Dedico hoy este diario de campo -ejercicio en que nos involucramos los antropólogos para registrar nuestras vivencias ante la otredad- a un tema sugerido por mi querido tío Luis Rionda Arreguín: el cotidiano suplicio del transporte público para los guanajuateños, y una posible e inteligente solución ideada por mi tío filósofo.
Yo comencé a usar el transporte público concesionado de la ciudad de Guanajuato desde mi niñez, hace cuatro décadas. Por supuesto primero hice uso de los autobuses y luego, ya mayor, de los taxis. En los años sesenta y setenta existía un total de entre 20 y 30 camiones urbanos que se repartían entre las dos únicas familias de concesionarios: los Ávalos y los Aguilar; entonces les llamábamos “los verdes” y “los rojos”. No sé si había alguna relación con los viejos grupos políticos que se disputaban el poder en el estado en los años treinta y cuarenta, o bien sólo era una referencia a la franja de color que los distinguía. Sólo existían tres rutas: la principal que efectuaba el recorrido Presa-Estación, y sus derivadas hacia San Javier y hacia Pastita. No había más. El pasaje que recuerdo era de 40 centavos, aunque yo pagaba 20 por ser niño y luego estudiante. Los choferes -pocos y viejos- eran la imagen viva de la condescendencia: hacían parada cada vez que el pasaje lo solicitaba, incluso en la puerta misma del domicilio del usuario demandante. Interrumpían el poco tráfico que existía en una ciudad de 50 mil habitantes y unos tres o cuatro centenares de autos. Nadie tenía carro; mi familia tampoco. Sólo los ricos y los pretensiosos podían darse ese lujo inútil en una ciudad que yo caminaba de extremo a extremo en 40 minutos. El autobús se tomaba para no cansarse demasiado, o bien para acarrear el mandado. Los que teníamos prisa preferíamos caminar o correr.
Las circunstancias han cambiado enormemente en los últimos 25 años. La ciudad se expandió en exceso, desbordando la cañada e inaugurando asentamientos en lugares que antes eran páramos o cerros pelones. El transporte colectivo se multiplicó, hasta llegar a las 150 ó 200 unidades que me han dicho componen hoy el parque de los concesionarios. Miles de usuarios demandan a diario múltiples desplazamientos en las numerosas rutas que ya existen, que se han multiplicado gracias a las unidades Sprinter -de 20 pasajeros- y Urban -de 12-, que hicieron accesibles callejuelas estrechas y caseríos escabrosos. También suman ya un par de centenas los choferes de guaguas que se disputan el pasaje. El crecimiento de la oferta ha sido caótico y sin controles por parte de la autoridad municipal, que trienio tras trienio se ve rebasada e incluso burlada por parte de los taimados concesionarios, que se han hecho expertos en negociar aumentos tarifarios y en no cumplir sus compromisos. El transporte colectivo de ruta fija cuevanense es hoy un servicio malo, sucio, inseguro e irregular en sus itinerarios. Cada año se suman nuevos accidentes fatales que ponen en evidencia la falta de profesionalismo en los conductores y de medidas de seguridad en las unidades, siempre carentes de mantenimiento.
El maestro Luis Rionda me comparte una buena idea: que la calle Hidalgo -la calle subterránea- se cierre a la circulación de las unidades de motor a combustión y que sólo se permita circular en dos sentidos a un sistema de transporte eléctrico, un tranvía. Éste permitiría que esa magnífica calle se preservara, y además que la vialidad también se reservara para el uso de los peatones y de los ciclistas. Se convertiría en un paseo en las entrañas de esta ciudad mágica. Los tranvías -necesariamente pequeños- podrían ir al descubierto, sin pabellón, y circularían dentro de sus vías férreas, asegurando espacio para los caminantes. La subterránea podría transformarse en un paseo turístico, comercial y cultural.
Para el resto de la ciudad podría pensarse en otras medidas, como el uso de streetcars a la manera de San Francisco California, o bien el uso exclusivo de unidades para 20 pasajeros, eliminando los armatostes de 40 pasajeros que hoy despedazan y contaminan nuestras calles. No hay que olvidar que el transporte eléctrico es el futuro del tránsito colectivo urbano.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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