Los asuetos de la semana santa y pascua tienen la ventaja de distraer momentáneamente al gran público de los asuntos más álgidos de la convivencia política. Sin embargo este periodo en particular tuvo dos sucesos que impidieron la plena holganza de la temporada vacacional: las elecciones internas del PRD y la inminencia de la reforma energética. Aunque muchos hayamos querido “desconectarnos” del mundanal ruido de la política, para poder disfrutar la paz del ocio y la convivencia con la familia, en la práctica esto fue imposible. Los mexicanos somos duchos en echarnos a perder mutuamente la tranquilidad, por muy temporal que esta sea.
Las elecciones internas del PRD nos llaman a una necesaria reflexión sobre la urgencia de que los agentes de la política aprendan de una vez por todas a respetar las reglas acordadas mutuamente. No será posible construir jamás una convivencia armónica y racional entre los mexicanos, si no aprendemos a honrar la palabra dada, en particular aquélla que nos comprometió a respetar las reglas del contrato social. No es posible continuar por el camino de las desavenencias interminables y enconadas, plagadas de necedad y sandeces inútiles, pues con el tiempo se irá mermando la legitimidad que tan precariamente le hemos dado a nuestra joven democracia. Es por eso que hoy en día se percibe una creciente desilusión entre nuestros jóvenes –los que no vivieron bajo el viejo régimen autoritario- hacia la legalidad y el respeto a la ley. Además, las broncas políticas se están sumando a la situación de guerra que en los hechos estamos viviendo, debida al combate al crimen organizado. Los políticos camorreros y tramposos le están haciendo gran parte de la tarea que requieren los criminales armados para ganarle la guerra al Estado.
En el PRD se está viviendo una crisis de enormes dimensiones, con consecuencias que son todavía imprevisibles. Y si agregamos la crisis del partido Alternativa Socialdemócrata, podemos sacar la conclusión que la situación afecta a toda la izquierda organizada del país, o a casi toda. Es lamentable. Los opinadores de todas las ideologías están coincidiendo en una verdad incuestionable: México necesita de una izquierda modernizada, con vocación de poder y talento para ejercerlo en bien de todos, incluidos sus adversarios. Una izquierda institucional, aunque los radicales se burlen de este término y lo equiparen al apellido del PRI. Estoy convenció de que respeto a las instituciones que dan cobijo a la democracia es una condición ineludible para garantizar la calidad de la convivencia política. Las leyes y las normas son las columnas del edificio republicano. Si dinamitamos las reglas y privilegiamos los intereses de las sectas partidistas estaremos cavando la tumba de la democracia, e incubando nuevamente el huevo de la serpiente autoritaria. Ojalá los perredistas puedan poner por delante el cuidado de la armonía interna, y que aprendan pronto a respetarse mutuamente y con ello honrando su vocación progresista, que demanda el ejercicio de la tolerancia y la aceptación del contrario. Recuerden la defensa que hizo el presidente español Rodríguez Zapatero de la dignidad de su antecesor Aznar frente a las diatribas de Chávez, que evidenció la institucionalidad de la izquierda española.
Por otra parte, el gobierno de Felipe Calderón ha venido preparando el terreno para una reforma energética que por desconocida está levantando polvaredas inútiles. La secrecía con la que se ha llevado el proceso de negociación, particularmente entre el PAN y el PRI, hace temer lo peor. Los agentes del gobierno no se cansan de repetir que no habrá privatización, pero tampoco se preocupan mucho por definir cuál es la vía alterna. Y los mexicanos conocemos bien las malas mañas de nuestros gobernantes: son maestros de la simulación y expertos convenencieros en cambiarle el nombre a las cosas. No veo que se propicie un debate abierto y franco para encontrar alternativas para PEMEX, Luz y Fuerza del Centro, y la propia CFE. Son demasiados nudos gordianos que posiblemente quieran ser soltados mediante un mismo golpe de espada. Pero, ¿será prudente hacerlo así, sin debatirlo con franqueza? Pareciera más bien que se impondrá una salida impuesta por la tecnocracia: un golpe de mano que, a la manera de la militarización de la lucha contra el crimen organizado, ponga en evidencia el autoritarismo “educorado” de la administración federal.
Los fines no justifican los medios. Ni el gobierno federal, ni sus rivales políticos de izquierda, tienen derecho de violentar las reglas de la convivencia racional mediante la cerrazón y la imposición. Hay razones para estar preocupados.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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