Al acercarse el ocaso de cada ejercicio presidencial mexicano --dicen que ya no son “presidencia imperial”, sino republicanísimo ejercicio del poder ejecutivo--, es común que los sufridos mexicanos nos veamos bombardeados por machacones mensajes donde se nos devela de qué manera el país ha logrado nuevos estadios en el avance hacia la felicidad y el progreso. Los presidentes priístas se agasajaron con el pretendido ingreso al “primer mundo”, el “bienestar para tu familia”, los espléndidos resultados de los programas Solidaridad y Oportunidades, y en definitiva la caída permanente de los niveles de pobreza y marginación. Pareciera ser que la tierra prometida siempre está al alcance de las manos de los pobres, pero que algo siempre falla en el último momento, pues la siguiente administración se encarga de evidenciar las falacias de la anterior: el populismo, la irresponsabilidad en el gasto, la deuda incontrolable, la corrupción, la “economía ficción”, el “error de diciembre” y demás excusas más o menos verdaderas. Es decir, que los presidentes priístas nos enseñaron por la mala a no creer en las bienaventuranzas cantadas por los agoreros salientes, y mejor reservar nuestro ánimo para posibles desengaños, en ocasiones dramáticos. Tanto así, que las diversas crisis de fines de sexenio de los últimos 25 años del siglo XX ocasionaron la caída a la pobreza de decenas de millones de mexicanos, hasta acumular un inconcebible 54% del total de la población en esa condición en el 2000.
El arribo de un partido opositor al poder ejecutivo federal nos hizo albergar las esperanzas de que las cosas pudieran cambiar. Además, el último presidente priísta fue particularmente cuidadoso en evitar incurrir en el maleficio sexenal y pudo entregar un país sin una nueva crisis y en franco proceso de recuperación. Vicente Fox comenzó su responsabilidad sobre buenas bases macroeconómicas, y tuvo el buen tino de no malbaratar la experiencia acumulada por una clase político-financiera priísta que se había profesionalizado mucho y que no tendría empacho en colaborar con el nuevo gobierno en beneficio de la economía nacional. La autonomía del banco de México, con Guillermo Ortiz a la cabeza, aseguró la estabilidad de precios y la convertibilidad libre del peso. Tan solo el hecho de haber bajado la inflación a un dígito es un enorme paso para que la pobreza no continúe creciendo, e incluso un día pueda revertirse. Luego la presencia de Francisco Gil en la Secretaría de Hacienda amarró el gasto público a los requerimientos de la estabilidad de los mercados financieros y la salud del erario. Ese fue otro factor que ayudó a afianzar una política económica de Estado que ha trascendido banderías partidistas en beneficio de todos.
En la presentación del reporte del Banco Mundial “Generación de ingresos y protección social para los pobres” el miércoles pasado, quedo en evidencia que en la reducción de los indicadores de pobreza ha jugado un papel de enorme trascendencia esos factores macroestructurales, como era de esperarse. Además los programas oficiales de desarrollo social han tenido algún efecto positivo, pero todavía limitados a la superficie asistencialista de la que no se ha podido librar el gobierno del cambio. La prueba más clara la da el hecho de que la pobreza en las ciudades prácticamente no ha cambiado en estos cinco años, pero en cambio la pobreza rural ha experimentado un descenso sensible de casi el 7%. Los programas sociales actúan con más efectividad en los entornos urbanos, gracias a las evidentes facilidades que permite ese medio; pero si la pobreza disminuye más rápidamente en el campo no es debido al languideciente Procampo, o por una revitalización de la agricultura campesina, o por la emergencia de una nueva clase empresarial rural, sino más bien por la estrategia límite que ha adoptado nuestros campesinos desde hace décadas: emigrar en busca de mejores oportunidades. Gracias a las creciente remesas producto de la migración laboral y estacionaria, el campo mexicano se está salvando del hambre y la miseria. Es decir, que han sido los temerarios esfuerzos de los paisanos migrantes lo que hoy le permite al gobierno foxista presumir como uno de sus pocos éxitos el descenso promedio en los niveles de pobreza. Por supuesto que todos debemos alegrarnos por este suceso, pero debemos considerar que parece ser que la tradición del triunfalismo acrítico del gobierno parece no terminar ni siquiera con un gobierno de alternancia, que parece enfrentar con horror las evidencias de su intrascendencia histórica con relación a las esperanzas que nos despertó.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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