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viernes, 16 de diciembre de 2005

Adiós a las armas

Por supuesto que el tema del momento es la tregua política de fin de año propuesta por el IFE. Es impresionante que esta institución se haya visto obligada a imponer esta pausa cuando en la ley es claro que ello no debería ser necesario: las campañas oficiales y formales sólo deberían comenzar después del 15 de enero, fecha prevista por el Cofipe para el registro de los candidatos a la presidencia de la República. Los candidatos a gobernador deberían comenzar su campaña hasta después de su registro el 30 de marzo. Para los candidatos a diputados locales y federales el proceso debería iniciar hasta el 15 de abril.
Desgraciadamente en este país la ley no se obvia: debe ser “acordada” una y otra vez. Por eso abundan los “acuerdos” como el de Chapultepec de Carlos Slim, que de ve en vez nos recuerdan que la ley debe ser respetada, por si sí o por si no. Por ejemplo, los precandidatos de todos los partidos han ignorado el hecho de que sus actividades proselitistas deben dirigirse a la militancia de sus respectivos partidos, que son los que los elegirán como sus abanderados. Por lo contrario, lo que observamos desde hace meses es un activismo dispendioso y excesivo que se ha dirigido a toda la sociedad, contribuyendo con ello a un cansancio electoral prematuro, cuando la gente común se fastidia de la sobre exhibición de los urgidos aspirantes.
Los costos de la democracia se han exacerbado por la inmadurez de nuestros procesos de selección de candidatos. Los partidos políticos deberían avanzar hacia la definición de esquemas más breves, económicos y efectivos para detectar a sus adalides más rentables electoralmente, sin necesidad de apabullar al público y comprometerse con los intereses económicos escondidos, que son los que inevitablemente financian a los precandidatos. Para colmo en ocasiones son recursos públicos desviados ilegalmente, o bien fondos privados de dudosa moralidad.
El ritmo electoral mexicano es agotador. Siempre tenemos elecciones en alguna parte. Por fortuna nuestra entidad es excepcional en este sentido, gracias a que se homologaron las fechas electorales desde 1994. Los ciudadanos siempre agradecen que se les ahorre el desgate que implica informarse de candidatos, plataformas y partidos. En las democracias maduras las fechas electorales son pocas, bien definidas, y las campañas suelen durar poco, sin ser apabullantes.
Afortunadamente el IFE entendió bien esta situación y se decidió a actuar en contra de las pasiones partidistas prematuras. El fin de año debe conservarse como un periodo de descanso, solaz y reflexión, incluso de diversión, pero no ensuciarlo con los aceleres de la lucha por el poder. Se busca acotar la lucha electoral a cinco y medio meses. En mi opinión deberíamos ser incluso más restrictivos: para la campaña presidencial tres meses son más que suficientes, y el resto de las campañas debería ser proporcional. Por ejemplo, para elegir a un presidente municipal los electores podríamos recibir información suficiente en un mes. Más allá de ese tiempo sólo es reiterativo y ocioso. Además se debería prohibir, como en España, la propaganda en televisión y radio. Sólo deberían permitirse programas noticiosos, informativos o de debate. Debe reconocerse que el tiempo y el dinero son escasos, y que es absurdo que el aparato electoral y partidista esté costando en este país más que todo el presupuesto estatal de Bolivia.
Si la democracia esta cayendo en el desprestigio es por el desgaste mediático y el alarde absurdo en el gasto publicitario. Qué bueno que nos olvidemos de todo este relajo hasta que el nuevo año esté bien comenzado. Me encanta la idea de no volverme a ocupar de estos temas en tres semanas. Por lo pronto concentrémonos en la familia y en la reflexión sobre la felicidad que todos nos merecemos. Celebremos el hecho de estar vivos y de que nos tenemos los unos a los otros, aunque a veces deseemos imponer nuestros deseos y opiniones al resto, a quienes juzgamos menos capaces de decidir por ellos mismos. Atrevámonos, al menos por un rato, a reconocer el valor de los demás y a querernos como semejantes, que ese es el sentido de la auténtica cristiandad. Felicidades para todos nosotros.

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