Es un hecho: son indignantes para la comunicad universitaria nacional –y no sólo para la UNAM, la mejor universidad del mundo hispánico- los radicales y falaces comentarios que profirió el presidente colombiano Álvaro Uribe este miércoles pasado, en plena cumbre de Cancún del World Economic Forum. El obtuso mandatario colombiano afirmó con una convicción digna de mejores causas que los cinco chicos mexicanos, estudiantes todos, eran terroristas, basándose en el hecho circunstancial de encontrarse conviviendo con los guerrilleros de las FARC. Es el razonamiento más pedestre que pudo haber dado, basado en el dicho de la abuela: “dime con quién andas y te diré quién eres”. Falaz y adelantado juicio desde el abuso del poder.
No se puede justificar un asesinato artero como el cometido por el ejército colombiano contra los guerrilleros y sus visitantes, que violó el precepto más elemental del derecho internacional, el de la inviolabilidad de los territorios soberanos. Mucho podremos convenir sobre las FARC: que son violentos, que son secuestradores, que se financian con el impuesto al narcotráfico, etcétera. Pero por muy malosos que puedan ser estos presuntos delincuentes, no es razón para masacrarlos a la distancia cobarde que permite la tecnología armamentista gringa. Es evidente que el campamento se ubicaba en una zona que debía ser considerada como un santuario neutral, dado su carácter de territorio de una nación vecina y soberana. Fue un paso peligrosísimo el que dio el gobierno colombiano: a partir de ahora cualquier ataque artero de una nación contra otra podrá encontrar un antecedente justificativo en este episodio.
Cinco jóvenes mexicanos se contaron entre el par de docenas de víctimas. Los cinco habían acudido, tal vez imprudentemente, a tener un contacto personal con los integrantes de la última gran guerrilla latinoamericana. No dudo un segundo que los muchachos simpatizaran activamente con las causas izquierdistas defendidas por las FARC, y tampoco dudo que hayan discutido la posibilidad de convertirse en activistas a su regreso a México, si es que no lo eran ya. Pero de ahí a concluir que por su presencia física en el campamento ya podían ser considerados criminales o “terroristas”, es un salto mortal que no resiste un análisis sereno.
En todo esto hablo por mi propia herida. Yo me siento identificado con los chavos sacrificados o heridos porque también he tenido la chance y la curiosidad de acercarme a grupos sociales conflictivos, incluso delincuenciales. Como estudiante de antropología social a fines de los setenta, y al igual que muchos compañeros de filosofía, ciencia política, sociología o artes, realicé varias estancias por periodos prolongados entre los conjuntos más jodidos de nuestra sociedad: indígenas, campesinos, trabajadores manuales, marginados, precaristas y demás. Para hacer mi tesais de licenciatura, por ejemplo, viví por siete meses en una comunidad zapoteca de Oaxaca donde el cultivo más redituable era la mariguana. El pueblo era refugio de criminales y matones, pues ahí no entraba la judicial ni por asomo. Conviví con muchos “delincuentes” en ese periodo: los entrevisté, les tomé fotos, rescaté sus historias de vida y con ello construí un documento absolutamente académico. Ahora pienso que si se hubiese realizado una redada policial en el pueblo, de seguro yo hubiera estado entre los detenidos. ¿Qué más sospechoso que un chavo güerito y barbón, que hacía preguntas incómodas y tomaba muchas notas? La procuraduría estatal me habría acusado de “narcotraficante” o algo peor, y capaz de que el sistema judicial oaxaqueño, tan corrupto, me habría recetado un lustro de encierro en sus mazmorras. No fue así por pura suerte. Hoy conservo mis amigos y compadres del pueblito oaxaqueño, y creo que ya le bajaron al cultivo de mota. Ahora son las hojas verdes de los dólares norteños lo que les permite sobrevivir.
Las universidades tienen la obligación de provocar el pensamiento crítico. Los buenos estudiantes nunca son conformistas, sino cuestionadores. Las expediciones como la que armaron los chavos acelerados de la UNAM son consecuencia del éxito en la formación de ciudadanos integrales y activos. Fueron a la selva a testimoniar la realidad de las FARC, para formarse un juicio propio. Pero tuvieron mala suerte. Mi solidaridad con sus familias.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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