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martes, 5 de enero de 2010

Diálogo de Sordos

Diálogo de Sordos


Publicado en el de Guanajuato, y en 15Diario de Monterrey.

La reciente reforma en el Distrito Federal que permite los matrimonios entre personas del mismo género, ha abierto un nuevo frente de debate que complejiza el de por sí atiborrado coro de disputas que se alza hoy en México. Interpreto que la medida, más que atender una justa demanda por parte de un importante sector de la población, tiene como objetivo real responder a la ofensiva que los sectores políticos conservadores han emprendido en la materia del derecho a la vida desde la concepción. Los legisladores locales del PAN, con el apoyo de muchos del PRI, han reformado 17 constituciones estatales para incluir el reconocimiento de este derecho a los no natos.
De inicio me manifiesto a favor de la reforma concretada en el DF, ya que la institución denominada “matrimonio” es un simple contrato avalado por una comunidad política -en el caso del fuero civil- o religiosa. No es más que eso. Desde un punto de vista antropológico e histórico, la función social del matrimonio es preservar los lazos de unión entre conjuntos humanos que buscan establecer alianzas. También tiene una función económica que busca definir y preservar las vías de la herencia y la acumulación de bienes a lo largo de las generaciones.
Cuando se afirma que la función principal de este vínculo legal es la procreación, se cae en lo que la lógica formal denomina “falacia ecológica”: pretender que todos los miembros de un conjunto comparten las características que supuestamente definen al grupo, que frecuentemente no son más que prejuicios o preconcepciones. Es algo así como afirmar “todos los mexicanos son informales; tú eres mexicano, luego tú eres informal”. La premisa inicial es una generalización que no tiene sustento. A lo que voy es que pretender que el matrimonio es el instrumento que regula la procreación, porque así lo ha determinado alguna iglesia, religión o estado, es imponer criterios morales uniformes a una sociedad que se caracteriza por una creciente diversidad de valores.
Nuestra sociedad ha heredado el modelo del matrimonio de la tradición judeo-cristiana. Pero eso no quiere decir que sea el único o mejor modelo de matrimonio. En otras sociedades o momentos históricos han existido matrimonios grupales, homosexuales, endogámicos, avunculados –donde el tío materno ejerce el rol formal de jefe de la familia-, etcétera. Al lector le recomiendo echar un ojo a la literatura antropológica sobre los diferentes sistemas de parentesco y matrimonio que existen en las sociedades humanas: los textos de Claude Lévi-Strauss -recientemente fallecido-, R.R. Radcliffe-Brown, Ira Buchler o Robin Fox.
Nuevamente nos encontramos con otro motivo para la confrontación de visiones morales, que con frecuencia es infructuosa. De nuevo el pensamiento unívoco pretende que la totalidad de cuerpo social se restrinja a un solo modelo de conducta social. Me entristece que no se establezca un debate serio y plural antes de aprobar una iniciativa legal de este calado, ya sea de derecha o de izquierda. Así fue con la reforma de los 17, y lo es ahora con el mayoriteo en el DF. Estoy de acuerdo con la reforma, pero no lo estoy con los modos.

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