La izquierda política mexicana sufre en estos días males que nos mantienen mortificados a los ciudadanos comunes, en particular a los sin partido. El principal instituto político, el PRD, nacido en 1989 de la voluntad de múltiples fuerzas progresistas unidas por el deseo de consolidar la democracia política en nuestro país –aspiración que les había unido fugazmente a sus rivales de la derecha durante las elecciones fraudulentas de 1988-, atraviesa por una adolescencia dolorosa y cargada de contradicciones internas. Por su parte el novel partido Alternativa Socialdemócrata, heredero de los malogrados México Posible y PDS, transita por pugnas y purgas que le han tumbado secciones de su apelativo: ya se desprendieron de su original epíteto campesinista, y pronto dejarán de ser “alternativa”, para limitarse a su componente socialdemócrata. Alberto Begné se alza como nuevo dueño de la franquicia, y envía señales de un colaboracionismo que se anuncia como la nueva marca de la casa.
Los movimientos de izquierda en México no han podido desprenderse de su viejo afán corporativista y caudillista. No ha habido una modernización de corte liberal que conduzca a la izquierda por los caminos ya transitados por los partidos socialistas de Europa y América Latina. El mesianismo se ha mantenido incólume gracias a figuras como Cuauhtémoc Cárdenas antes y hoy con AMLO. Ambos personajes construyeron movimientos en torno suyo que en su tiempo rebasaron a los partidos tradicionales: el Frente Democrático Nacional en 1988 y la Alianza por el Bien de Todos en 2006; pero ambos fallaron en su intento por traducir sus efímeras convocatorias en corrientes permanentes y pujantes que construyesen ciudadanía a partir de la concientización. AMLO, por ejemplo, le ha apostado a la movilización permanente, pero con el costo de un desgaste social que resultará en extremo costoso para los partidos que conforman el Frente Amplio Progresista.
El PRD se desgarra internamente, al mismo tiempo que hacia el exterior protagoniza uno de los ataques más feroces a la institucionalización de la democracia nacional. La toma de las tribunas parlamentarias ha colocado a ese instituto en un peligroso brete: asume la defensa de un bien público estratégico como el petróleo, pero al mismo tiempo debilita el aparato estructural que posibilita el debate pacífico y civilizado de los grandes problemas nacionales. Para defender a la democracia, se ataca a la democracia. Y a todo esto se une el inasible asunto de la frustrada renovación de la dirigencia nacional de ese partido, que en los hechos se está traduciendo en el germen de una eventual secesión de sus dos corrientes principales: la fundamentalista y la colaboracionista.
En Guanajuato la situación nacional tendrá repercusiones insospechadas. La renovación de la dirigencia estatal perredista sólo fue posible gracias al amplio margen de victoria del candidato de Nueva Izquierda y de Jesús Ortega, el prudente profesor Miguel Alonso Raya. Los “colaboracionistas” son mayoritarios por estos lares. Y no es de sorprender: los guanajuatenses de todos los partidos se han distinguido históricamente por su desarrollado gusto por la política “de cámara”, en corto, negociadora, y su rechazo de las vías coercitivas o violentas. No es extraño que en estos momentos sea un guanajuatense, el senador Carlos Navarrete, el único que ha sido capaz de debatir enérgicamente con AMLO sobre los recursos heterodoxos que el FAP ha aplicado para presionar en ambas cámaras legislativas. Es muy encomiable su afirmación emitida ante el líder moral: [Andrés,] "yo sí creo en la vía parlamentaria", para luego remachar con una profesión de fe democrática: “no creo que el debate político sea una pérdida de tiempo, no creo que podamos transformar al país así. Debatamos". (El Universal, nota de Jorge O. Ochoa, 24/abril/2008)
Existen muchos demócratas por convicción en las líneas de la izquierda nacional, ejemplificadas por Navarrete. Ellos reconocen que el camino de la modernización de las auténticas fuerzas progresistas transita por el parlamentarismo respetuoso. Pero mucho me temo que sean amordazados por sus oponentes internos, los telúricos habitantes de la sinrazón autoritaria.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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