En algunos textos académicos recientes he expresado mi preocupación por el nuevo panorama político de la entidad, que parece encaminarse hacia la consolidación de una nueva hegemonía partidista. Los que padecimos el autoritarismo y la prepotencia de aquella vieja supremacía que regía en la entidad hasta los años ochenta, recordamos bien la imposibilidad que existía para impulsar procesos de reflexión y debate que permitiesen adoptar medidas consensuadas –y no mayoriteadas- que rescatasen las piezas fundamentales de las visiones parciales de los actores políticos. En las décadas del priísmo todopoderoso, no privaba más voluntad que la del regente en turno, ya se tratase del presidente de la República, el gobernador o el presidente municipal. Los debates en los legislativos o en los ayuntamientos no tenían más sentido que el de dar apariencia de pluralidad e inclusión. Vimos así cómo las ocurrencias más estrafalarias de los titulares de los ejecutivos se aplicaban sin mayor discusión, aunque las oposiciones se desgañitaran en la denuncia inútil. Raras veces se optaba por el convencimiento del antagonista; era más fácil y expedito cerrar los oídos y levantar el dedo, aplastando a las minorías impotentes.
Ya Aristóteles advertía sobre los riesgos de la tiranía de las mayorías. La razón y la lógica no son compañeras frecuentes de las masas; más bien éstas son frecuentes víctimas de los demagogos y la propaganda. En ello reside el valor del debate y del diálogo respetuoso con las minorías: puede ser el mejor antídoto contra los espejismos del poder representativo. No es raro que un líder o un representante democráticamente electos, sobre todo si lo fueron mediante una votación ampliamente mayoritaria, llegue a la conclusión equivocada de que su voluntad personal es equivalente a la voluntad de sus apoyadores. Se confunde así la cantidad con la calidad; es decir, que si se ha arribado a la posición de poder con una cómoda holgura de votos, se puede asumir que el mandato recibido es el de imponer la “voluntad general” sobre las voluntades particulares. Error político craso.
Desde hace tres lustros se ha venido consolidando una nueva hegemonía política en Guanajuato, ahora en manos del partido con mayor tradición democrática del país, Acción Nacional. Sus décadas como oposición le enseñaron a desconfiar de los rivales, viejos y nuevos, y a desarrollar un espíritu de cofradía misionera que no ha sido posible romper en todo este tiempo en el poder. Sus mecanismos de reclutamiento de militantes, que todavía hoy son rígidos y demandantes, favorecen este aire exclusivista, de “minoría excelente” como la calificaba Gómez Morín. No es sorprendente entonces que los gobernantes y representantes posicionados por el partido caigan con frecuencia en actitudes excluyentes: sus cifras impresionantes en los comicios recientes pueden hacerles pensar que son los iluminati, los poseedores de la verdad revelada por los electores, los representantes mayúsculos del bien común y los únicos políticos virtuosos dentro de un entorno pretendidamente corrupto.
Todo esto viene a cuento como reflexión personal sobre los recientes sucesos que se vienen registrando en el poder legislativo estatal, así como en muchos de nuestros ayuntamientos. La conformación de un inopinado “bloque opositor” sólo puede ser interpretada como evidencia de la desesperación y la impotencia ante el ejercicio poco moderado del poder mayoritario. Están fallando los mecanismos de debate y construcción de acuerdos inter partidistas. Cuando el partido en el poder se queda solo, el diálogo se convierte en monólogo, y pronto se desgasta ese discurso sin interlocutor. No es posible gobernar o legislar en función únicamente de una mayoría abstracta, porque así se lastiman las convicciones de las minorías, que por el hecho de serlo no pueden ser considerados simples aderezos políticos prescindibles. El buen gobernante o representante busca escuchar y atender las voces de todos los ciudadanos, no solamente de los que le otorgaron el voto. La exclusión es el primer paso hacia la intolerancia y el autoritarismo, y también el mejor veneno para la democracia.
Mucho se critica la nueva hegemonía que ha aplicado el PRD en la ciudad de México, donde amplios sectores de la población han sido arrinconados por sus iluminati de izquierda. Igual condenamos el autoritarismo de Chávez y de Castro, que han acallado las voces disidentes sin miramientos hacia la tolerancia. Pero también por acá tenemos nuestros propios Torquemadas, y algunos de ellos ya comienzan a lanzar sus anatemas contra los opositores y contra los medios que ejercen la crítica. Mal camino, peor destino.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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