Continúo con la relación de mis impresiones sobre las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, donde acudí como observador informal, y debo señalar que sus procedimientos operativos siguieron pareciéndome misteriosos y poco transparentes. Es casi imposible observar el desarrollo completo de una jornada electoral, porque incluso en las casillas se impide la presencia de personas extrañas en las cercanías, como fue mi caso. En la legislación norteamericana no existe todavía la figura del observador electoral, y ni siquiera los propios ciudadanos de ese país pueden testimoniar los procedimientos. Existe una convicción compartida de que nadie hace trampa porque no es necesario hacerlo, y eso es sorprendente en un país con tan amplia tradición en fraudes electorales como los que se acostumbraban en los centros de poder demócrata en Chicago y en los estados del sur en las primeras décadas del siglo pasado. Una democracia que no puede ser observada desde adentro, desde las tripas mismas de su esquema de renovación de representantes, no puede asumirse como plena y moderna.
El pasado día 6 tuve la oportunidad de presenciar, gracias a la excelente cadena televisiva SPAN, la conferencia de prensa que dio en Washington la parlamentaria suiza Barbara Haering, quien coordinó al equipo de 90 observadores que envió la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), organismo que al parecer fue el único autorizado por el gobierno norteamericano para observar el proceso. En su informe preliminar me sorprendió hasta qué punto yo coincidía con sus conclusiones. Vale la pena destacar algunas de las que tomé nota. Primero, las elecciones norteamericanas son difíciles de observar para propios y extraños, ante la ausencia de legislación que lo permita. Segundo, fue difícil dar seguimiento a todas las fases del proceso, sobre todo al procedimiento de contabilización, debido a los diferentes sistemas de captura y procesamiento de resultados. Tercero, son necesarias reformas legales que pongan al día a los procedimientos electorales de ese país, y que adopte estándares internacionales. Cuarto, la carencia en muchos casos de un soporte en papel del sentido original de los votos impide reconstruir el proceso, en caso de darse fallas en los sistemas electrónicos –que sí las hubo. Quinto, hay cerrazón e incluso rechazo por parte de algunas autoridades locales; en algunos lugares se impidió a los observadores desarrollar su actividad, como fue en los casos de Carolina del Norte y en Orlando Florida. Sexto, en muchos centros de votación se formaron colas enormes debido a lo complejo del proceso de emitir el voto, lo que molestó a muchos ciudadanos. Séptimo, es poco adecuado que las elecciones se realicen en un día laborable, porque muchos patrones no conceden permisos; en otros países se prefiere el domingo. Todo esto confirmó mi impresión original de que en lo que se refiere a transparencia y verificabilidad de los procedimientos, la democracia norteamericana todavía tiene serias deficiencias que la ubican en un estadio premoderno dentro del entorno internacional.
Ahora, una reflexión sobre el nuevo sentido que cobró el voto hispánico. Como nunca antes, el presidente Bush debe su reelección al giro que tomó ese voto étnico. Un sorprendente 44% de hispanos votó por él, lo que representa un récord, pues cuatro años antes había logrado 10 puntos menos. Kerry no supo llegar al corazón de esos votantes, que registran la tasa de crecimiento más alta de ese país. Por otra parte es evidente que los republicanos ganaron en los estados más rurales, y no pudieron hacer mella a los demócratas en los entornos urbanos. En la práctica se trata de dos países: uno poblado por conservadores, rednecks y bluecollars, y otro más refinado, pleno de liberales, whitecollars, empleados, intelectuales y artistas. Uno optó por los “valores familiares” –lo que sea que quiera decir eso y otro por el welfare state, la protección al ambiente y el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo. Unos apoyan la “guerra preventiva” y el papel de los EU como policía mundial, y otros la solidaridad internacional y la negociación antes que la fuerza.
No puedo negar que esta victoria tan amplia de Bush me sorprendió fuertemente. Pensé que la generosidad del pueblo norteamericano se evidenciaría con un espaldarazo claro a la moderación de Kerry. Pero sucedió lo contrario: nuevamente los Estados Unidos se encierra en sí mismo y manda al resto del mundo a volar. Pero como dice Michael Moore: es un buen consuelo saber que dentro de cuatro años ya no se podrá postular Bush el pequeño, y si alguien insiste en cambiar la ley para permitirle un tercer término siempre habrá un Clinton –Hillary o incluso Bill para detenerlo.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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