Para don Guille Rocha, In memoriam
En estas últimas semanas me he venido preguntando: ¿en manos de qué personajes está nuestro país? ¿Qué futuros nos espera? Pues parece que no hay día en que no aflore un nuevo escándalo (los hijitos de doña Martha), que nuestro presidente no meta la pata por su incontinencia verbal (“ya ni los negros”), que el peje de gobierno siga chacoteando con la ley (¿rifamos el relojito?), que los líderes partidistas evidencien su desdén por el país (las rabietas de Madrazo y Espino), que los diputados se sigan pasando por el arco del triunfo al resto de los poderes, que los gobernadores se promuevan en la tele nacional (ya hasta Juan Carlos lo hace) o que apoyen sin embozo las candidaturas de sus delfines con recursos públicos (Montiel con Peña Nieto). Las formas se hacen a un lado y la política se embarra de suciedad. Para colmo, la representación ciudadana en los órganos electorales se ha dañado profundamente con el proceder corrupto de algunos consejeros en el Estado de México. Diría Hamlet: algo huele mal en Dinamarca. Y algo se pudre hoy en México.
Carecemos crónicamente de liderazgos honestos y confiables, tanto de derecha como de izquierda o de centro. Hasta la figura presidencial está hoy en entredicho, pues aunque Vicente Fox es sin duda un hombre bueno y honesto, su entorno se ha contaminado con personajes oportunistas, adictos al poder, ignorantes, soberbios, traficantes de influencias y demás vicios que durante tanto tiempo quisimos colgarle a un solo partido. Las alternancias políticas estatales y la federal han evidenciado una situación: que los mexicanos compartimos esencialmente los mismos valores cívicos, y que muchos de ellos están en franca decadencia o bien que no han sabido cuajar en estadios superiores de civilidad. Aunque ofenda a muchos, creo que en esencia todavía somos proclives a la corrupción, que somos ciudadanos inmaduros en términos de convivencia civilizada, y que no hemos sabido qué hacer con las nuevas libertades que hemos conquistado. Nuestros líderes no son más que la punta del témpano y no son muy diferentes del resto de nosotros.
En este último año he tenido la oportunidad de viajar ocho ocasiones a diferentes lugares de los Estados Unidos, y también realizar una visita a Francia. Cada vez que regreso me sigue impactando nuestra indolencia ciudadana, que se evidencia en la suciedad de nuestros aeropuertos y carreteras, así como en calles y parques públicos. Me pasma cómo aceptamos con docilidad la ineptitud de nuestros gobernantes, a los que les toleramos su incapacidad de ofrecernos buenos servicios a cambio de los apabullantes impuestos. Me indignó hacer mi declaración anual como persona física y darme cuenta del montón de dinero que se me va en tributos, y que sin embargo a diario debo lidiar con la inseguridad pública, con la precariedad de los servicios urbanos, con la penuria de las instituciones públicas de educación, con la ausencia de oportunidades de empleo, y con la impunidad con la que nos conducimos los ciudadanos. Esto nace de una cultura ciudadana de la indolencia, del “ahí se va”, del disimulo, del incumplimiento de nuestras obligaciones. Y nuestras autoridades se montan en esa cultura, y proceden en consecuencia, desde el cinismo y la arbitrariedad.
México está perdiendo la oportunidad histórica de madurar hacia la construcción de una sociedad moderna, eficiente, tolerante, sabia y progresista. Y no todo es culpa del neoliberalismo, de nuestros vecinos imperialistas o de las fuerzas oscuras que siempre se confabulan en nuestra contra. El cambio más profundo que nos toca promover es el de la actitud particular de cada ciudadano, y para eso no hay más camino que el de la educación y la cultura. Y aprovecho para manifestar mi asombro ante el escuálido aumento salarial que se les concedió a los maestros a nivel nacional. Nuestros gobiernos siguen castigando a la educación pública, pues consideran que ha llegado el tiempo de que la educación privada haga su parte. Y evidentemente que la está haciendo, pero desde el enfoque bastardo de la búsqueda del beneficio económico y la educación elitaria (“aquí formamos líderes”, dice el tec).
La nueva revolución que demanda nuestro país es de corte cultural. Hay que comenzar a formar entre nuestros niños a ciudadanos íntegros, críticos, informados, participantes y demandantes. Hay que desterrar la corrupción y la violencia que nos corroen a partir del ethos (costumbre, comportamiento) individual, pues en una sociedad individualista como la nuestra es poco realista apostarle al viejo corporativismo grupal. Como dicen los ambientalistas: para incidir sobre lo global hay que comenzar desde lo particular.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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