Hace pocos días la comunidad educativa guanajuatense sufrió una pérdida muy sensible: el lamentable fallecimiento la licenciada y maestra Melba Castellanos. Me duele su deceso pues tuve la oportunidad de ser su alumno y recibir de ella mucho más que enseñanzas: también experiencias vitales, guía y tutela. Mi deuda personal me obliga a compartir aquí mi vivencia con Melba –como le llamábamos con cariño sus discípulos.
La ocasión se dio hace ya muchos años, entre 1972 y 1974, cuando yo cursaba la secundaria. En la ciudad de Guanajuato sólo existían dos escuelas secundarias públicas, la de la universidad -que atendía trabajadores- y la anexa a la Normal. Yo ingresé a esta última en 1971, y ahí cursé el primer año del ciclo medio básico. El gobierno de Manuel M. Moreno había determinado que era tiempo de que la capital contara con una escuela pública adicional, y por ello ordenó la construcción de un edificio ad hoc en los terrenos de la exhacienda de Montenegro, en el barrio de Pastita. En 1972 se inauguró la Escuela Secundaria Estatal Presidente Benito Juárez, y me tocó la suerte de testimoniar en calidad de alumno. Para integrar la planta estudiantil se había dividido el conjunto de los estudiantes de la escuela secundaria de la Normal y los de la mitad más suertuda nos fuimos al nuevo establecimiento, llenos de gusto.
El plantel refulgía de nuevo, y bien que lo era en más de un sentido. La mayoría de los profesores también eran “nuevos”, tanto en edad como en ánimos y entusiasmo. La escuela había sido puesta al cargo de la licenciada Melba Castellanos, abogada y pedagoga que de inmediato aplicó innovadoras técnicas y estrategias educativas. Sus ideas desbordaban frescura y osadía, e impregnaban el ambiente de la nueva institución. Luego supe que a Melba le había tocado fundar y dirigir el Departamento Psicopedagógico y de Orientación Vocacional de la UG, que inició sus labores en 1968. Era evidente que esta experiencia había contribuido mucho a forjar su compromiso pedagógico y su entusiasmo por las nuevas técnicas educativas.
A nivel nacional apenas se estaban debatiendo los famosos “acuerdos de Chetumal” de 1974, que modernizaron profundamente la educación secundaria mexicana. La orientación pedagógica de esa reforma ya se estaba ensayando en la escuela que dirigía Melba, quien innovó hasta donde le permitía el viejo programa. Un ejemplo: en una época en que casi ningún maestro se atrevía a tocas temas sexuales, ella implementó todo un programa de educación sexual que nos abrió los ojos hacia un tema considerado tabú. Recuerdo muy bien las interesantísimas charlas de la doctora Arias, tanto a niños como a niñas, forjando conciencia sobre buenos y malos hábitos, enfermedades y riesgos, y métodos para evadirlos. Se combatía así la desinformación y el morbo tradicionales. También recibimos charlas sobre drogas y adicciones, en un tiempo en el que los soldados del cuartel de enfrente distribuían mariguana entre los alumnos de esa y otras escuelas.
Melba involucró a los padres de familia en la dinámica escolar, y pronto aplicó talleres de integración familiar, así como espacios de debate y comunicación entre padres e hijos. Aunque éramos poco más de 400 alumnos, ella nos conocía a todos por nuestro nombre y no tardó en conocer detalles de nuestras familias. Al año siguiente, cuando yo cursaba el tercer grado, los estudiantes nos organizamos para demandar elecciones democráticas en la selección de nuestra directiva de sociedad de alumnos. Melba lo consintió y propició. Las elecciones fueron reñidas y desordenadas, pero ella respetó el resultado. Ganó nuestra planilla, la UTE, encabezada por mi hoy compadre Vicente Aboites, quien ejerció un liderazgo activo y cuestionador. Llevamos la tolerancia de Melba al extremo cuando organizamos una huelga estudiantil cuyos motivos originales ya ni siquiera recuerdo. Por poco y nos expulsan por revoltosos, pero Melba no lo consintió. Su autoridad la ejercía más con sus colegas profesores; con nosotros prodigaba paciencia y comprensión. Se convirtió en nuestra amiga. Desgraciadamente saldría de la dirección poco tiempo después por un conflicto con un colega. Con ello cesó la innovación, y la escuela se estancó en las viejas prácticas de la rutina.
Muchos años después varios sus exalumnos acordamos visitarla en su departamento del condominio Primer Ligero. Nunca pasó de una mera intención, y de ello me arrepiento profundamente. Ella llegó hasta una edad avanzada y espero que el atardecer de su vida haya sido dichoso y tranquilo. Mi homenaje personal consiste en que cada vez que imparto clase la imito. Por eso ¡gracias maestra!
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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