Al ejercer su obligación de emitir su penúltimo informe de gobierno, el presidente Fox, ya de lleno sometido a la decadencia tradicional de un gobernante que se marcha, no pudo evitar dibujar un escenario paradójico sobre todo cuando recordamos sus arranques previos de optimismo extravagante que luego contrapuntea con su afán de responsabilizar al resto de las fuerzas políticas de las trabazones que han enfrentado sus iniciativas de cambio. En su comparecencia de 43 minutos ante el Congreso hizo bien en moderar ambos extremos, y se ajustó a un mensaje equilibrado y moderado, que mucho hará para favorecer un cambio en el clima político de ruptura que prevalece hoy día.
Es una opinión muy socorrida el pensar que aquella esperanza que sembró la alternancia en el gobierno federal se ha visto diluida por la impericia de una administración que no supo construir los puntos básicos de confluencia con las otras fuerzas políticas. Fue tal vez el resultado de una euforia triunfalista ingenua, muy justificable luego de 70 años de monopartidismo. Pero es tiempo ya de que se superen esos infantilismos, y que las diversas alternancias que podemos esperar al futuro, incluso hacia la izquierda, no provoquen más esta parálisis autodestructiva.
El informe reflejó la necesaria moderación de estas ocasiones, pero también percibí rabia reprimida, ciertos rasgos de impotencia y un talante general de unilateralidad que de nuevo nos hacen recordar los ceremoniales priístas de culto a la personalidad presidencial. Las interpelaciones son producto del mantenimiento de un formato anquilosado, imperial, imperativo y obtuso. Hasta físicamente el edificio del congreso refleja la centralidad sobre la figura presidencial, ya que el foro no favorece el intercambio entre iguales. Hay que cambiar ese formato si queremos que exista el respeto entre poderes. No justifico las impertinencias, pero sí las comprendo.
En el sentido más general, este quinto informe no superó el tono letárgico y artificial que ha caracterizado a este encuentro de poderes desde los años cuarenta. Por supuesto no existe análisis o debate alguno. No hay diálogo sino monólogos disparejos entre los congresistas y el ejecutivo. Las grandes cuestiones nacionales sólo se abordaron desde la parcialidad del interés presidencial o de los representantes partidistas, ya cargados todos con las urgencias de apoyar a sus banderías frente a la elección que se aproxima. Las desconfianzas volvieron a ensombrecer el ambiente y en ello las responsabilidades se reparten equitativamente.
Los logros reportados no guardan relación con el programa de gobierno trazado a inicios de sexenio. Entre los primeros destaca el programa oportunidades, el seguro popular, los créditos para vivienda, la transparencia gubernamental, el programa carretero, la salud del erario y un breve etcétera, palidecen ante los ofrecimientos originales: reforma tributaria, reforma del Estado, reforma energética, el crecimiento económico, garantía de la seguridad pública, el abatimiento del rezago educativo, la inclusión de los grupos étnicos, la definición de una política exterior soberana, el federalismo fiscal, etcétera. En fin, que no parece un balance que nos pueda brindar tranquilidad, sino zozobras y dudas sobre la viabilidad de nuestra convivencia política.
La semana, además, se adornó con la lamentable crisis interna del PRI, donde sus dirigentes no han alcanzado a construir una visión común de futuro. La figura controversial de la maestra Elba Esther hizo crujir el edificio de Insurgentes hasta sus cimientos, cuando madracistas y antielbistas se pusieron como meta impedir el arribo de una persona que ha sido acusada de colaboracionismo con el gobierno foxista --como si tal cosa fuera un crimen, cuando lo que requerimos con urgencia es precisamente eso: colaborar--. La danza de los radicalismos continúa crucificando al país. Claro, es razonable que ese partido haya preferido zafarse de una presidencia que pudiera poner la iglesia priísta en manos de una Lutero foxista, a un año de las elecciones presidenciales, pero es lamentable que para ello se violen los estatutos internos y se violen derechos evidentes. Mariano Palacios Alcocer es una persona con mejor cartel interno, pero su nombramiento vuelve a evidenciar que, como siempre, la norma se ajusta e interpreta según los intereses del momento. En fin, es sólo una opinión.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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