Varios de los libros de texto que la SEP ha recomendado para tutorar la enseñanza de la ciencia biológica en el nivel de educación secundaria han causado un inopinado escozor entre asociaciones conservadoras locales, que han demandado públicamente su retiro o bien que sean “corregidos” –vale decir censurados-. Es el caso del libro “Competencias Científicas I” de la editorial Norma, cuya coautora Myriam Stella Fernández ya se ha visto obligada a hacer declaraciones ociosas ante la prensa guanajuatense y se ha mostrado sorprendida por la reacción de las “buenas conciencias” abajeñas.
Me llama en extremo la atención que en pleno siglo XXI todavía sigamos debatiendo sobre la necesidad o pertinencia de la educación sexual. Se sigue alegando la pretendida defensa de la moral y las buenas costumbres para mantener a nuestros hijos en el mismo estado de ignorancia e indefensión en el que crecieron nuestros padres e incluso nosotros mismos. En mi caso, recuerdo muy vívidamente cuando la maestra Melba Castellanos, la fundadora de la escuela secundaria estatal Presidente Benito Juárez, emprendió -por sus pistolas- un programa pionero de educación sexual entre los chicos que entonces (1973) estudiábamos en su escuela. La doctora Arias nos dio a chicos y a chicas –por separado para evitar cualquier mala interpretación- unas espléndidas charlas aderezadas con transparencias e ilustraciones que nos abrieron los ojos a un mundo desconocido e inquietante, pero también hermoso y pleno de amor. El sexo dejó de ser un asunto pecaminoso, de fotos en los baños, de chistes asquerosos y de historias falaces para convertirse en un tema de discusión abierta y de búsqueda de información. Aprendimos a hablar de penes y vaginas, y no de “p…” y “p…”. Supimos de las enfermedades venéreas y de los recursos para evitarlas -incluyendo por supuesto la abstinencia-. Nos enseñaron sobre el riesgo de la maternidad y paternidad tempranas, y también los medios de evitarlas. Nuestros libros de biología no mostraban gráficamente el sexo, aunque sí proporcionaban alguna información pertinente. En cambio los materiales de nuestra tutora eran explícitos y nos ayudaron a conocer y aceptar las características de nuestros cuerpos. También recuerdo que por entonces se estrenó la espléndida película “El cuerpo humano” -que luego se hizo serie de TV-, que cuando se estrenó causó gran interés por mostrar desnudos no pornográficos y por exhibir al detalle la fisiología de nuestros cuerpos. Gracias a esas fuentes de educación sexual, mi relación con el sexo se dio -y se da- de manera grata y natural. Mis experiencias nunca fueron traumáticas ni irresponsables, nunca me pegó una enfermedad, ni embaracé a nadie inoportunamente, ni me acomplejé por circunstancias infortunadas. He sido sexualmente feliz, y en muy buena medida se lo debo a mis queridos profes de la secundaria. Sólo nos faltó un buen libro de apoyo. ¡Y hoy existe!
Las declaraciones del señor ingeniero que está a cargo de administrar la educación en nuestro estado, e incluso las opiniones vertidas por el gobernador Romero sobre este asunto, me confirman la situación lamentable de que se sigue privilegiando la ideología política y la fe religiosa de los regenteadotes del gobierno, por sobre las necesidades reales de la formación educativa integral. Lo que los voceros oficiales denominan “educación con valores” es un eufemismo que oculta la militancia religiosa y conservadora, misma que pretende la existencia de “valores universales” que deben ser observados por todos, sin excepción. Entre esos valores está el que define al sexo como estricto mecanismo reproductor, enmarcado en los confines de la familia contractual, legitimada por la iglesia y heterosexual. Recuerden que la fornicación, el sexo por placer, es un pecado capital que conduce a la condenación. Es evidente que los que si practicamos el sexo como un goce vital -¡y porque nos encanta!- no compartimos entonces ese “valor universal”.
La creencia en absolutos morales conduce a la intolerancia política y religiosa. Hay absolutos tanto en la izquierda como en la derecha ideológicas, y dentro de esta última destaca el aborrecimiento del sexo trivial y el rechazo a su conocimiento científico. El problema es que los padres de familia que asumen esta posición condenan a sus hijos a perpetuar la ignorancia y a que arriesguen la vida cuando se acerquen a esta manzana prohibida. El sexo es una realidad natural, y como tal es ajeno e indiferente a nuestros constructos morales. El sexo es conducta, pero más que nada es instinto. Por eso, para reforzar las conductas que nos lleven a una experiencia sexual plena y responsable, hay que reforzar los contenidos educativos de orden científico y objetivo. Los “valores” no ayudarán mucho cuando la ignorancia propicie conductas de riesgo que desaten los peligros auténticos de nuestra naturaleza animal.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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