La violencia social desatada en México desde hace tres lustros, y recrudecida luego de la política de “azotar el avispero” que ha implementado el presidente Calderón, ha recibido una enorme cantidad de interpretaciones. Unos dicen que es producto de nuestra vecindad con los Estados Unidos, el país que más demanda y consume sustancias ilícitas, el que más armas exporta, el más violento y el más rico de la tierra. Otros creen que la situación que atravesamos es resultado de una crisis de valores familiares y un estado de anomia social creciente, donde los individuos se ven regidos por el egoísmo y el desprecio al bien común. Podríamos enlistar muchas explicaciones más, algunas realistas y otras disparatadas. Una de estas últimas fue aventurada por el secretario de seguridad pública estatal, quien nos anuncia que deberemos esperar 30 años, una generación completa, para ver restituidos los valores familiares, el respeto hacia los demás, el apego a la legalidad y demás condiciones para la civilidad. Creo que es un absurdo pretender tal cosa, ya que en el plazo planteado mil cosas pueden alterar el rumbo de los sucesos que rodean a la violencia y la criminalidad.
Como estudioso social estoy convencido de que la violencia que vivimos no es producto mecánico de un decaimiento de nuestros valores sociales. La cultura que nos permite vivir en sociedad no se comporta de manera caprichosa: responde a las alteraciones del entorno social, económico y político. Recordemos que cuando vivimos en el llamado “desarrollo estabilizador”, entre 1946 y 1976, el progreso material y la estabilidad de la economía nacional favorecieron el ascenso de cientos de miles de familias a estados de bienestar que ayudaron a sustentar la percepción generalizada de que de generación en generación se escalaba en el progreso familiar. Por supuesto que existía la criminalidad, azuzada por los acelerados cambios sociales, pocas veces previstos y atendidos; pero se trataba de otro tipo de violencia, más vinculado a situaciones de contraste e injusticia entre las clases sociales. ¿Recuerdan “Los Olvidados” de Luis Buñuel? Pero hoy día vivimos circunstancias sumamente distintas: el país no ha sido capaz de revertir el profundo rezago social en el que cayó a partir de las crisis recurrentes de fines de los años setenta, ochenta y noventa. Los salarios reales no han recuperado los niveles que tuvieron en 1976, y dos generaciones (la mía y la de mis hijos) no han confirmado el progreso que testimoniaron nuestros padres y abuelos.
Para colmo, la globalización ha impulsado nuevos esquemas de intercambio y ha impuesto nuevos hábitos de consumo. El tráfico masivo de drogas duras es un ejemplo claro. Y la vía elegida por los gobiernos para combatirlo han sido la peor posible: violencia contra violencia. Se han negado a reconocer que los flujos económicos no pueden ser detenidos así, sino con el rompimiento de la cadena que les permite florecer: la prohibición y el mercado negro. De otra forma se mantendrán las condiciones para la eternización de la violencia social.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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