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viernes, 30 de septiembre de 2005

Política sin políticos y campo sin campesinos

A pesar de todos los buenos augurios y las promesas que se prodigaron a inicios de sexenio, en el sentido de no repetir conductas que fueron nocivas en el pasado, es inocultable que se ha desatado la desbandada en el gobierno federal. A los necesarios reacomodos producto del deceso del secretario Martín Huerta y de varios de sus colaboradores cercanos, se ha sumado ahora la deserción del secretario de Agricultura, del de Energía y de otros funcionarios de menor rango. La fiebre preelectoral está desatada, y no se guarda recato alguno ante la evidencia de que en nuestro sistema político siguen primando los intereses personales o de partido por sobre los nacionales. No puede negarse que, aunque hemos podido cambiar para bien en muchos ámbitos de la acción política, no ha sido así en el ámbito del compromiso personal con la integridad de los proyectos que supuestamente defienden las administraciones federales y estatales. Cuando la temperatura política cambia, o bien se abre la perspectiva de acomodarse en un nuevo espacio público gracias a una candidatura o a la posibilidad de integrarse a la camarilla de un político en ascenso, nuestros “servidores” públicos de inmediato hacen maletas y dejan colgados compromisos y demás contrariedades que impone la coyuntura del cargo abandonado.
La evidencia más clara la tenemos ahora con el conflicto cañero --y demás broncas de un campesinado deprimido y empobrecido-- y la alegre huída de Javier Usabiaga de la secretaría de Agricultura. Este empresario exitoso había sido refuncionalizado como eficiente funcionario público, gracias a su patente amistad personal con el presidente Fox. Aquí los headhunters no tuvieron nada qué hacer: las capacidades del novel empleado ya habían sido supuestamente calibradas desde el gobierno de Guanajuato --aunque haya muchos que difieran del éxito en su desempeño, tan sólo al recordar que los conflictos de entonces en el agro abajeño fueron resueltos gracias a los oficios del desaparecido Ramón Martín--. No importaban gran cosa las pocas prendas personales de oficio político: se trataba de impulsar un proyecto empresarial en el campo mexicano, basándose en nuestra escasa clase emprendedora agrícola y dejando de lado al campesinado tradicional, al que se ha dejado expuesto a los gélidos vientos del neoliberalismo y la brutal competencia del TLC. Con el esquema de desarrollo agroindustrial de exportación, que ha permitido incrementar espectacularmente el aporte del sector primario al PIB nacional en estos años --logro con el que se adorna el hoy renunciante--, se ha sellado el destino de la clase campesina nacional, a la que no le queda más salida que emigrar a las ciudades o a los Estados Unidos para malbaratar su fuerza de trabajo y confirmar así la vieja máxima marxista de que el desarrollo del capitalismo exige la desaparición del campesinado como clase y su reconversión hacia los mercados urbanos de trabajo, es decir su proletarización y depauperación. Trágico destino para los 25 millones de mexicanos que aún habitan en el medio rural, un espacio que nos definió como nación y que todavía hoy nos identifica y marca culturalmente. Ejemplo claro es el espléndido legado de los pueblos indígenas, que sin embargo comparten este sino desesperanzador con el resto de sus hermanos campesinos.
El secretario Usabiaga emprende ahora una búsqueda personal que lo aleja convenientemente de las broncas inveteradas de los pendencieros y hambreados campesinos. ¿Dónde quedaron los compromisos con el campo que se firmaron hace cuatro años? ¿Qué cuentas podrá entregar la administración ante la evidente ausencia de una política agraria que procure justicia social más que el fomento de la competitividad exportadora? Seguimos siendo uno de los pocos países que no otorga subsidio alguno a sus agricultores pequeños y medianos, y pretendemos que compitan sin protección alguna con la agricultura más subsidiada del mundo: la norteamericana.
Nuestro país carece aún de una clase técnico-burocrática consolidada, que sea independiente de la clase puramente política. Me refiero a que en ciertas áreas de la administración que demandan un alto nivel de conocimiento y experticia --como es el caso de la agricultura--, deberían estar ajenos a los vientos del oportunismo político. Si los titulares de estas áreas se distraen con sus agendas personales y sus proyectos políticos el resultado es el que estamos viendo hoy en varios ámbitos: la inconsecuencia, la ineficacia y la inoperancia. Y en esto no hay partido que haga la excepción, pues en todos estamos viendo esta migración convenenciera. Es cuanto.

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