Continuando con la polémica que se ha desatado en nuestra entidad en torno al contenido de algunos de los libros de texto propuestos por la SEP para apoyar el acercamiento de los estudiantes de secundaria a los fenómenos biológicos como la sexualidad, dedico esta contribución a responder algunos de los comentarios que he recibido de forma personal por parte de algunos lectores y amigos.
En primer lugar, existe la circunstancia real de que el grueso de los padres de familia guanajuatenses nos hemos formado en un entorno cultural muy restrictivo en lo que concierne a los usos y conocimiento sobre nuestros cuerpos y su fisiología, muy particularmente su sexualidad. Y es claro que quien no ha recibido tiene pocas posibilidades de dar. En cambio sí hemos heredado un caudal de mitos y prejuicios, muchos de ellos con raíz en la tradición religiosa dogmática en que se nos adoctrinó. Y no es ningún secreto que las religiones –tal vez con la excepción del taoísmo han construido interpretaciones míticas de la sexualidad más interesadas en su control y restricción, incluso su interdicción para ciertos sectores de la sociedad. Las diversas sociedades han construido instituciones culturales y normativas que rigen arbitrariamente sobre las conductas sexuales, y canalizan los instintos naturales hacia las sendas de la convivencia regulada, que garantiza -hasta cierto punto- la certidumbre en las relaciones entre los individuos. La moral religiosa forma parte de ese sistema normativo, y aplica prescripciones y prohibiciones que son presentadas en el gran envoltorio de los “valores morales universales”.
El gran problema reside en que las instituciones culturales, entre ellas la moral pública y las ideologías religiosas, evolucionan a ritmos sustancialmente más lentos que los acelerados cambios de la sociedad tecnológica y globalizada del mundo contemporáneo. Es decir que la sociedad material avanza más aprisa que sus propias instituciones. Este desfase conduce a conflictos y confusiones como los que vemos en materias tan sensibles a la moral tradicional como lo es la educación sexual que impulsa el modelo educativo formal. La SEP y sus especialistas tienen plena conciencia de la necesidad de actualizar los elementos conductuales de los mexicanos del siglo XXI para que correspondan a las nuevas realidades que nos impone la (post)modernidad. Pero muchos sectores de la comunidad se oponen a esos cambios que no alcanzan a asimilar, y abanderan la defensa de una “educación con valores” que supuestamente cuide el componente “humanista” del proceso educativo. El problema, desde mi punto de vista, es que los valores culturales siempre serán relativos al tiempo histórico y las necesidades concretas del conjunto. No hay tal cosa como los “valores universales”, pues si en efecto existieran las sociedades no evolucionarían ni se adaptarían a las circunstancias cambiantes que les impone el medio. Darwin y sus herederos pusieron en evidencia que el cambio permanente ha sido el secreto de la supervivencia para todas las especies vivas, incluyendo la nuestra.
Además, nadie se toma el trabajo de definir lo que entiende como “valor”. El diccionario de la Real Academia enlista los siguientes significados: “1. Grado de utilidad o aptitud de las cosas, para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite. 2. Cualidad de las cosas, en virtud de la cual se da por poseerlas cierta suma de dinero o equivalente. 3. Alcance de la significación o importancia de una cosa, acción, palabra o frase. 4. Cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros. 5. En sentido peyorativo, denotando osadía, y hasta desvergüenza. 6. Subsistencia y firmeza de algún acto. 7. Fuerza, actividad, eficacia o virtud de las cosas para producir sus efectos. 8. Rédito, fruto o producto de una hacienda, estado o empleo.” Tal vez la acepción más sea la séptima, pero al menos a mí no me queda claro si una “educación con valores” equivale a una “educación con capitales” -es broma-, o bien a una educación pensada en reforzar los viejos esquemas conductuales que dicta la tradición, a pesar de que su anacronismo ponga en riesgo la vida y la salud -física y mental- de nuestros hijos. Yo me quedo con la opción de un modelo educativo proactivo que propicie el desarrollo armónico del individuo con su colectividad y su entorno cambiante. Eso también es un “valor”.
Artículos de coyuntura publicados por Luis Miguel Rionda Ramírez en medios impresos o electrónicos mexicanos.
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío, México. Exconsejero electoral en el INE y el IEEG.
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