Nuevamente el horizonte internacional se oscurece a consecuencia del odio y la guerra. Otra vez son los israelitas y los palestinos los que nos quitan el sueño. Al polvorín del oriente medio se le arrima la centella encendida del conflicto inveterado entre dos de los pueblos que más se odian entre sí. Y es un rencor que ya ha acumulado más de un siglo de embrollos y desencuentros, hasta convertirse en el ejemplo paradigmático de lo que el muy conservador Samuel Huntington llamó el “choque de civilizaciones”, el futuro que se asoma desde el siglo XXI . La cultura oriental islámica, encerrada en sí misma, orgullosa de su pasado brillante, enriquecida y empobrecida por los veneros del petróleo, se ve sujeta a humillaciones recurrentes por parte del enclave occidental israelita, moderno, desarrollado, ensoberbecido por el poder del dinero y de las armas, y convencido de ser el pueblo elegido -otro más- de Dios. Ambos pueblos parten de sendos errores en la concepción propia y del otro. Por eso la diferencia sólo la establecen las enormes disparidades en cuanto a sus capacidades bélicas y económicas. Ambos basan su derecho a existir en legados escriturados por el pasado milenario, pero por lo mismo se los niegan mutuamente y generan sus propios fundamentalismos. Para poder existir uno, el otro debe desaparecer de la vista, incluso fenecer.
La compleja historia del sionismo -otra forma de racismo, como lo consideró la ONU en 1975- nos lleva a preguntarnos si los pueblos pueden asumir derechos contemporáneos a partir de sucesos del pasado lejano, entre ellos la potestad sobre tierras y espacios. Si así fuera, el mundo actual sería ingobernable, pues cualquier grupo social podría desempolvar derechos ancestrales sobre dominios que considerara “usurpados”. México, por ejemplo, argüiría derechos sobre siete de los estados de la Unión Americana, y la lista de reclamos sería tan interminable como absurda.
Los palestinos tienen derecho a vivir y sobrevivir en los territorios que la comunidad internacional le ha reconocido a su Estado soberano. Las guerras y la violencia no pueden ser asumidas como medios legítimos para imponer decisiones políticas de los países con vocaciones imperiales. El derecho a existir de Israel debe ser reconocido como producto de los imperativos de la historia, pero siempre y cuando el Estado israelita reconozca a su vez el derecho de los palestinos a poseer un espacio propio, con la misma jerarquía de sus vecinos árabes, judíos y gentiles.
Dos guerras cruentas sustentaron el derecho -autoasignado- de Israel a la mayor parte del territorio que hoy ocupa: la de 1948 -inmediatamente después que nació como producto de una resolución de la ONU- y la de 1967, cuando barrió con sus vecinos árabes. A partir de entonces miles de palestinos se vieron obligados a refugiarse en los países vecinos y a iniciar su propia diáspora, muy a la manera de la que experimentaron los judíos dos mil años antes. Incomprensiblemente un pueblo que ha sufrido tanto como el judío, no ha parado en mientes para sojuzgar a un pueblo más débil y someterlo al suplicio de la carencia de un territorio propio y soberano. Varios millones de colonos judíos, procedentes de todo el mundo -incluso México- han poblado el territorio palestino y fortalecido a la nueva nación, que hoy se cuenta entre las más acaudaladas del mundo. Llama la atención que cualquier judío, sin importar sus orígenes, tiene derecho automático a la ciudadanía israelí; pero a los palestinos, incluso los nacidos dentro de las fronteras del nuevo país, son discriminados, negados sus derechos elementales y tratados como extranjeros o criminales.
Esta guerra no será diferente a las previas. Refrendará el poderío bélico de Israel y confirmará la sujeción y la humillación perenne de los palestinos, y con ellos la de los pueblos pobres y débiles del mundo, entre ellos el nuestro. Nosotros ya tenemos a la guardia nacional norteamericana resguardando la frontera -línea que ellos mismos nos impusieron luego de otra guerra injusta en 1848-, con muros y tecnología de punta que recuerda mucho a la tapia que divide a Israel de los territorios palestinos ocupados. En ambos casos hay racismo, xenofobia y odio irracional -medio disimulado en nuestro caso-. En ambos hay ignorancia y hay violencia. Hay culturas, costumbres y religiones diferentes. Hay un “choque de civilizaciones” que condujo a Huntington a escribir otro libro, pero ahora para angustiarse por el futuro de su propia civilización anglosajona y protestante, ante el arribo de las hordas de grasientos hispanos, y así preguntarse: ¿quiénes somos?
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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3 comentarios:
Odio guanajuato es un asco de ciudad y cuidadanos!
Odio guanajuato es un asco de ciudad y cuidadanos!
creo que la discriminacion es un horror no todos pertenecemos a la misma cultura pero todos somos humanos
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