Las bullas políticas que adornaron esta semana que fenece ponen en evidencia el infantilismo y subdesarrollo de nuestra cultura política y sus reflejos en el sistema de partidos y su liderazgo. Nuestro acceso a la democracia se ha traducido en la imposición de un larguísimo camino hacia las elecciones, situación que hoy padecemos y que provoca desgastes, confrontaciones, animosidad y escándalo. Las campañas y precampañas se extienden por uno, dos y hasta tres años, contribuyendo al cansancio electoral de los atribulados mexicanos que se preguntan sobre sus líderes: ¿y a qué horas trabajan?
Vemos ahora que la guerra sucia se ha desatado en un momento en que ni siquiera están definidas las candidaturas presidenciales, excepto la del PRD. Y lo peor es que es una guerra intestina, de copartidarios confrontados entre sí. Ni siquiera estamos cerca de la auténtica confrontación entre opciones políticas claramente diferenciadas, sino que el pleito se ha desatado entre presuntos aliados ideológicos. Y pululan los golpes bajo la mesa, la exhibición de trapitos sucios, la denuncia de pasados oscuros y cuentas sin saldar. En el PAN los principales precandidatos se señalan mutuamente como beneficiarios de operativos poco éticos: casillas zapato en Yucatán, acarreo en Veracruz, proselitismo de autoridades, etcétera. En el PRI la situación está peor, y ahí vemos cómo los rivales filtran información a la prensa, se descalifican sin piedad, uno acusa al otro de beneficiarse de una convocatoria a modo, el otro exige que se salden cuentas con la justicia y el fisco, ambos develan viejos esqueletos en el closet del contrario, y para colmo uno de ellos sufre la persecución inmisericorde de los miembros del magisterio. Tampoco el PRD se libra de esos males, tan atravesado como está por los conflictos entre sus tribus. Gracias a todos los partidos los noticieros y los periódicos están desbancando a las telecomedias y los pasquines como vehículos de diversión y risa.
El ciudadano común sigue alimentando su percepción de que la política es una actividad sucia e inmoral. ¿Qué otra cosa podríamos esperar? Se ha perdido de vista que la política es un arte-ciencia que garantiza la convivencia pacífica, la tolerancia hacia el otro y la solución de diferencias mediante el diálogo. La búsqueda de posiciones de poder mediante el voto popular es tan sólo una parte pequeña del amplio espectro de la política. Si se pierde de vista todo esto es explicable entonces que se coloque el acento en la politiquería electorera, comodina e interesada. Se busca así el triunfo electoral no por vocación de servicio, convicción ideológica y compromiso con un proyecto, sino solamente para satisfacer afanes personales y de camarilla, por simple y llana ambición, por hambre de poder, por soberbia e iniquidad. Y esa no es la acción política que debemos apoyar los ciudadanos.
Debemos aprender a construir liderazgos basados en la ética y el respeto a los contrarios. El pragmatismo político nos está haciendo mucho daño, pues corrompe profundamente nuestro esquema de valores. El oportunismo y el cinismo pueden desviar a nuestra clase política de los fines reales de la democracia, que no es un simple procedimiento para renovar autoridades y representantes --si eso fuera sería más efectivo echar a la suerte la selección de los reemplazos— sino que implica la dotación de legitimidad y de un programa consensuado a los beneficiarios del voto popular. No se trata de seducir a electores-consumidores, o bien espantarlos con petates del muerto como los que nos prodigaron esta semana los políticos bufos. Se trata de convencer mediante argumentos congruentes, con trayectorias personales honestas y capaces, con debate de altura y con las armas de la razón.
Si existen antecedentes inquietantes en la carrera de los rivales habría que señalarlos de frente y con evidencias. Las piedras deben llevar la firma de quien las lanza. Los recursos de la guerra sucia no solamente afectan al destinatario, sino también descalifican al emisor, deslegitiman el proceso político y de paso revientan el escaso prestigio de los partidos. Con el tiempo veremos que esta guerra de pastelazos sólo contribuirá a la confusión, al desánimo y con ello al abandono de la arena política por parte del ciudadano. Traducción: que si esto no cambia, veremos cómo el abstencionismo electoral se incrementará sin remedio cuando conozcamos los resultados de las elecciones del 2 de julio próximo. Y de esta manera todos, incluidos los gestadores de la guerra sucia, saldremos perdiendo.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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