que a un rediseño de largo aliento basado en capacidades individuales y en oportunidades políticas y sociales. Los desempleados municipales y de otras esferas logran su acogida (y el mantenimiento de su sueldo) a costa del desajuste en el equipo original de gobierno. No se ve la lógica, excepto en el sentido de que se continúa pagando una fuerte factura partidista que se desprende del difícil parto de la candidatura romerista en enero de 2000.
Son escenarios políticos dificultosos los que se nos plantean para el 2004 a los mexicanos y a los guanajuatenses. Nuestro desarrollo político continúa fuertemente marcado por nuestro componente cultural autoritario y egoísta. Los partidos deben dejar de actuar como facciones mezquinas y nuestros políticos deben aprender, ya por fin, el duro arte de comunicarse sin imponer, el oficio de escuchar sin ignorar, y la obligación de atender el interés general por sobre el particular. Esos son nuestros deseos de año nuevo.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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