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viernes, 10 de septiembre de 2004

Rumbo a noviembre

Casi sin pretenderlo, pude dar seguimiento televisivo a las convenciones nacionales de los partidos Demócrata y Republicano de los Estados Unidos, que se celebraron en Boston a principios de agosto, y en Nueva York a principios de septiembre. Me soplé buena parte de las transmisiones en vivo, con montones de entrevistas y muchos encendidos discursos de los partidarios de los candidatos respectivos, John F. Kerry y George W. Bush.
Muchas cosas me llamaron la atención acerca de lo diferente que se practica la política de altos vuelos en ese país y en el nuestro. Sus alocuciones son tan vacías de contenido y tan simplificadoras de la realidad como las que nos dedican nuestros líderes mexicas, pero al mismo tiempo me parece que la visión de la cosa pública entre los dirigentes gringos tiende más a la esperanza y al optimismo. Por supuesto, tanto demócratas como republicanos conciben a su patria como la detentadora de los mejores valores, la mejor forma de vida y la dueña única de la verdad sobre el mundo todo. Hay mucho de obnubilación hacia sí mismos y no logran superar su provincianismo aislacionista, que los lleva a concebir a la política exterior como una extensión inevitable y de menor importancia con relación a la política interior.
En el caso de los demócratas, debo reconocer que entre ellos fue evidente un mayor compromiso hacia los asuntos de orden global, macro ecológicos y de solidaridad con el resto de los pueblos del mundo. No dejan de ser parroquiales, pero al menos voltean a su derredor y se dan cuenta de que su país, con todo y ser la única mega potencia sobreviviente de la barbaridad de la guerra fría, se encuentra en íntima relación con el resto del mundo, y que depende en buena medida de una creciente capacidad para establecer metas comunes de orden global: un compromiso integral de la humanidad con su propio futuro y el de su espacio vital.
Los republicanos se regodean en su fanatismo catastrofista. El terrorismo internacional, que ellos alimentaron en su tiempo, los conduce a demonizar a los pueblos que, como el islámico, han padecido los azotes de la política imperial que se impuso en el siglo XX en orden de garantizar la primacía de los intereses del gran capital por sobre los de las sociedades. Estoy convencido de que el terrorismo no es la causa de la inseguridad en que viven los norteamericanos comunes, sino más bien la arrogancia obtusa de un modelo de relaciones internacionales que todavía hoy se basa en la barbarie de la ley del más fuerte –el Consejo de Seguridad de la ONU, por ejemplo— y en el principio de la necesaria disimetría entre las urgencias sociales y las necesidades de la macro economía oligárquica.
Los republicanos fueron, en general, más radicales y esquemáticos en sus conceptos. La máxima que reiteraron con afán fue que sin Bush el terrorismo florecerá e incluso hará palidecer al 11 de septiembre (Dick Cheney dixit). Es un llamado al “voto del miedo”, que tan bien conocimos en México en 1994. Ofrecen continuar con el recorte de impuestos, con su consecuente recorte en los gastos sociales –aunque esto se guardan de mencionarlo. Incluso se evidencia ya una fuerte corriente de opinión que desea ver al neonazi Schuartznegger en la carrera presidencial del 2008, aunque esté impedido por su origen extranjero –sin embargo no es un “alien”: es un güerote germánico que nunca padeció las persecuciones que la migra dedica a los morenitos “greasers”. Y para colmo los abucheos de la convención a cada mención de la ONU me convencieron de que ese partido padece una miopía espectacular.
Creo no exagerar si afirmo que esta será una de las elecciones presidenciales de más trascendencia para nuestro país. Los Estados Unidos se encuentran en una encrucijada, y lo malo es que su decisión jalará los destinos del resto de los pueblos del mundo. La esperanza y la fe que se derramó en la convención demócrata, que contrastó con el acartonamiento de la republicana, me contagiaron y me sembraron el anhelo de que los electores de ese país opten por la candidatura que reintegre a los Estados Unidos al curso histórico que los una con los destinos el resto del planeta, y que no continúen navegando a contracorriente por el delirio del terrorismo. El resto del mundo, los 5700 millones de seres humanos que NO habitamos en los Estados Unidos, requerimos que ese país, que concentra la cuarta parte de la riqueza y el poderío bélico mundial, se reintegre a la política humanista y solidaria, como la que nos mostró Clinton en los casos de Somalia, Croacia y otras intervenciones avaladas por la ONU, donde se salvaron vidas y no intereses.

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