La coyuntura obliga a seguir analizando el proceso de renovación de la dirigencia al interior de la casa de estudios más importante de nuestro estado, la Universidad de Guanajuato. Los dos candidatos a rector continúan sosteniendo encuentros con diferentes porciones de la comunidad universitaria. Estas actividades han llamado la atención de los medios, que han manifestado extrañeza ante la aparente calma y cordialidad con que se han desarrollado estos eventos, y más aún por la ausencia de descalificativos o críticas mutuas entre los candidatos. Los periodistas y los analistas se han habituado a la rudeza y la incivilidad de las competencias político-electorales, donde las estrategias más favorecidas son el descontón, la diatriba e incluso la calumnia. Además es bien sabido que, en los tiempos actuales, a los sufridos electores ya no se les plantean ideas o proyectos, sino que la propaganda les enjareta imágenes superfluas, figurines carismáticos y fantasías insustanciales. La política electoral es hoy el reino de la apariencia y el artificio, pues ha renunciado en buena medida al debate informado, a la crítica fundamentada y a la honestidad en sus ofertas.
En el ámbito universitario tenemos una situación diferente, que con frecuencia es ignorada u olvidada por los medios. La Universidad de Guanajuato es una institución que es o se pretende autónoma no se me alebresten: esto lo podemos discutir después y sus procesos internos para la renovación de su máxima autoridad unipersonal son cerrados, no abiertos como en una competencia electoral. El órgano facultado para elegir al nuevo Rector es el Colegio Directivo los famosos “siete magníficos” y nadie más, ni siquiera el Consejo Universitario. Este último, que es el máximo órgano colegiado de la institución y que está conformado por poco más de 120 personas, únicamente puede registrar candidaturas y calificar la elegibilidad de los aspirantes con base en la norma, pero no puede pronunciarse a favor de ninguno de ellos. El resto de la comunidad puede participar emitiendo opiniones personales y grupales para ser dirigidas al Colegio Directivo, quien ponderará los sentires de esa colectividad y los tomará en cuenta o no, si así lo decide al momento de tomar su decisión y elegir al nuevo Rector.
En síntesis, en esta universidad no hay elecciones ni competencia abierta. A quien deben convencer los candidatos es a los miembros del Colegio Directivo, y esto no lo pueden hacer mediante las técnicas usuales de los certámenes comiciales, sino por medio de las sutilezas de la argumentación, la proposición programática y la claridad de metas. Pero habrá el escéptico que me cuestione: ¿será realidad tanta belleza? Y yo respondo: los universitarios no somos ingenuos, sabemos que el proceso interno se mueve dentro de un contexto más amplio, dentro del cual la universidad sólo cumple un papel adjunto, muy importante mas no central. Es claro que puede haber influencias provenientes de dicho entorno, y hasta podría afirmar que esas presencias son con frecuencia necesarias y deseables. Lo que se debe cuidar es que en las decisiones internas prive un juicio ecuánime sobre el peso que deben recibir las consideraciones domésticas sobre las exógenas.
Mucho se ha hablado sobre el ascendiente que pretendidamente ejerce el actual gobernador, un universitario de convicción, sobre la vida interna de su Alma Mater. Esta influencia es innegable, ya que Juan Carlos dejó una legión de amigos y colegas en la institución. Sus opiniones seguramente son escuchadas con singular atención, y no me sorprendería saber que, como muchos otros universitarios lo haremos, pronto comunique sus sentires a los miembros del Colegio Directivo. ¿Sería esto “línea”? Bueno, lo sería solamente si estos colegas hicieran de lado el resto de las consideraciones que reciban de la comunidad para atender acríticamente las sugerencias del destacado universitario. Esto, sinceramente, me parece muy improbable, pues conozco bien a la mayoría de los profesores que integran ese órgano colegiado y puedo apostar a que no arriesgarían su prestigio personal, que es casi el único capital con el que contamos los universitarios, en aras de “quedar bien” con el poder en turno.
Por último yo comentaría que, afortunadamente, los candidatos que se presentaron en esta ocasión son ambos una garantía de buen manejo futuro de la institución. En este sentido, la decisión del Colegio Directivo no tendrá que vincularse a proyectos divorciados o encontrados acerca del camino que debe tomar la principal universidad pública de nuestro estado, sino más bien a los estilos personales de dos académicos con orígenes, perfil, edad y formación diferentes, pero ambos compartiendo el mismo amor a la noble casa.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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