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viernes, 13 de febrero de 2004

La compañera incómoda

La señora Martita continúa, afanosa, su campaña mediática para posicionarse como la mejor, si no es que la única, opción para su partido si éste desea pelear con posibilidades de triunfo la posición presidencial en la próxima elección de 2006. La señora de Fox aprendió de su marido que no se puede confiar en los procedimientos ortodoxos y formales que el instituto político albiazul ha acostumbrado para definir sus candidatos, particularmente el aspirante a la máxima magistratura federal. Si se siguieran esos caminos, se enfrentaría el enorme riesgo de que el elegido por delegados con cabeza fría pudiera no ser el más popular y pragmático, sino alguien más dogmático en términos ideológicos, más apegado a los principios y a la carrera partidista. Eso es inaceptable para los sagaces de mentalidad ejecutiva y para los místicos del poder, que han probado las mieles de la fama y la celebridad gracias a haberse ubicado en el lugar correcto en el momento correcto. No señor, es demasiado el riesgo. Por eso la familia presidencial ha optado por la estrategia del agandalle, los hechos consumados y la “manita de puerco” institucional.
Es irritante (lo es para mí) que la señora Marta haya acaparado durante estas últimas semanas los diez primeros minutos de la mayoría de los noticieros televisivos y radiofónicos, además de monopolizar planas completas de los diarios nacionales y locales. Su activismo febril, envuelto en un discurso meloso y santurrón (¡esas referencias abusivas a la madre Teresa!), ha devaluado la dignidad de la calidad de consorte y compañera presidencial, y la ha colocado en medio de los tormentosos nubarrones de la política narcisista e interesada. Ella se ha negado a descartarse en la carrera presidencial, pero sin abrirse ni declarar con honestidad la verdad de sus intenciones. Ignora con impudicia el daño que le hace a la autoridad, de por sí socavada, del presidente de la República, su complaciente esposo. Tampoco prevé el conflicto de intereses que se anuncia en caso de convertirse en la candidata del partido en el poder. El escenario en el cual un presidente en funciones comparte hogar y lecho con el (la) principal candidato(a) que busca sucederlo, no parece inquietar al detentador del ejecutivo. Pero algunas voces razonables dentro del PAN han señalado con honesta inquietud estos escenarios inconvenientes, y piden mesura a la mimosa señora, al parecer sin éxito. Los opositores, adivinando el potencial político de este diferendo, ya aguzan sus armas para encajarlas en los lastimados lomos de esta administración en declive.
No vale la pena aconsejar discreción a la beatífica señora Sahagún. Ya lo han hecho tanto cercanos como lejanos en diversos momentos y distintos tonos. Incluso hace algunos meses se anunció la constricción voluntaria del exhibicionismo de la compañera presidencial, en aras de devolverle dignidad a la función del consorte eclipsado. No duró mucho. Hoy, a mediados del periodo sexenal, el activismo afiebrado se ha vuelto a apoderar de la voluntad de la primera (y definitiva) dama del país. Se ha soñado (con su respectivo pestañeo) continuando con “el proyecto del presidente Fox” (aunque habría que aclarar si existe) y sucediéndolo en los deleitables espacios del poder. Pero no se cuestiona sobre el incomodísimo, pero probable escenario de recibir la banda presidencial de manos de su esposo, que con toda probabilidad asumiría a continuación la conducción de la fundación “Vamos México”, rebautizándola como “Volvamos México”.
Nadie ha desconocido el inalienable derecho político y ciudadano de la señora Martha de construirse una carrera propia. Sólo se ha alertado sobre la inconveniencia ética de una situación como la que insinúa “la jefa”. Mucho bien haría si optara por la opción más sabia de buscar una posición más modesta (una senaduría, a la manera de Hillary Clinton, o bien la gubernatura de Guanajuato, que prácticamente tendría asegurada). Evitaría muchas situaciones incómodas para sus seguidores y su partido, al mismo tiempo que la definiría como una política sagaz y prudente; de ninguna manera como un apéndice del fenómeno Fox ni como una arribista del poder. Ella, en su trato personal, es una dama dignísima; habría que concatenar esa sobriedad privada con su imagen pública. Pero en fin, mis respetos para la señora y sus sueños.

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